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La victoria de Trump es mucho más profunda de lo que podían vaticinar las encuestas. Su triunfo histórico –solo en una ocasión un presidente había sido reelegido tras haber perdido una elección presidencial y fue en 1892– desplaza a Estados Unidos hacia la derecha, tanto ... social como institucionalmente, al ganar en voto popular, el voto electoral y aglutinar con la mayoría republicana la Presidencia, la Cámara de Representantes y el Tribunal Supremo. Unos resultados que los republicanos no conseguían desde hace 20 años, cuando George W. Bush ganó a John Kerry.
La candidatura de Kamala Harris, aupada por el entusiasmo demócrata tras la convención de agosto y por el empuje interno que suponen los Obama, no ha podido superar el haber tenido una vicepresidencia invisible, donde todo el protagonismo de la legislatura demócrata lo aglutinó Joe Biden, más empeñado en renovar su presidencia con un segundo mandato que en ser la transición necesaria para que otra figura y otra agenda demócrata emergiese durante su gobierno. Los liderazgos políticos son así, cuesta marchar a no ser que te abran la puerta. Y la puerta se abrió muy tarde, cuando se hizo evidente que Biden no ganaría a Trump en las elecciones presidenciales.
Harris ha hecho lo que ha podido y no lo suficiente. Lo que ha podido porque, empujada por el precipicio de cristal que obliga a las mujeres a asumir el liderazgo cuando nadie más se atreve, tres meses no parece tiempo suficiente para revertir una situación que ya era desfavorable para los demócratas. Y no ha hecho lo suficiente porque perder 15 millones de votos con respecto a Biden y obtener menos apoyo popular que Hillary Clinton significa no haber sabido movilizar a un electorado que ha desconectado de las propuestas y el sentir demócrata: ha perdido apoyo entre los jóvenes y entre las mujeres, electorado eminentemente demócrata.
La victoria de Trump en esta ocasión es más profunda que la de 2016. Pese a perder 3 millones de votos con respecto a 2020, obtiene 7 millones de votantes más que en 2016. Su manera de concebir el mundo es más transversal ahora que en su anterior victoria: tiene más alcance y tiene más adeptos. Su victoria marca y define el sentido de una época. Ese es su gran logro y eso es lo preocupante y lo peligroso porque no lo hace solo, lo hace acompañado de todo el poder tecnológico de las plataformas y del entorno digital donde el odio, la ira y la misoginia son elementos que quieren definir nuestra época. Todo en sus manos, poder social, poder institucional y poder tecnológico. Miércoles negro el día de ayer.
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