Egibar se va, su poder permanece
Dilatada trayectoria ·
Clave en la historia del PNV, su peso político, pese a la derrota frente a Imaz, se explica por su férreo control del aparato guipuzcoano tras firmar la paz internaSecciones
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Dilatada trayectoria ·
Clave en la historia del PNV, su peso político, pese a la derrota frente a Imaz, se explica por su férreo control del aparato guipuzcoano tras firmar la paz internaSin duda, la figura de Joseba Egibar Artola (Andoain, 1959) es de las que merecen explicación. No porque abandone la primera línea, algo a fin de cuentas inevitable teniendo en cuenta el carácter cíclico de la política y de la vida, sino por cómo ha ... logrado perpetuarse en ella más que ningún otro dirigente vasco (y seguramente europeo), hasta el punto de que su adiós es más una cuestión de formas que de fondo. El burukide más longevo, el eterno portavoz parlamentario, el férreo líder firme en sus lealtades pero implacable con sus enemigos, el guardián de las esencias soberanistas del PNV se marcha, pero su poder permanece y se perpetúa en un legado que trasciende lo político y se adentra en lo personal.
Los futuros integrantes de las listas guipuzcoanas (el territorio donde la renovación se nota menos), la candidata a volver a presidir el Parlamento, Bakartxo Tejeria, y las dos personas que suenan para sucederle en el Gipuzko buru batzar -el exdiputado general Markel Olano y la burukide María Eugenia Arrizabalaga- son, sin excepción, de su estricto círculo de confianza y criados políticamente a su sombra. «Eso de que se retira... No estará físicamente pero tiene a toda su gente en el Parlamento y en el GBB. Él pone y él quita. Como siempre», evoca un veterano alderdikide, que no se cuenta precisamente entre sus partidarios.
Los 'egibaristas' de pura cepa, básicamente, son todos los que están en el PNV guipuzcoano. Quienes allí han osado plantarle cara en algún momento de las casi cuatro décadas que lleva al frente de la nave jeltzale en el territorio (desde 1986, con el breve paréntesis de cuatro años de su antiguo delfín 'Zeler', a quien más tarde declararía la guerra), acabaron perdiendo cualquier atisbo de influencia en la organización. Ni Arantxa Tapia ni Jokin Bildarratz, por mencionar a dos consejeros guipuzcoanos de gran proyección y que en distintos momentos sonaron como candidatos a cargos de altura, acabaron por serlo. Ninguno de los dos, 'urkullistas' al final, es de su cuerda. O con Egibar, o contra él. Sin medias tintas.
La gran pregunta -y la que convierte su figura en clave para entender la historia reciente del PNV- es el porqué de su ascendiente y de su poder en el partido. Y, sobre todo, las razones de su supervivencia política de décadas a pesar de haber sufrido una de las derrotas internas más dolorosas que se recuerdan, la que le infligió Josu Jon Imaz en 2003, hace ya veinte años. Dolorosa porque si de algo estaba convencido Egibar, que se sacó la plaza de funcionario en el Ayuntamiento de su pueblo antes de ser casi todo en política, era de ser el sucesor natural de Xabier Arzalluz al frente del EBB. Una transición que se alargó en el tiempo y que los audaces 'jobuvis' capitaneados, entre otros, por Iñigo Urkullu, aprovecharon para convencer a Imaz de que le disputara la heredad. Cuando el hoy consejero delegado de Repsol dio un paso atrás en 2007 para evitar que el partido saltara por los aires, Egibar, lejos de emularle, se quedó.
Siempre se vio como el continuador de una estirpe que llevaba marcada a fuego por las hondas raíces nacionalistas de su familia. Por ser el nieto de Pablo Egibar, alcalde de Andoain y miembro histórico del GBB y del EBB. Por sentir que, nada más coger las riendas, había contribuido como el que más a salvar a la sigla en Gipuzkoa tras la traumática escisión de EA. Por su papel fundamental y entusiasta en la fallida aventura de Lizarra, de la que Sabin Etxea hoy reniega, pero que, en su lógica política, era un escalón más, el de la acumulación de fuerzas abertzales, para culminar el viejo sueño independentista. «A partir de Lizarra su peso en el partido creció», analiza un cargo jeltzale.
Jamás ha abandonado sus convicciones. Todavía en septiembre pasado, al cumplirse un cuarto de siglo del acuerdo que los nacionalistas firmaron con ETA, Egibar defendía en 'Gara' que el guion escenificado entonces «aún sirve» hoy porque «sigue pendiente abordar el conflicto». No en vano, años después del naufragio de aquel pacto, suya fue la jugada en el Parlamento vasco para pactar con Bildu las bases soberanistas de la reforma del Estatuto, un texto controvertido por su defensa del derecho a decidir y por la distinción entre ciudadanía y nacionalidad vasca que acabó durmiendo en un cajón. Su 'delfín' Olano dijo sentir «envidia de Cataluña» y él mismo, cuando Urkullu empezaba a poner las bases del acuerdo, estratégico, global y de largo recorrido con los socialistas y tras haber intentado, sin éxito, rescatar a Juan José Ibarretxe como ariete de las bases contra los vizcaínos, espetaba: «El PSE no es fiable a ningún efecto».
Pero, pese a los fracasos y a los tropiezos, pese a lo minoritario de sus tesis dentro del partido, Egibar siempre ha salido a flote, aferrado a la portavocía del grupo parlamentario que ha ejercido desde 1990 y que le daba visiblidad más allá de Gipuzkoa. Ni sapos como el que tragó cuando su candidato a presidir la Diputación, Jon Jauregi, tuvo que retirarse al hacerse público que no había declarado a Hacienda dos de sus seis casas le tumbaron. Tampoco el abrazo en el Parlamento con Alfredo de Miguel, condenado a más de doce años de cárcel por corrupción, y cuya inocencia siempre defendió hasta bien avanzado el proceso, le ha pasado factura aunque emborronase su trayectoria. El secreto, el pacto en pro de la paz interna al que llegó con el sector de Urkullu cuando el hoy lehendakari se aupó a la presidencia del EBB y Egibar aún conservaba al ABB de su lado. La filosofía, la de los bomberos: no pisarse la manguera. «Era un pacto cogido con alfileres, pero ha funcionado todos estos años», admiten en el partido. Y así sigue.
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