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La Fundación Buesa dedicó este lunes su XIX seminario a la figura de los transterrados, los que tuvieron que marcharse por la amenaza de ETA. Sara, hija de Fernando Buesa, inauguró unas jornadas que siguen hoy en busca de una cifra, ese viejo debate de « ... cuántos se marcharon». Los expertos, como el politólogo de la UNED Rafa Leonisio reconocieron que «los cálculos hasta ahora no son precisos. Se habló de 300.000 vascos y la referencia a esa cifra proviene del periodista José María Calleja, que aludió a que en el censo del 1 de marzo de 1991 había 1,7 millones de vascos y que 300.000 vivían fuera. Él mismo aclaró que de ahí no se podía colegir que esos fueran los que se marcharon por el acoso de ETA». Los sondeos no sirven ya que «no se sabe si la persona exiliada que conocen uno y otro encuestado es la misma».
Yendo al fondo de la cuestión, Sara Buesa defendió que «el proyecto político de ETA era sectario, basado en una visión de una sociedad vasca homogénea, que excluía a todos los que pensaban y sentían diferente. Quienes no participaban de esa visión sufrían la presión social y en muchos casos la hostilidad manifiesta». Ahí se cimentan los motivos del exilio.
«La sombra de la amenaza alcanzó prácticamente a todos los sectores: la política, el empresariado, las fuerzas y cuerpos de seguridad, el periodismo, la judicatura y el ámbito de la cultura». Otros «no fueron expulsados de manera violenta, pero optaron por irse ya que la vida se les hizo insoportable». «Imagino el desgarro que supone dejar tu tierra. Las vivencias de estas personas son una parte esencial de nuestra memoria que debemos incorporar», pidió Buesa.
Jesús Loza, exdelegado del Gobierno, denunció que «durante muchos años las víctimas fueron olvidadas» y «los transterrados y los resistentes fueron muchos menos que los indiferentes». Virginia Mayordomo, exprofesora de Derecho Penal de la UPV, aseguró que «si más gente hubiera plantado cara, si no fueran minorías los valientes, cosas como el cartel que salió con mi cara habrían acabado bastante antes».
Ofa Bezunartea, periodista y catedrática de Periodismo de la UPV, relató que «en los primeros años, la mitad nacionalista sí podía sentirse a salvo». «Los profesores que nos marchamos, como Llera, Azurmendi, Txema Portillo o Edurne Uriarte no tuvieron ninguna despedida en las universidades. No hubo ningún apoyo social y hubo que dar explicaciones de por qué te marchabas como en mi caso a Sevilla. Dolió el vacío social, la falta de apoyo de la sociedad». Bezunartea censuró «la falta de apoyo del casi único responsable de la instituciones vascas, del PNV». «¿Qué hubo de bueno al marchar? No tener que mirar los bajos del coche, acompañar a los hijos al colegio...», evocó.
«¿Retornar para qué, cuando no te queda nada ni nadie? ¿De volver, tendríamos vivienda? ¿Trabajo? Fuimos expulsados por la ideología nacionalista vasca. ¿Quién puede regresar a una sociedad donde no se ha visto penalizada por cinco décadas de terrorismo, sino que es hegemónica entre sus habitantes?», apuntó Mayordomo. El periodista y exdirector de EL CORREO José Antonio Zarzalejos recordó que «después de Miguel Ángel Blanco hubo una intolerabilidad social, el espíritu de Ermua, que tanto incomodó al nacionalismo. El rechazo al terrorismo siempre ha estado bajo mínimos hasta el final de la banda, sólo creció a partir de 2011».
Por su parte, el ertzaina jubilado y portavoz de Aserfavite, Teo Santos, valoró que «sólo un lehendakari -Patxi López- dijo una vez que había muerto uno de los nuestros y fue el último, Puelles». (Eduardo Puelles, inspector del Cuerpo Nacional de Policía). Habló de sus compañeros que viven desde entonces en «Cantabria, La Rioja y Burgos, como yo» y señaló que «también hubo nacionalistas asesinados, como el sargento mayor de la Ertzaintza Joseba Goikoetxea. Ha habido de todo, pero en diferentes cantidades».
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