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a. gonzález egaña
Jueves, 23 de enero 2020, 07:39
El 23 de enero de 1995, Kote Villar, en ese momento secretario del grupo municipal del PP en el Ayuntamiento de San Sebastián, estaba sentado junto a Gregorio Ordóñez en el bar La Cepa cuando un terrorista de ETA acabó con la vida del ... teniente de alcalde donostiarra de un tiro en la nuca. Villar recuerda la traumática secuencia que vivió desde que salieron del consistorio para ir a comer. La escena no se borra de su memoria a pesar de los años transcurridos. Necesitó tiempo «para poder volver a la vida normal», y no se lo pusieron fácil: vivió otro atentado fallido en el cementerio de Zarautz, en un homenaje a Iruretagoyena, y ha «aguantado casi veinte años de vida como amenazado y con escolta».
Tras el asesinato de Gregorio, Kote Villar se sumó a la lista electoral del PP para las municipales que se celebraron en mayo y salió elegido concejal junto a María San Gil, en una lista que encabezó Jaime Mayor Oreja. Ganaron las elecciones con siete escaños, pero se fueron a la oposición. Desde ese momento, recorrió ocho años de trabajo como cargo público, pero su salud no le dio tregua y en 2002 tuvo que abandonar la política por problemas renales. Hoy tiene a sus espaldas dos trasplantes.
Ese mismo año le dieron una incapacidad permanente absoluta por su dolencia, pero en 2017 inició un litigio administrativo para reclamar a la Seguridad Social una «incapacidad permanente, pero derivada de acto terrorista», debido a las secuelas psicológicas que aún sufre –estrés postraumático y depresión mayor–. Su deseo es que, con esa nueva calificación, su mujer, enfermera de profesión, pueda solicitar trabajar a media jornada para cuidarle en casa y darle allí las sesiones de diálisis. «No me queda mucho tiempo», confiesa. El Ministerio del Interior le ha reconocido en 2017 como «herido» en atentado terrorista y ha recibido la Encomienda de la Real Orden de Reconocimiento Civil a las Víctimas del Terrorismo. Sin embargo, no ha conseguido que la Seguridad Social le reconozca la incapacidad permanente por lesiones derivadas de acto terrorista.
Según remarca Villar, la normativa sobre Seguridad Social en materia de protección a las víctimas del terrorismo avala su reclamación. Denuncia que la «Dirección Provincial del INSS no ha concluido un expediente en el que los equipos médicos y el propio director provincial reconocieron la incapacidad permanente absoluta derivada de acto de terrorismo. Por el contrario, y sin razón alguna, abrieron un segundo expediente en el que, a pesar de haberme sometido a la prueba psiquiátrica que la Seguridad Social indicó, y siendo esta favorable para el reconocimiento, concluyeron denegándomelo». La razón, explica, es que consideran que no es víctima directa, y «todo ello después de haber sufrido durante diecinueve años el terrorismo». Tras dos años de litigios, ahora recurrirá a la vía judicial.
Al igual que Goyo, Kote entró en política en Alianza Popular y desde sus primeros pasos supo que «Gregorio era una máquina para trabajar. Estaba llamado a ser algo muy grande, iba a subir muy alto». «Le daba tiempo a todo. A llevar Urbanismo, a trabajar en el grupo, a estar en el Parlamento vasco... Era capaz de hacer oposición y tiempo después compartir gobierno con Odón Elorza, uno de los que ha estado a mi lado en este último tiempo de litigios», agradece.
– ¿Aquel 23 de enero salieron juntos del Ayuntamiento para comer?
– Salimos del Ayuntamiento sobre la una y media. Gregorio Ordóñez, María San Gil y yo, con otra persona ajena al grupo pero con la que había una relación por otros motivos. Fuimos primero al bar Martínez, pero no había ensaladilla rusa, que era lo que quería Gregorio, y nos marchamos a La Cepa. Llovía y entró una persona con capucha a ofrecer unas postales de San Sebastián. En aquel momento no te dice nada, pero ahora con el paso del tiempo... A los cinco minutos entra otra persona. O la misma. No lo sé. También con capucha. Apoya su mano en mi hombro izquierdo, yo giro la cabeza hacia ese lado, apunta a la altura de mi hombro derecho y dispara en la nuca de Gregorio, que estaba sentado a mi derecha. María estaba enfrente de Gregorio. Ella es la que ve la pistola. No le ve la cara. A mí no me sonó a disparo, sentí como si fuera una botella rota o algo así, al ser de tan cerca... Lo siguiente que recuerdo es ver a Gregorio en el suelo, ensangrentado. María sale corriendo a perseguir al asesino. Pero en un momento se para en seco y dice: '¿Adónde voy? ¿A que me pegue un tiro a mí también?'. Yo me levanto y llamo al 112 desde el teléfono del bar. Y ahí nos quedamos. La escena me vuelve continuamente, no la puedo olvidar.
– ¿Cómo pasan esas horas y los días posteriores?
– Durante dos meses o más, yo no salía de casa ni María tampoco. Yo iba a casa de María y pasábamos las horas dándole vueltas a todo.
– ¿Qué pensaban?
– Pensábamos: 'Menuda suerte haber salido con vida'. Lo normal que piensas es: 'El siguiente tiro viene para mí'. En ese momento solo había dos opciones: irse, que era lo que pedía el cuerpo, o ponerte en la trinchera. Y decidimos ponernos en la trinchera y pelear. Que nos ha costado la vida, por supuesto. Yo no he tenido libertad de ningún tipo.
Como muchos amenazados, Kote Villar no podía repetir rutinas. «En mi caso realmente me he visto obligado a hacer justamente lo contrario porque lunes, miércoles y viernes tenía que ir al hospital a hacerme la diálisis y mis escoltas andaban locos», rememora. En uno de sus tratamientos en el Hospital Donostia coincidió con la huelga de hambre de De Juana Chaos. «Los policías que vigilaban al etarra les dijeron a mis escoltas que el entorno familiar de De Juana nos estaba haciendo seguimientos y tuve que solicitar el cambio de hospital».
Describe años de una vida «muy complicada, estresante y muy agobiante». Aún hoy, cada vez que entra en un bar se sienta mirando hacia la puerta. «Mi pareja de entonces, Julia, la pobre ha sufrido todo esto igual que yo. Le guardo un cariño inmenso y mucho agradecimiento por el valor de haber estado ahí a mi lado», remarca.
A su actual mujer, Ana, la conoció como enfermera de la diálisis y se enamoraron. Kote y Ana, a la que está inmensamente agradecido, se casaron en la UCI. «Fui a operarme de piedras en la vesícula y me pincharon el páncreas. Estuve un año en la UCI. Mi estado se agravó y lo vi tan negro que le dije: 'Antes de morir me quiero casar contigo. Rápida y veloz, mi hermana me trajo al juez, al secretario judicial, e hicieron de testigos médico y enfermeras».
En 2012 le quitaron la escolta, como a muchas otras personas. Le aconsejaron que mantuviera las medidas de seguridad y que si podía cambiara de domicilio. Se marchó a vivir a Hondarribia «mientras se iba apaciguando la cosa». A Kote Villar, sin embargo, le resultaba «imposible» salir a la calle sin escolta. «Han sido tantos años que era como si me faltara algo». Kote seguía teniendo miedo «porque los mismos que habían pasado las informaciones a los comandos sobre mí seguían estando ahí. ¿Que ya no matan? ¿Pero, quién te dice que no seguirán recopilando información el carnicero, el de la papelería...? Yo toco madera para que esto se quede como está». Y recuerda una frase que siempre repetía Ordóñez: «Al final, nosotros seremos los malos».
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