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La noticia es que la noticia ha pasado sin pena ni gloria en Euskadi y Cataluña. En otros tiempos, singularmente en los prolegómenos del referéndum de 2014 en el que ganó el 'no' a la secesión con el 55% de los votos, cada mojón en ... el camino de la causa independentista escocesa se celebraba o se lamentaba en las sedes de PNV, Bildu, ERC y Junts como un logro o un fracaso propio. No obstante, el jarro de agua fría que el Supremo británico echó el miércoles sobre las aspiraciones del Scottish National Party (SNP) de convocar un segundo referéndum de independencia en noviembre de 2023 no ha provocado grandes cataclismos en la política doméstica.
Más bien al contrario, ha evidenciado que las reivindicaciones autodeterministas han pasado a un tercer o cuarto plano en las prioridades de buena parte de los nacionalistas catalanes y vascos, volcados, en cambio, en ganar influencia política en Madrid bajo el ala sanchista y en sus propias luchas de poder por la hegemonía en puertas de un 28-M que se antoja crucial. Y, al mismo tiempo, ha supuesto todo un baño de realismo para quienes, como el president Aragonès o el lehendakari Urkullu, han hecho de las apelaciones a la vía escocesa y/o canadiense el epicentro de su discurso soberanista.
Aunque, como en otras áreas de la vida, todo depende siempre del cristal con que se mire. Lo que ha negado el fallo de la corte presidida por el escocés John Reed es, en realidad, la potestad de Holyrood (el Parlamento escocés) para abrazar la unilateralidad y convocar otro plebiscito, aunque sea meramente consultivo, sin permiso de Londres. Un matiz que ha llevado a políticos como el dirigente de los comunes Jaume Asens a celebrar el fallo como un aval a la fórmula del referéndum legal y pactado que Urkullu lleva lustros reivindicando. De hecho, en el reciente aniversario del Estatuto puso como ejemplo a Escocia de que las consultas también pueden ser «para la unión», en alusión a quienes votaron a favor de quedarse en el Reino Unido y ahora quieren votar para permanecer en la UE. Pero el lehendakari es plenamente consciente de que el horno no está para bollos escoceses. «El tema no está en la agenda», reconocen en Ajuria Enea.
A esa vía se apuntó igualmente Aragonès poco antes de que Esquerra se quedara sola en el Govern tras la ruptura con Junts. De hecho, el acuerdo de claridad a la canadiense que planteó el president en septiembre -y que Moncloa no tardó en desdeñar- puso de manifiesto hasta qué punto se habían separado los caminos de los ya antiguos socios 'indepes'. Las semanas posteriores, con la 'desjudicialización' de las penas del 'procés' p actada entre Sánchez y ERC, han acabado de evidenciar que la prioridad de los republicanos es la rehabilitación de su cúpula para consolidarse en el poder mientras que las exhibiciones de fuerza en la calle parecen cada vez más cosa del pasado.
En todo caso, los magistrados del Supremo británico rechazan igualmente que el SNP pueda ampararse para reclamar la autodeterminación en sentencias históricas como la del Supremo canadiense que, en realidad, negaba a Quebec como sujeto de ese derecho. Además, la llamada 'vía escocesa' siempre ha chocado con la realidad de que en España sí existe una Constitución escrita que prohíbe expresamente la convocatoria de consultas separatistas frente a la 'common law' británica. Baviera, otro de los referentes que ha citado Urkullu en los últimos años, también vio cómo en 2017 el Constitucional alemán cortaba de raíz cualquier tentativa independentista. «La Justicia pone límites. Es muy difícil que la ley ampare la segregación», zanjó ayer Moncloa.
La respuesta de los nacionalistas ha oscilado entre quienes, como el PNV, han ignorado directamente el fallo o se han posicionado con manifiesta frialdad o quienes, como Arnaldo Otegi o Laura Borràs, han tirado de voluntarismo -es el caso también de la plataforma Gure Esku, convencida de que Escocia «seguirá avanzando, de una u otra manera»- y han reaccionado con palabras más bien huecas de solidaridad y elogio a la fortaleza de los pueblos que quieren «decidir democráticamente su futuro».
Otegi despachó el asunto con sendos tuits en euskera e inglés en los que saludaba la independencia como garantía de «un mundo mejor». En realidad, quienes, como Bildu, respaldaron en su día la secesión a las bravas a la catalana hace tiempo que han templado gaitas. No es cuestión de ponerse combativos. Pero tampoco de reconocer que la vía que ha elegido el SNP de Nicola Sturgeon -que ha deplorado el «wildcat referéndum» (algo así como 'gato salvaje') al estilo del 1-O catalán- es la de ceñirse estrictamente al principio de legalidad y buscar la legitimidad política en las elecciones. La tibia respuesta a lo que se cuece en Escocia obedece, seguramente, a que unos y otros son conscientes desde hace tiempo que ese callejón no tiene salida.
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