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Titulo así el artículo, con una fórmula neutra, porque no sabría a estas alturas cuál es el apelativo admisible para describir lo que Castilla primero, y luego toda España, hicieron en América a partir de 1492: Conquista, Descubrimiento, Destrucción, Genocidio, Colonización, son todos términos candidatos ... porque todos captan algún aspecto de lo sucedido, aunque casi todos ellos están aquejados de una buena dosis de presentismo, el pecado imborrable de la mala historia.
En cualquier caso, lo que toca hoy, en esta época en que los individuos y los grupos corren en pos de la condición de víctimas, es discutir de si España debería o no pedir perdón por ese pasado, por el daño inmenso causado por unas personas que se decían españolas a otras a las que se les vinieron encima como una plaga o pandemia, los indígenas americanos. Lo piden, lo exigen, unos más que dudosos descendientes de aquellos indígenas, a los cuales dan ganas de contestar lo mismo que Unamuno respondió al mexicano que le exigía reconocer las barbaridades causadas por sus tatarabuelos: «eso lo harían los suyos, porque los míos se quedaron en su pueblo de la Vizcaya profunda». Pero, claro está, las inversiones de papeles y la asunción de roles desviados es consubstancial a eso que llaman «memoria histórica».
Verán, yo sí sería partidario de que el Reino de España pidiera disculpas por los excesos y crímenes cometidos en el pasado por los españoles todos: por lo de América, lo de Flandes, lo de Granada y lo de Neopatria. Bien sé que se trata de una cuestión estrictamente actual y que carece de sentido pedir perdón por los actos realizados en un pasado remoto a seres remotos. Pero cuesta muy poco y ennoblece mucho en esta época histriónica. Si el Papa lo ha hecho, algo bueno tendrá para la imagen.
Y, sobre todo, ¿se dan ustedes cuenta de que la exigencia del perdón que se formula por descendientes de indígenas, políticos de izquierdísima, biempensantes en general y nacionalistas periféricos constituye el más completo y cabal reconocimiento que cabe de la existencia histórica y continuada de una nación llamada España? Porque exigir ese perdón supone reconocer que hay un lazo directo e imborrable entre aquellos soldados, colonos, frailes y demás ralea que invadió América, y que la historia califica de españoles, y los seres humanos que poblamos hoy esta península y que nos llamamos españoles todavía. Y es que... lo hay. No eran mis tatarabuelos, como tampoco los de Unamuno, y sin embargo siento una identificación con aquellos personajes que no siento con los peregrinos del 'Mayflower'. Es una identificación afectiva y electiva fruto de la imaginación, pero es real como lo son todas las nacionales, al final «comunidades imaginadas» que dijo Anderson. Los que nos exigen perdón nos están diciendo sin pretenderlo directamente que entre los pobladores del solar peninsular del siglo XV y nosotros hay un lazo imborrable, aunque sea o deba ser, según ellos, el de la vergüenza. Ya tenemos algo común. No está mal para empezar, creo yo.
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