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La campaña andaluza llega a sus recta final (las elecciones se celebran este domingo, 19-J) y la principal conclusión es que nada ha cambiado, que la campaña, como casi todas, era perfectamente prescindible. No hay que olvidar que las campañas vienen precedidas de una ... precampaña en las que se repiten una y otra vez los mantras ideados para 'convencer' al electorado, de ahí el agotamiento. Una de las mejores cosas de la campaña andaluza es que ya enfila su sprint final. Atentos, porque las del domingo no son unas elecciones autonómicas más. Dejarán muchas secuelas en todos los partidos a nivel nacional, para bien o para mal.
El presidente del Gobierno y secretario general del PSOE se enfrenta a una derrota sin paliativos en el histórico feudo socialista. Palabras mayores. No hay que olvidar que en 2018 y por primera vez en cuatro décadas, el PSOE perdió el Ejecutivo andaluz pese a haber ganado las elecciones. Ahora, según apuntan todas las encuestas, no sólo seguirá fuera del Palacio de San Telmo, sino que también sufrirá un descalabro en las urnas.
Sánchez fue el que aupó a Juan Espadas al frente del PSOE andaluz en detrimento de Susana Díaz y Sánchez, por ende, será corresponsable de todo lo que suceda la noche del 19-J. Si los peores augurios se confirman (el mal menor es repetir los 33 escaños de 2018), dejará muy tocada la imagen del presidente, que a buen seguro buscará algún golpe de efecto para 'olvidar' la derrota andaluza. ¿Cómo? Todas las fuentes consultadas hablan de una inminente crisis de Gobierno para coger impulso de cara a las elecciones municipales y autonómicas de mayo de 2023 y a las generales que, teóricamente, se celebrarán a finales del próximo año. Pese a todo, lo que sí parece descartado es un adelanto electoral.
Recién llegado a la planta noble de la calle Génova, Alberto Núñez Feijóo tiene en Andalucía el gran trampolín que puede auparle hasta La Moncloa. Sin embargo, no hay que olvidar que asumió la presidencia del Partido Popular con plenas elecciones de Castilla y León y que el primer pacto PP-Vox para conformar un gobierno de coalición fue ya bajo su mandato. Sin embargo, el gallego se puso de perfil sabedor de que su Rubicón se llamaba Andalucía. ¿Por qué?
Si hay un líder autonómico a imagen y semejanza de Feijóo ese es Juanma Moreno. Representan el talante moderado del PP, el centrismo, el extremo opuesto a Isabel Díaz Ayuso. Son las dos fórmulas de ganar y, sobre todo, desactivar a Vox sumando más que las izquierdas para forzar la abstención del partido de Santiago Abascal. El problema de Moreno, que podría duplicar los 26 escaños de 2018, es que Vox, después de las elecciones de Madrid, cambió el paso y exige entrar en los gobiernos a cambio de sus escaños. Un escenario que el PP no aceptará ni en pintura y que podría desembocar, llegado el momento, en la repetición de las elecciones.
Las elecciones andaluzas de 2018 fueron la primera gran cita electoral que constató que Vox ha llegado para quedarse en la política española. Los 12 escaños logrados sorprendieron incluso a los propios beneficiarios, que desde entonces han ido 'in crescendo' en todas las citas electorales a las que se han presentado. En Andalucía, las sensaciones son contradictorias. Porque así como mejorarán su resultado de forma notable (el consenso de las encuestas les da en torno a 18-20 escaños), no menos cierto es que las expectativas generadas barruntaban mejores cifras.
A diferencia de lo ocurrido en Castilla y León, donde el partido apostó por una persona con un perfil muy bajo (nadie conocía al entonces candidato y ahora vicepresidente de la comunidad), Vox lo ha fiado todo a una de sus grandes lideresas, Macarena Olona, para competir en Andalucía. De hecho, no son pocos los analistas que apuntan a la estridencia mostrada por Olona como uno de los factores que está provocando que el partido no despegue. Ya ha advertido de que exigirá estar en el futuro Gobierno andaluz si el PP necesita al menos un escaño de Vox. Una posición de fuerza de enorme riesgo porque si provocan una repetición electoral, el efecto bumerán puede tener consecuencias imprevisibles en favor del PP.
Yolanda Díaz, por fin, ha decidido dar un paso al frente y 'mojarse' en una campaña electoral. Hasta ahora lo había hecho de perfil, con intervenciones muy puntuales y con sumo cuidado de no quemarse. Ahora, todo es diferente. Tanto, que ha aprovechado la campaña andaluza para anunciar a bombo y platillo algo que ya se conocía: que quiere llegar a La Moncloa y presidir el próximo Gobierno de España.
Lo ha hecho de la mano de uno de los muchos enemigos que acumula Pablo Iglesias: Iñigo Errejón. Es lo que ella llama 'sumar' entre diferentes, relegando a Podemos a un papel más que secundario. Una visión que enoja a los morados, quienes le recuerdan una y otra vez que la actual vicepresidenta segunda, sin ellos, no sería nadie. Según las encuestas, si llegan a una decena de escaños, sería un éxito notable. El problema es que en 2018 tuvieron 17, lo que evidencia que el 'efecto Díaz' puede tornar a suflé antes de tiempo.
Ciudadanos lucha por sobrevivir, así de claro y así de crudo. El Gobierno de coalición PP-Cs que estos cuatro años ha liderado Andalucía es el mejor ejemplo de cómo el pez chico es engullido sin piedad por el grande. En 2018, los populares tuvieron 26 escaños y los liberales, 21. Ahora, las encuestas dan al PP en torno a 50 y a Cs, entre cero y dos. Andalucía puede convertirse en el principio del fin de un partido que rozó la gloria en las elecciones de 2019 (Albert Rivera rechazó ser vicepresidenta de Pedro Sánchez en aquel potencial gobierno de los 180 escaños) y que Inés Arrimadas no ha sabido o podido reflotar. Si al final dejan el casillero a cero, el mazazo para el venidero carrusel electoral de 2023 será de una dimensón tal que dejaría a Ciudadanos al borde de su desaparición.
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