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El Gobierno vasco no tiene ningún chivo expiatorio al que endosar la responsabilidad de que Euskadi presenta los peores datos de la pandemiaTic, tac. Tic, tac. Sigue la cuenta atrás. El domingo vence el estado de alarma que Pedro Sánchez 'el Empecinado' se resiste a prorrogar porque ha optado por dar solo buenas noticias -más vacunas, el 'maná' de los fondos europeos...-, mientras el nerviosismo se dispara ... entre las comunidades al quedarse sin una herramienta básica para combatir la pandemia. La inquietud es especialmente notoria en el Gobierno vasco. Mejor dicho, en el PNV. Más cuanto más se acerca el día 9 sin que sean atendidos en La Moncloa sus llamamientos a ampliar esa previsión constitucional que hace un año calificó de «155 encubierto» y por la que ahora suspira.
Euskadi no está en condiciones de prescindir de las restricciones aprobadas al amparo de esa figura cuando mantiene el nivel más alto de contagios de toda el país, a gran distancia de otras autonomías que sí han sido capaces de doblegar la curva. Algo habrán hecho bien. Algo -o mucho- habremos hecho mal aquí, aunque nadie se dé por aludido.
Con Sánchez más vale no poner la mano en el fuego. Pero, hoy por hoy, no parece dispuesto a ampliar el estado de alarma. Desde luego, no en todo el territorio nacional. Quien lo quiera, que lo pida, es lo más que ha dejado caer a través de terceras personas. ¿Lo quiere el lehendakari? Sí. ¿Para Euskadi? Para toda España. ¿Pero está dispuesto a reclamarlo solo para Euskadi si tanta falta le hace? De sus palabras se deduce que no. ¿Y eso? Ahí se juntan argumentos sólidos -el virus no conoce de fronteras- con otros de oportunidad política que le llevarán a buscar a través de un decreto la cobertura legal que sea posible a las medidas preventivas que desea mantener.
Reclamar el estado de alarma solo para el País Vasco equivaldría a reconocer una situación sanitaria mucho más grave que la de las demás comunidades. Y asumir en exclusiva -algo inevitable, ocurra lo que ocurra, ante el escapismo del presidente- el desgaste de extender las limitaciones a la movilidad ante una sociedad extenuada y molesta con sus mandatarios. Con el agravante de que en este caso no hay forma de escurrir el bulto, de buscar un chivo expiatorio al que endosarle la responsabilidad. Ni a Madrid, ni a una supuesta 'mano negra', ni a la extrema derecha, ni a la oposición ni al sursum corda.
El Gobierno vasco ha aplicado las restricciones que ha creído oportunas. Las ha endurecido o relajado según sus propios criterios. Ha puesto en marcha la estrategia de vacunación que ha tenido por más conveniente. Al rastreo de positivos -donde también presenta los peores datos- ha destinado la atención y los recursos que le ha parecido. Y los datos son los que son. Se podrá argüir, como hace el PNV, que el Tribunal Superior le impidió cerrar los bares allá por febrero. Esa decisión será todo lo discutible que se quiera. Pero no lo es que Madrid con toda la hostelería abierta, una densidad de población muy superior y mucho más movimiento de personas procedentes del resto del país o del extranjero presenta unos resultados que aun siendo malos, muy malos, son sustancialmente mejores que los de Euskadi.
¿Significa eso que Isabel Díaz Ayuso -esa de la que la diputada del PP Bea Fanjul dice «más vale malo conocido»- ha gestionado la pandemia con más tino que el Ejecutivo de Iñigo Urkullu? Cuestión de opiniones. Por no citar la Comunidad Valenciana, Baleares, Murcia, Galicia o Extremadura, donde la incidencia es entre cinco y doce veces inferior a la vasca. Si al covid se le suma el vergonzoso fiasco de la campaña de la renta en Bizkaia no hace falta ser Einstein para preguntarse dónde está la en otros tiempos tan justamente alabada capacidad de gestión del PNV.
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