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Se llamaba Melvin Redick y en realidad no era nadie. Parecía un estadounidense medio de Harrisburg, Pensylvania, pero tras su gorra de beisbol y sus fotos familiares en Facebook estaba Rusia. Fue el primer 'bot' del que se tiene noticia en la campaña sucia auspiciada ... por Putin para desacreditar a Hillary Clinton y enfangar las elecciones de 2016 en favor de Donald Trump. El candidato republicano acabaría ganando y con él el trumpismo, una forma perfeccionada de populismo en el que el nacionalismo exacerbado, el descontento social y la desazón ante las incertidumbres del mundo globalizado conforman el cóctel perfecto para encumbrar a líderes con la chistera desbordante de soluciones sencillas a problemas complejos.
Seis años, una pandemia y una guerra después, el trumpismo sigue más vivo que nunca (y el propio Trump, que amenaza con presentarse de nuevo) mientras el espejo en que se ha mirado tradicionalmente el extremismo europeo de derechas se revela como un autócrata sin escrúpulos capaz de ordenar sin pestañear matanzas de civiles en Bucha, en Borodianska o en la estación de tren de Kramatorsk. A pocas horas de conocer, hoy, los resultados de la primera vuelta de las presidenciales francesas, el trumpismo sociológico no solo no ha retrocedido sino que se muestra pujante y en forma.
Marine Le Pen, que nunca ha dudado en exhibir su cercanía con Putin y cuyo partido se financia con préstamos de la banca rusa, ha recortado distancias con Macron y se colará, salvo sorpresa, en la segunda vuelta. Su competencia directa, Zemmour, es igualmente prorruso y más radical que ella, lo que, paradójicamente, blanquea y propulsa a la candidata de Reagrupamiento Nacional. El tercero en liza, el izquierdista populista Melénchon, también se ha mostrado comprensivo en el pasado reciente con los intentos de Rusia de frenar la expansión de la OTAN hacia el Este por la «agresividad» de Estados Unidos. Salvando las distancias, ¿les suena de algo?
¿Es que la salvaje invasión de un país soberano como Ucrania no influye en el voto de los europeos de a pie que siguen la tragedia en directo desde sus pantallas? Francia nos dice que no. Quienes pensamos, en un primer momento, que la guerra debilitaría los regímenes iliberales en favor de las posiciones más templadas, civilizadas y propeuropeas nos equivocamos, lamentablemente. La Francia que impulsa a Le Pen -o la Hungría que ha certificado un triunfo arrollador de Viktor Orban, con sus veleidades incompatibles con un Estado de Derecho- no mira a Kiev, sino a sus bolsillos vacíos, a su miedo al futuro o a la violencia y la delincuencia que amenaza su seguridad.
Seguramente, a muchos de esos votantes les importan poco las razones por las que sus líderes han dorado la píldora a Putin -esa visión cuasi mística del tirano como un dique contra Soros, los progres y la supuesta decadencia multicultural de Occidente- y sus simpatías se explican, llanamente, por lo mismo que proliferaron los negacionistas y antivacunas en pandemia: la pulsión antisistémica de parte de los habitantes de un mundo que gira demasiado deprisa.
La 'agitprop' gana terreno. Miremos si no a lo que ha sucedido esta semana en España, entregada, en sus extremos, a un lamentable revisionismo histórico de la Guerra Civil o a un sectarismo absurdo de patio de colegio a cuenta de Zelenski. Frente a eso, líderes con vocación de estadista, cada uno a su manera. Sánchez, en el 'iftar' de Mohamed VI, eso sí, con todo el Congreso en contra de su volantazo en política exterior. Feijóo, sobrio y serio en Moncloa pero con la sombra de la corrupción -el yate 'Feria', Boadilla del Monte- cubriendo sus alas de plomo casi antes de remontar el vuelo. Vox, impertérrito, aguanta. Cuidado.
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