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Pedro Antonio Blanco, posando relajado junto a sus dos hijos. Álbum familiar
«Escuché el estruendo del coche bomba. Nunca pensé que era papá»
25 años

«Escuché el estruendo del coche bomba. Nunca pensé que era papá»

Almudena Blanco, hija de Pedro Antonio Blanco, cuenta la historia del teniente coronel asesinado con un coche bomba de ETA en Madrid en enero de 2000

Lunes, 3 de febrero 2025, 00:14

Almudena tenía 15 años y su hermano 10. Recuerda muy bien aquel viernes, 21 de enero del año 2000. ETA había anunciado una tregua en septiembre de 1998 y llevaba 19 meses sin matar. «Yo me estaba preparando para el ir al colegio. Mi padre se iba un poco antes de casa y se despidió, como siempre, diciendo «luego nos vemos» y dándome un beso. Cuando me estaba poniendo el uniforme escuché una explosión muy fuerte y temblaron los cristales de mi habitación». En aquella zona de Madrid, plagada de viviendas militares, conocían bien el estruendo de los coches bomba. «Aquel ruido era familiar. Y pensé 'han vuelto otra vez'. Llevaban año y medio de tregua». No quiso pensar que el objetivo podía ser su padre, el teniente coronel del Ejército Pedro Antonio Blanco García.

«Mi hermano estaba enfermo aquel día y no fue al colegio. Se despertó por la explosión. Tras ella, se hizo un silencio sepulcral. La calle entera enmudeció. Recuerdo muy bien ese silencio. Yo salí para el colegio con una amiga que me esperaba en el portal. Vimos de lejos la columna de humo a dos manzanas de mi casa». Al teniente coronel le recogía a diario un coche camuflado que le dejaba en su trabajo en la Dirección General de Asuntos Económicos del Cuartel General del Ejército. «En casa creíamos que él iba en el autobús municipal. No nos lo había contado, supongo que para que no tuviéramos miedo. Por allí nos conocíamos todos y yo me fui pensando contra quién habría sido. Que si fulanito vive ahí cerca, que si menganito más allá. Así nos fuimos a clase. Yo en ningún momento pensé que era papá».

La certeza le cayó como una losa en el colegio. «Me acababan de regalar mi primer móvil y llamé a casa a escondidas. Se puso mi hermano, algo que era muy raro. Y sólo me dijo 'papá, papá'. Justo en ese momento llegó la directora del colegio para sacarme de clase».

Su hermano, de diez años, que se había levantado de la cama enfermo, estaba viendo dibujos animados en la sala cuando cortaron la emisión y apareció en la tele la fotografía de su padre. «El pobre se enteró así y fue a decirle a mi madre lo que había visto. Y ella le dijo que tenía que ser un error».

Los etarras huyeron en un vehículo que hicieron explotar a escasa distancia de donde habían asesinado a Pedro Antonio Blanco. Este segundo coche bomba explosionó a pocos metros de una guardería donde había una treintena de menores de cinco años. No dejó heridos, a diferencia de la bomba que mató a Blanco, en la que resultó herida una niña de 13 años.

Al lunes siguiente, Almudena y su hermano volvieron al colegio. Había que «volver a la vida», en palabras de su madre. «En ese momento igual no lo entendí pero ahora creo que nos vino bien. El velatorio estuvo lleno de políticos y muchísima gente porque era el primer asesinato tras la tregua. Fue todo muy agobiante. Volver al colegio nos alejó de todo aquello. Allí me sentía cuidada y protegida». Recuerda que «yo me pasaba el día llorando con mis amigas, que con 15 años lo son todo y me apoyaron mucho. Mi hermano estaba con su balón y hablaba poco de esto. Él se encerró más para adentro. A mí se me cortó la 'edad del pavo' de golpe». No había tiempo para zarandajas.

Arrope y cariño

«La gran diferencia entre muchas víctimas del País Vasco y las de fuera es que nosotras sí hemos sentido el arrope y el cariño de la gente desde el principio», reconoce. Y apunta un elemento más que les ayudó en el luto. «Nosotros tuvimos justicia. Los asesinos de mi padre fueron juzgados y condenados», valora. «Hay tantos casos en que no la ha habido... A un amigo mío le mataron a su padre, que era policía, y nunca han tenido justicia», lamenta.

¿Quién era Pedro Blanco? Uno de sus amigos le retrató en aquellos días como «una buenísima persona, un hombre que vivía para los demás, que estaba siempre haciendo favores y un padre ejemplar». Sus hijos saben también que «era un gran profesional, con mucha vocación, que se dedicaba en cuerpo y alma a lo que quería hacer». Le recuerdan empeñado en que ellos practicaran deporte, «haciendo de taxista todo el fin de semana para que yo jugara al tenis y mi hermano hiciera atletismo». O haciendo maquetas y escuchando «música de lo más variada». Almudena había empezado poco antes a disfrutar de «una relación muy especial con él, algo cómplice, porque yo empezaba a ser una mujercita».

Para los dos, su madre fue «un ejemplo de superación, una mujer que tiró por nosotros para sacarnos adelante» y que luego se volcó en contar su testimonio y en colaborar con la AVT y con colectivos de víctimas. Su hija Almudena también rompió su silencio acudiendo a colegios como víctima educadora. «Los chavales tienen buen corazón y te entienden. Les cuento que la libertad que ellos disfrutan, afortunadamente, es fruto de los que ya no están, también de mi padre. Siento que rasco un poco en su conciencia». La otra tarde, Almudena se lo contó «con palabras muy pensadas» a su hijo de 7 años y en unos días dará una charla en el cole del mayor. Les hablará de muchas víctimas y también de un teniente coronel al que sus amigos llamaban Pedro y al que sus hijos se siguen refiriendo siempre como «papá».

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