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En política, como en la vida, hay que saber llegar, estar e irse. Personalmente siempre he procurado no estar donde mis ideas no son bien recibidas, lo que me ha hecho marcharme civilizadamente de algunos sitios por considerar que mis aportaciones no suscitaban el interés, ... el respeto o la consideración debida. Así que no seré yo quien cuestione al socialista Odón Elorza por renunciar a su acta de diputado -que no a su carnet de militancia- al entender que sus convicciones (o aspiraciones) ya no están en sintonía con las de sus compañeros de grupo parlamentario. No estorbar es el primer mandamiento en toda organización humana con fines políticos y nadie debería de prestarse a secundar aquello en lo que no cree, por pura coherencia existencial e ideológica.
En una carta enviada al Congreso, Elorza explica que ha decidido hacerse a un lado tras constatar que sus ideas «ya no resultan útiles» a la dirección de su partido, con la que ha mantenido ciertos «desencuentros» saltándose incluso la obediencia de voto. Lo que le ha valido el pago de alguna multa disciplinaria y la inmerecida fama de ser un «verso suelto». Alguien que va por libre, que hace o dice lo que le viene en gana sin importarle el malestar que pueda generar a sus correligionarios. Cosa que no creo que Odón Elorza -discrepante impenitente, pero siempre respetuoso de las formas- haya hecho nunca, como demuestran el tono y contenido de su carta de renuncia, donde se disculpa con sus compañeros («por si alguna vez os fallé o mi voz desafinó») e insiste en su «lealtad» para con las siglas.
Cuestión distinta son las razones que ha dado para justificar su renuncia, las cuales se suman -con intención o sin ella- a los trapos sucios que otros 'espíritus libres' -como Joaquín Leguina o Emiliano García-Page, a quien él mismo sugería sancionar 'por el daño que hace al partido'- han aireado al denunciar que, bajo la dirección de Pedro Sánchez -de quien Odón fue el primer valedor y entusiasta frente a Susana Díaz- el PSOE ya no admite el debate interno. O que el momento elegido por el exedil donostiarra para entregar su acta de diputado sea justo a las puertas de unas elecciones municipales y forales, antesala de las generales. Y que tal decisión venga precedida de su pésima digestión del resultado de las primarias que acababan con sus esperanzas de volver a ser candidato del PSE-EE a la Alcaldía de su ciudad al ser derrotado por Marisol Garmendia, según él, con la ayuda «nada ejemplar» del aparato.
Es lo que tiene ser un verso suelto. Para el periodista y escritor Fernando Jáuregui, «los versos sueltos son gentes que, en política, suele obtener malos resultados. Sobre todo en países de escasa tradición de diálogo, como el que habitamos, donde la frase el que se mueva no sale en la foto ha hecho triste fortuna». Vivimos tiempos de ortodoxia férrea, de comulgar con ruedas de molino. La disciplina de partido funciona como un corsé que aprieta demasiado sin permitir que llegue oxígeno al cerebro.
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