El Gobierno de Pedro Sánchez y, con él, el feminismo que se identifica de una forma u otra con sus postulados afrontan un 8 de marzo crítico, según constatan voces como la de la ex número dos del PSOE Elena Valenciano, por las hondas diferencias ... en torno a la agenda violeta del Ejecutivo y, yendo más allá, por la orientación y las prioridades que ha de tener la lucha por la equiparación entre sexos en este trance histórico. El movimiento que agrupa a las mujeres en la causa común por sus derechos nunca ha sido monolítico ni ha permanecido ajeno a los debates ideológicos y los dilemas de cada coyuntura. Pero la quiebra entre el feminismo que sigue incidiendo en los retos pendientes hacia la igualdad efectiva y aquel que se adentra en el campo de lo identitario y de las llamadas 'teorías queer', reflejada en la tormentosa negociación entre el PSOE y Unidas Podemos de la ley trans, ha reventado con la reforma del 'solo sí es sí' y alcanzado al último as en la manga jugado por Sánchez: la imposición de la representación paritaria que anunció este sábado.
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Los socialistas, sacudidos internamente como nunca por el contenido de la legislación que ensancha los derechos LGTBI y consagra el cambio registral de género, cedieron en esta norma al quedarse solos frente a Unidas Podemos y el resto del bloque de la investidura. El presidente también se avino a seguir respaldando la literalidad de la ley del 'solo sí es sí' para salvaguardar la cohesión con el Ministerio de Igualdad que dirige Irene Montero. Pero las más de 700 rebajas de pena y 70 excarcelaciones a condenados por delitos sexuales que se han beneficiado de la laguna en la norma han conmovido de tal forma a la opinión pública que el PSOE de Sánchez se dispone a sacar adelante en el Congreso mañana –la víspera del 8-M más envenenado– la toma en consideración de su reforma unilateral apoyándose en sus aliados del PNV y valiéndose de los escaños del PP y de Vox. De un PP que ayer volvió a exigir el cese de Montero tras ironizar con que medio Gobierno va a votar contra el otro medio y de una ultraderecha que, por boca de Santiago Abascal, tildó de «asquerosa» la norma de garantía de la libertad sexual aprobada por «unas locas», en alusión al equipo de mujeres al frente del Ministerio de Igualdad.
El PSOE y Unidas Podemos van a un choque de impredecibles consecuencias aunque ambos traten de dar por salvaguardada la coalición, aferrados a unas convicciones hoy opuestas que permean, a su vez, al movimiento feminista. Los socialistas llevan semanas persuadidos de que la mayor amenaza para ellos, en puertas del largo ciclo electoral, es dejar el 'solo sí es sí' como está aun a riesgo de tener que aprobar la reforma con la derecha a la que denuestan; una reforma que, insisten, no toca el consentimiento que sus socios de Gobierno sí creen vulnerado si se retorna a lo que califican como «el Código Penal de La Manada». Con todo, la nueva ley de paridad que el Ejecutivo aprobará también mañana –contestada por Podemos por no ser «prioritaria» y pura propaganda, según el PP– da a entender que el presidente es consciente de lo que se juega y de la necesidad de colocarse a la cabeza de la manifestación este 8-M en disputa. Ayer, la ministra María Jesús Montero, número dos del PSOE, evitó entrar al cuerpo a cuerpo con Podemos, pero sí defendió la reforma del 'solo sí es sí' para evitar «un dolor innecesario» a las víctimas y martilleó donde lo viene haciendo el partido: que el avance en los derechos de las mujeres en España no se entiende sin el PSOE, que ahora va a imponer «por narices» las cuotas paritarias a quienes las desprecian.
Las convicciones en Podemos transitan por otra vìa. Pese a que algunas encuestas sugieren que esta crisis les está desgastando a ellos, los morados creen que ya han concedido bastante al acceder a un cambio en el 'sí es sí' que no ven preciso; y también que, a diferencia del PSOE, su electorado sí asume que carguen la polémica sobre «los reaccionarios» del sistema. A partir de ahí, la estrategia de Podemos es diáfana: cuestionar la autenticidad del feminismo de sus socios –«Están dando gato por liebre», reprobó ayer la ministra y líder del partido, Ione Belarra– y advertir de lo que significará cobijarse en los votos del PP y Vox –la imagen horas antes del 8-M será «horrible», pronosticó Pablo Echenique, si sus socios «aplauden con los del latido fetal», en alusión al antiabortismo de la ultraderecha–. Pablo Iglesias se reservó la puntilla. Sánchez va a reformar el 'sí es sí' con el bloque de oposición en el Congreso tras haber expulsado a un diputado, el Tito Berni de la 'trama Mediador', «por corrupto y por putero».
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Quien fue mano derecha de Alfredo Pérez Rubalcaba al frente del PSOE no se anda con paños calientes ante este 8-M. Asiente cuando se le pregunta si el feminismo español encara un contexto crítico y describe la línea divisoria. «Nunca había habido una fractura tan clara», sostiene, entre «el feminismo de la igualdad, plural e institucional» con el que ella sigue identificándose y otro, que lo «ha sustituido» en el poder gubernamental, «más identitario, más volcado en la diversidad». El resultado es que lacausa común ya no cuenta con «una agenda compartida y prioritaria» y el «sujeto político, que en nuestro caso son las mujeres», se ha transmutado en «uno más diverso», como queda reflejado en la ley trans. Para la exdiputada, esto implica renunciar al feminismo de «mayorías» por «una suma de pequeñas minorías» no equiparables en su lucha. Y avisa de que, pescando en la ruptura, la derecha tiene campo para avanzar.
Si el feminismo se construye, Nagua Alba tiene su mojón fundacional: una ruptura de pareja en la adolescencia que le hizo percatarse, acompañada de amigos y lecturas, de que había sufrido maltrato psicológico. Representante, a sus 33 años, de las nuevas hornadas que vindican los derechos conquistados y los aún por materializar de las mujeres, la exdiputada vasca niega que el colectivo feminista esté en crisis y se reconoce en el legado de las pioneras. Pero sí se muestra rotundamente convencida de que leyes como la trans son «feministas» porque «los derechos no compiten», de que movilizaciones como las del 8-M son las únicas capaces de aunar en las calles a miles y miles de personas y de que le resultan intolerables «los discursos de odio contra colectivos vulnerables» como los LGTBI. Inquieta por lo que les sucede a las mujeres invisibilizadas como las inmigrantes, sostiene que Irene Montero recibe ataques impensables contra un hombre.
Sabedora de lo que es el feminismo casi desde niña -una época en la que la vida de las mujeres no se concebía sin los hombres-, dolorida por lo que ve y mordaz siempre, la extitular del ministerio de Servicios Sociales e Igualdad se niega a comulgar con lo que interpreta como «una nueva religión»: la que encarnan, censura, Irene Montero como «papisa» y el «colegio cardenalicio» que la rodea en su departamento. Añorante de «la solidaridad» de género que primaba en el feminismo de otras épocas, entre mujeres de distinto color político e ideológico, Villalobos considera que la ley trans se ha elaborado «de una manera precipitada que no favorece en nada a las mujeres» y le preocupa sobremanera «el follón» por el 'solo sí es sí' porque beneficia «a los que no creen en la igualdad». Trece años después de que se opusiera la reforma de Gallardón de la ley del aborto, el Constitucional y su propio partido acaban de darle la razón.
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