En Euskadi, la nueva normalidad traerá consigo unas elecciones autonómicas extrañas, excepcionales. Es lo que siempre quiso el lehendakari y es lo que todos los partidos vascos siempre creyeron que sucederá. Del estado de alarma al estado de precampaña. Del 5 de abril, domingo ... en el que se tenían que haber celebrado las elecciones autonómicas, al 12 de julio. No ha habido sorpresas. Es el domingo que todos, en privado, admitían tener reservado en sus calendarios.
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Todo dependía de la voluntad de Iñigo Urkullu. En esta decisión, él es el mando único. El lehendakari, como ya demostró en el anterior adelanto electoral del 5-A, no está por la labor de perder un tiempo precioso a la hora de gestionar la que será, sí o sí, la mayor crisis económica del último siglo. El Parlamento está disuelto hace meses y, por ende, ni la oposición puede controlar debidamente al Gobierno ni éste puede impulsar toda la legislación que le gustaría. El Gobierno necesita cambios profundos en su Presupuesto para afrontar la crisis y Urkullu cree que la mejor manera de hacerlo es empezar de cero, con un nuevo Parlamento y un nuevo Ejecutivo que, a poder ser, tenga mayoría absoluta. Pero esto lo decidirán las urnas.
David Guadilla
EH Bildu afrontará las elecciones con la clara intención de convertirse en la principal alternativa al PNV. De ahí que Arnaldo Otegi y Maddalen Iriarte subrayen en cada una de sus comparecencias públicas y entrevistas que la coalición soberanista es «el primer partido de la oposición» en Euskadi. Contraponer el modelo jeltzale con el suyo y trasladar a la ciudadanía que la única forma de quitar al PNV de Lehendakaritza es votar a Iriarte.
La estrategia ya estaba clara de cara a los comicios del 5-A, pero la llegada del coronavirus no ha hecho sino agudizar esa tendencia. Durante las últimas semanas, EH Bildu ha cargado contra el lehendakari, le ha acusado de autoritarismo y le ha reprochado que anteponga la economía a la salud de los vascos. De hecho, la coalición no vio con buenos ojos el levantamiento de la hibernación económica. El enfrentamiento con el PNV durante las últimas semanas ha sido total. Y desde ahora hasta que se celebren las elecciones se polarizará aún más.
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La coalición liderada por la izquierda abertzale ha intentado reforzar su imagen de alternativa creíble. Ha presentado su propio plan de desescalada y en Madrid ha intentado jugar con las mismas armas que el PNV y ERC. Un apoyo crítico al estado de alarma, con reproches hacia una posible recentralización pero con la mano tendida al acuerdo con Sánchez. Nada de discursos duros ni soflamas retóricas. Solo cuando la Audiencia Nacional ha empezado a ejecutar la sentencia de las 'herrikos' con la confiscación de algunas cuentas de Sortu -el partido que sigue funcionando como el guardián de las esencias dentro de la coalición- amenazó con dar «una respuesta política».
El gran objetivo de EH Bildu es acercarse a los resultados de 2012, aunque lo tiene difícil. La candidatura encabezada por Laura Mintegi obtuvo 21 parlamentarios, tres más que en 2016. Pero entonces no existía Podemos. Aun así, la lista liderada por Maddalen Iriarte confía en arañar votos a la formación morada y beneficiarse del clima de hastío que hay en buena parte de la ciudadanía con la estrategia diseñada por los diferentes gobiernos para combatir el coronavirus.
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De cara al futuro se aludirá al pacto de izquierdas con el PSE y Elkarrekin Podemos, algo inviable. Por ahora.
Octavio Igea
Los socialistas vascos fueron los más rápidos tomando posiciones para la carrera electoral. Hace casi un año que eligieron a su secretaria general, Idoia Mendia, como candidata a lehendakari y ya el pasado enero, cuando aún no se habían adelantado los comicios al 5-A, iniciaron los trabajos para dar forma a su programa. Luego llegó la pandemia y arrasó con todo. También con el trabajo de los partidos, que ahora se enfrentan a unos meses inciertos desde el punto de vista organizativo -¿habrá actos públicos?- y estratégico. «Los temas de los que se va a hablar en la nueva campaña serán muy diferentes a los de hace unos meses», reconoce la propia Mendia.
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El PSE vuelve a encarar la cita con el objetivo de aglutinar el apoyo de los votantes de la izquierda no nacionalista a costa de Podemos. Tras el 'sorpasso' de hace cuatro años, con la potente irrupción del partido morado en el Parlamento vasco, los socialistas han ido recuperando posiciones paulatinamente. Especialmente favorables le han sido los resultados del carrusel electoral del ejercicio pasado. El 'efecto Sánchez' también elevó los apoyos en Euskadi.
La duda ahora es si pasará a la inversa. Si el desgaste que está padeciendo el presidente del Gobierno con la gestión de la crisis sanitaria se cobrará otras facturas. «Las encuestas no lo indican, la sociedad está entendiendo bien todo lo que se está haciendo», defienden fuentes socialistas. Al PSE, en todo caso, no le viene nada mal una inmediata llamada a las urnas. Tras el verano la tasa de paro puede elevarse considerablemente, y ese panorama sí que puede tornarse delicado para quien tiene responsabilidadades de gobierno en España y en Euskadi.
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Si los números cuadran, el PSE aspira a repetir coalición con el PNV. Los socialistas lo defienden como el más claro ejemplo del pacto entre diferentes -unas diferencias que se han acentuado durante la crisis sanitaria- en pos de la estabilidad y para dar ejemplo en la sociedad post-ETA. Mendia reivindica también desde hace tiempo la necesidad de que su formación cobre fuerza para tener mayor influencia en el seno de ese Ejecutivo compartido, en el que considera que su presencia obliga a los nacionalistas a «centrarse en los temas que importan» y aparcar «luchas de banderas».
Olatz Barriuso
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Como a todos los partidos, especialmente a aquellos que ejercen responsabilidades de gobierno, la crisis del coronavirus ha cogido con el pie cambiado al PNV. Los jeltzales encaraban la anulada cita electoral del pasado 5 de abril con el viento a favor y una tendencia ascendente consolidada en las encuestas a pesar de que, sobre todo, el derrumbe del vertedero de Zaldibar y los ecos del fraude en las OPEs de Osakidetza y las adjudicaciones al grupo Montai auguraban una campaña dura para Sabin Etxea, en la que la oposición buscaría a toda costa desmontar el mito del oasis vasco.
Pero el oasis se ha desvanecido definitivamente con la devastadora pandemia que lo ha cambiado todo y la receta tradicional del lehendakari Urkullu para mantener su probada fiabilidad en las urnas -estabilidad, seriedad, crecimiento económico- ha saltado por los aires. El PNV se ve obligado, en cierta manera, a reinventarse de cara a las próximas elecciones autonómicas, en las que sus objetivos siguen siendo los mismos. Mantener una holgada ventaja frente a sus perseguidores -especialmente EH Bildu, con la que no hay ya el más mínimo puente de entendimiento- y aprovechar la cita con las urnas para alcanzar al menos los 30 escaños -desde sus actuales 28- y redondear la mayoría absoluta con sus socios del PSE. No hay otra alternativa real, pese a que la coalición atraviesa sus horas más bajas, lastrada por las tensiones provocadas, sobre todo, por el malestar de Urkullu con la gestión de Moncloa. Ese enfado se ha convertido en la principal arma electoral del Urkullu candidato, que explota su airada defensa de las instituciones vascas y de sus capacidades de autogobierno frente al «retroceso recentralizador» de un Sánchez al que, pese a todo, el PNV está dispuesto a seguir apoyando.
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El lehendakari es muy consciente de los imprevisibles efectos de la crisis y de la posiblemente elevada abstención. Para conjurar esos peligros, que podrían erosionar a un PNV que siempre ha tenido en las franjas de mayor edad uno de sus nichos de voto, los jeltzales enarbolan la la defensa clásica de su capacidad de gestión, ahora entorpecida por el mando único en Moncloa y por un día a día muy complicado, sin renunciar a un tinte épico frente a los «abusos» del estado de alarma.
Xabier Garmendia
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Elkarrekin Podemos probablemente haya sido quien más ha agradecido este parón obligado por el coronavirus. Justo antes de que las elecciones del 5-A se suspendieran, la inesperada victoria de Miren Gorrotxategi en las primarias y la renuncia en bloque de la cúpula del partido morado precipitaron un revolcón interno que ahora parece minimizado, aunque no zanjado. La candidata a lehendakari, la menos conocida entre los cabezas de cartel de las principales formaciones, ha ganado tiempo para asentarse y ejecutar el golpe de timón que deseaba. Si Lander Martínez reivindicaba la necesidad de ser una izquierda útil e incluso permitió la aprobación de los Presupuestos vascos, la nueva aspirante ha activado un discurso beligerante con el PNV en un intento de recuperar el ADN de Podemos Euskadi, cuando en sus orígenes hablaba de «desalojar» a los jeltzales de Ajuria Enea.
A la espera de reconstruir la estructura interna en el principal partido de la coalición, algo que ocurrirá en plena precampaña, Elkarrekin Podemos también debe solventar la pérdida de apoyos que podría sufrir por la marcha de Equo. Los verdes denunciaron haber sido «vetados» por Pablo Iglesias después de que apoyaran a nivel nacional a Más País, una decisión de la que, sin embargo, se descolgó la federación vasca. Gorrotxategi ya se ha puesto manos a la obra y en las últimas semanas ha acentuado su perfil ecologista, consciente también de que este asunto viene copando cada vez mayor protagonismo en el debate político.
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Las encuestas publicadas hasta la fecha prevén un retroceso para la alianza de izquierdas. En 2016 la candidatura de Pili Zabala logró 11 parlamentarios, un buen botín para su estreno, pero un pinchazo si se tienen en cuenta las expectativas que despertó. Ahora la misión se centra en retener buena parte de esos apoyos, arañar algunos de EH Bildu ofreciendo una seña de identidad más euskaldun y frenar la pujanza del PSE, que bien podría revertir el 'sorpasso' de hace cuatro años. La principal baza consistirá en rentabilizar la participación de Unidas Podemos en el Gobierno central y medidas populares como la renta mínima vital. Ahora bien, al igual que en el caso de los socialistas, habrá que ver si la gestión de la crisis no se le acaba volviendo en contra.
Octavio Igea
El PP vasco se enfrenta a su mayor reto político. Ni más ni menos. Las elecciones autonómicas van a poner frente al espejo a una formación que encadena sus peores datos electorales durante los últimos años y que sufrió un inesperado terremoto interno el pasado febrero con la salida de Alfonso Alonso, presidente y candidato a lehendakari, tras un fuerte encontronazo con Casado y la reaparicion de Carlos Iturgaiz. Los populares concurrirán por primera vez en coalición con Ciudadanos. Habrá que ver si la suma es rentable para los conservadores. Para los liberales, desde luego, ya lo es: Tienen serias opciones de estrenarse en el Parlamento, un escenario inimaginable hasta la fecha.
La coalición es posiblemente la que menos interés tiene en que las elecciones se convoquen de manera inminente. «Cuanto más tarde, mejor», reconocen fuentes populares. Se apela a que lo primero debe ser hacer frente a la pandemia, pero hay otro cálculo. Principalmente, ganar tiempo. Porque Iturgaiz y su equipo tomaron las riendas hace apenas dos meses. También para intentar arañar votos. Sin responsabilidades de gobierno ni en Euskadi ni en España, los conservadores observan los acontecimientos desde la barrera y aguardan el desgaste del PNV. Y lo azuzan con críticas prácticamente diarias a su «mala gestión».
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Frente a un PP que hace apenas tres años pactaba Presupuestos con Urkullu, Iturgaiz ha endurecido el mensaje considerablemente. Además de reivindicarse como la antítesis al nacionalismo, enarbola la bandera del constitucionalismo que, a su juicio, los socialistas han abandonado al negociar con Bildu y los independentistas catalanes.
El candidato aspira a ganar votos ahí, los de los «desencantados» con Sánchez y el PSE. Aunque también busca réditos en el extremo opuesto. Iturgaiz ha mostrado comprensión con los postulados de Vox y ha alabado la figura de Abascal. El PP vasco también necesita reforzarse por ahí. Algunas encuestas detectan por primera vez opciones de que Vox logre los votos necesarios en Álava para lograr un escaño en la Cámara vasca. Todo lo que gane la formación de Abascal será a costa de los populares, cuyo granero en Euskadi cada vez es menor.
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