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Pedro Sánchez se ha convertido en una avezado contorsionista preso de su endeble mayoría parlamentaria. El presidente del Gobierno es el hijo pródigo de esa escuela llamada geometría variable que acuñó uno de sus oráculos: José Luis Rodríguez Zapatero. Se trata de sobrevivir a cualquier ... precio. No importa el quién, sino el qué. Ahí está, por ejemplo, la votación de los fondos europeos que salvó gracias a Vox. Fue la excepción a la regla, pero el mejor ejemplo de un Congreso balcanizado en el que que cada votación se ha convertido en un martirio.
¿Y cuál es la regla? Los pactos con ERC y EH Bildu. Sus 18 escaños, 13 y 5 respectivamente, son el mayor quebradero de cabeza de Moncloa. La aritmética es endiablada, de forma que los votos independentistas son esenciales para el Gobierno pero también es cierto que Sánchez sabe que no hay mayoría alternativa capaz de tumbarle. En eso andan, protagonizando un 'win-win' de manual. Todos ganan. El problema, al menos desde el punto de vista socialista, es la batalla del relato, digerir títulos en los que se destaca que Bildu salva al Gobierno y hacerlo, además, a las puertas de unas decisivas elecciones andaluzas.
Porque como viene ocurriendo a lo largo de la legislatura, la izquierda abertzale ha vuelto a dar un golpe de efecto copando todos los focos del debate en aras a culminar su estrategia de blanqueamiento hablando de las cosas del comer y no sólo de los presos de ETA. «Lo haremos por la gente, no por el Gobierno», ha zanjado en la tribuna la portavoz de Bildu, Mertxe Aizpurua. Da igual el porqué, importa el qué: la operación salvar al Gobierno y evitar que se eche en brazos del PP. Así será.
Sabedores de la enorme presión que Esquerra tiene de JxCAT, la pinza Bildu-ERC se ha vuelto a repartir los roles de poli bueno y poli malo. De nuevo, la izquierda abertzale aparece como la salvadora y los de Oriol Junqueras, como los duros. Tiraron de calculadora y las cuentas salían. Todos ganan. Aquí no ha habido ni rupturas ni contradicciones. El eje secesionista vasco-catalán sigue igual de engrasado y coordinado, para suerte o desgracia de Sánchez.
Que tanto ERC como Bildu quieren, buscan, que el actual presidente del Gobierno siga en La Moncloa quedó meridianamente claro en el vídeo desvelado en exclusiva por EL CORREO en octubre en el que Arnaldo Otegi, en una charla con afiliados y sin saber que le estabna grabando, explicó que su gran objetivo político era «sacar a nuestros 200 presos» de la cárcel. «Y si para eso hace falta aprobar los Presupuestos, pues los aprobamos», zanjó.
Lo hizo en Eibar, siete horas después de que en Aiete vendiese el «relevante» paso dado por la izquierda abertzale al reconocer a las víctimas de ETA. «Me alegro no tanto por lo que hemos dicho, que también, sino porque hemos vuelto a colocarnos en el centro del tablero, porque en este pueblo narcotizado hemos vuelto a hacer plas y a darle una patada al hormiguero». Hoy, han dado otra. Ellos marcan la agenda y Sánchez se salva. Todos ganan. Ya lo dijo aquel día: «No tenemos ningún interés en la caída de este Gobierno porque la alternativa sería la ultraderecha. Queremos que pasen estos dos años de legislatura y que este Gobierno cumpla otros cuatro años».
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