Dinamarca nos ha servido de referente durante muchos años como modelo a emular por sus indicadores políticos, sociales y económicos. Siempre aparece en los más altos puestos de los rankings que miden la calidad de la democracia y el desarrollo humano. La pasada semana volvió ... a ser país referencial por su estrategia para enfrentarse a la crisis del coronavirus convirtiéndose en el primer Estado que da por finalizada la pandemia. Con la buena reputación que tienen los políticos daneses en el cuidado de sus ciudadanos, toda una señal de esperanza para el resto de europeos. La primera ministra declaraba que Dinamarca volvía ser una sociedad abierta.

Publicidad

Lo que igual no sabe tanta gente es que en Dinamarca las legislaturas nunca llegan hasta el final. Los primeros y primeras ministras acostumbran a disolver el Parlamento antes y convocar elecciones cuando no tocan. No es una costumbre de tipo cultural, sino que tiene que ver con la fragmentación y con la repetición sostenida en el tiempo de fórmulas de gobierno de coalición minoritarias. La fragilidad parlamentaria de los sucesivos gobiernos no ha impedido a Dinamarca situarse al frente de la mayoría de los indicadores económicos, sociales y políticos. Las legislaturas cortas no son malas por sí mismas, aunque en España haya calado hondo el discurso negativo contra los adelantos electorales.

José María Maravall recogió en una investigación en todas las democracias parlamentarias los motivos de la celebración de elecciones. Y constató que el modelo danés era extensivo al resto de los países. La mayoría adelantaban las elecciones y el momento del adelanto coincidía con el interés electoral del partido del primer ministro. La repetición de elecciones por incapacidad negociadora es algo residual en Europa. En cambio, el estreno de la fragmentación parlamentaria en España en las elecciones de 2015 dio como resultado la celebración de cuatro elecciones generales en cuatro años con dos elecciones repetidas por falta de experiencia negociadora.

La actual aversión a las elecciones y el marco establecido de que son malas para la democracia proviene de una visión simplista del largo plazo y de una falta de cultura política sobre el funcionamiento de una democracia parlamentaria fragmentada. La votación de la reforma laboral debería ser motivo suficiente para la convocatoria inmediata de unas elecciones generales. Solo la suerte impidió que el Gobierno de coalición viera derrotado su proyecto estrella de la legislatura y dejara sin mejorar las condiciones laborales de los trabajadores. Y los proyectos políticos no pueden depender de la suerte cuando se creen que son necesarios para el cuidado de sus ciudadanos. Las encuestas dicen que el Gobierno cae mal, pero que sus políticas sintonizan con los intereses de la mayoría de la sociedad. El líder de la oposición está en el peor momento posible de popularidad externa e interna. Y el ruido que pueda generar una nueva campaña electoral no va a ser superior al griterío ensordecedor que suena cada día en el parlamento. Depender de la lotería trucada de la geometría variable no es un buen plan.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad