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El pasado jueves, día de la constitución de las Cortes, los hipotéticos socios de PSOE y Sumar tenían dos opciones, regalarle la Presidencia de la Mesa del Congreso a Cuca Gamarra y terminar de un plumazo con su capacidad de influencia en la agenda estatal, ... o apoyar la candidatura de Francina Armengol y ampliar así su capacidad de incidir con cuestiones más ambiciosas durante la negociación de la posible investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno. Por su parte, el hipotético socio del Partido Popular, Vox, sólo se jugaba algo que pasó desapercibido para todos, asegurar su presencia en la Mesa del Congreso, una presencia que le permitiría intentar marcar los tiempos de la actividad parlamentaria a lo largo de toda la legislatura, sin importar quien sea investido finalmente presidente del Gobierno, si Feijóo o Sánchez. No es un tema menor para un partido que tiene en su ADN romper los consensos, torpedear la actividad parlamentaria y escorar cada vez más a la derecha a su socio preferente, el Partido Popular.
El papel que podían jugar los primeros, Junts, ERC, EH Bildu y PNV o BNG, ha protagonizado tertulias, columnas de opinión y espacios de radio y televisión desde que se conocieron los resultados electorales, llenando así el espacio vacío que caracteriza el mes de agosto. Durante esas semanas, los relatos sobre tiempos detenidos, amores de verano o aventuras en paraísos escondidos, fueron sustituidos por relatos de ficción que han ocupado conversaciones y fantasías de unos y otros: la posibilidad – imposible – de que el PNV apoyase al PP con Vox como aliado, o que Junts consiguiese la amnistía a cambio del apoyo a la candidata a presidir la Mesa del Congreso que presentaba el Partido Socialista. Nada era real, pero de algo había que hablar.
El PSOE, tal vez influido por la figura de Yolanda Díaz, ha hecho de la discreción virtud durante todo el proceso negociador: ni filtraciones, ni voces disonantes, ni declaraciones fuera de tono. Silencio y que sean los demás los que hablen, que sean los demás los que se delaten. Feijóo cayó en la trampa y con una actuación errática hizo cada vez más visible su soledad.
Mientras, nadie miró para el otro lado porque nadie pensó en un posible cambió de guion de Vox que ahondaría en la soledad de Feijóo y en la percepción de falta de liderazgo, ni mostró visión estratégica para anticipar posibles escenarios, ni supo controlar los tiempos. Nadie en el Partido Popular supo ver el riesgo de dejar fuera de la Mesa a Vox. Nadie anticipó la imagen de Feijóo en solitario, sin capacidad de negociar y sin capacidad de afianzar a sus aliados, aunque le duelan. A Feijóo se le ha atragantado Madrid, y ahora se encuentra con que no es capaz de asegurarse los apoyos, y que el bloque plurinacional se abre camino sin dejarle opción alternativa. La soledad del PP confirma que en el contexto actual, quien no sabe negociar, no puede gobernar.
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