

Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
A. GONZÁLEZ EGAÑA
Azpeitia
Domingo, 2 de diciembre 2018, 19:32
El 3 de diciembre de 2008, Inaxio Uria Mendizabal se dirigía como cada día, después de comer, a tomar un café y a jugar su partida de cartas en el Kiruri. Nunca llegó. Un terrorista de ETA acabó con su vida cuando descendía de su todoterreno a escasos metros del mítico restaurante azpeitiarra. «Inaxio aparcó el coche encima de la acera en la pequeña calle que hay junto al bar, yo había encontrado aparcamiento al otro lado de la carretera frente al Kiruri y crucé. Seguí hacia adelante pensando que ya estaba otra vez colgado del teléfono, como siempre, y avancé por la acera. Escuché algo, no sé qué... Giré la cabeza, vi que un coche salía pitando y a Inaxio tendido en el suelo... Agonizaba...». José Mari Arzamendi, amigo del empresario azpeitiarra, no puede continuar el relato. Se lleva las manos a la cabeza, el recuerdo de aquellos instantes, minutos y horas que siguieron al atentado pesan aún demasiado en su memoria.
Pasaban pocos minutos de la una de la tarde. A Inaxio Uria, de 71 años, casado con Manoli Aramendi y padre de cinco hijos, le acababan de disparar tres tiros, dos de ellos le hirieron de muerte. Quedó tendido en el suelo junto a su todoterreno. El pistolero, un miembro del comando Ezusta de ETA, se le acababa de acercar, mientras otro etarra le esperaba a pocos metros, junto a un Alfa Romeo en marcha dispuesto para salir de allí a toda pastilla. Los dos terroristas habían robado el vehículo horas antes en el alto de Itziar, a menos de 30 kilómetros del lugar del atentado.
Por el asesinato de Uria, la Audiencia Nacional condenó, en mayo de 2017, a 44 años de prisión, a Beñat Aginagalde y Joanes Larretxea, miembros del comando Ezusta de ETA. Otro integrante del talde, Manex Castro, recibió la misma pena en el juicio celebrado en marzo de 2013.
Diez años después de aquel trágico miércoles, Arzamendi y otro de los amigos del industrial guipuzcoano, Avelino Tejera, siguen ocupando, cada día, una mesa en el restaurante Kiruri, la misma a la que Inaxio nunca más pudo volver a sentarse. Ellos tardaron un tiempo en poder hacerlo. Hoy, muy cerca de la chimenea que da calor al conocido jatetxe azpeitiarra, ubicado en el corazón del barrio de Loiola, junto al santuario, ambos se toman su café, a veces con un modesto 'chorrito' de algo más «para animar» el cuerpo.
«Cada día nos acordamos de Inaxio, nos viene a la cabeza por cualquier cosa», recuerda José Mari mientras reparte las cartas sobre un tapete verde. Toca jugar a 'la escoba', otros días, según el número de amigos que se reúnen, -dos, tres o cuatro- es el mus o el tute, el juego en el que Avelino inició a Inaxio, a José Mari y a otros. «Yo les enseñé, pero lo debí hacer demasiado bien porque luego eran ellos los que acababan ganándome siempre», rememora. El que perdía pagaba café y faria. Ahora, casi ninguno fuma.
Arzamendi, de la quinta de Uria, que el próximo 4 de enero cumpliría los 82, confiesa que tras el atentado fueron muchos días sin poder remontar. «¡Cuántas pesadillas! Todavía hoy sueño algunas veces con aquel día, me vuelven las imágenes del atentado...», asegura, para después reflexionar: «Ya podía ETA haberse disuelto antes... Inaxio estaría aquí, en nuestras partidas...».
A los amigos del industrial, se les ilumina el semblante cuando se les pregunta cómo era Inaxio. «Se desvivía por sus amigos», coinciden José Mari y Avelino. Desde crío le llamaban 'Gorrixe' por sus mofletes sonrosados. «Era alegre, jovial, una persona normal». Algunas veces les sorprendía con su agilidad. «Sin decir nada, de repente, se levantaba y, de un brinco, saltaba encima de la mesa... Era único, muy chistoso y tenía un gran don de gentes», repasan.
Hombres de costumbres, a la una y diez, ya estaban jugando la partida. Todos los días. No fallaban. Y a eso de las dos menos cuarto, Inaxio era el primero en levantarse junto a otro compañero de partida, obrero en Altuna y Uria, el negocio al que el industrial dedicó toda su vida. Lo había heredado de su aita Alejandro Uria, que en 1966 creó una empresa dedicada, sobre todo, a reformas de caseríos y trabajos de albañilería en la zona. Nueve años después, en 1975, comenzó a dedicarse a obra pública, siguió creciendo y participó en proyectos de construcción con renombre en Gipuzkoa y Euskadi como el Kursaal, la Bretxa, el Emisario de Monpás, la Autovía de Leizaran...
Fue en esa obra, en la que trabajaron en una UTE, donde comenzaron las amenazas de ETA. Les quemaron camiones y atacaron su maquinaria en varias ocasiones. Inaxio nunca comentó a sus amigos si tenía miedo de que le pudiera pasar algo, eran más bien ellos y los hermanos los que le decían que anduviera con ojo. «José Mari Uria me contó que ya le solía decir que fuera con cuidado, pero él no le daba más importancia», rememora Arzamendi. Pese a todo, siempre repetía la misma ruta entre su casa, junto al caserío familiar Azkune, la empresa en el barrio de Loiola, número 25 y el Kiruri. Algunos días por la tarde, si el trabajo se lo permitía, iba a Lasao en Azkoitia o al Landeta.
Fernando Lucas era el gerente de Altuna y Uria cuando ETA acabó con la vida de su jefe y amigo. Trabajaban entonces en las obras del TAV. No fue fácil remontar aquellos días. El despacho vacío de Inaxio le recordaba cada mañana la tragedia. Más de un día y de dos, pensaba sin darse cuenta: «Esto se lo tengo que comentar a Inaxio...», «a ver si luego estoy con él...». Fernando era la primera persona de la empresa a la que veía cada mañana. Casi todos los días, a las 7.30, quedaban en el parking. «Si me retrasaba un minuto ya me estaba llamando. Yo siempre le decía: 'Egon lasai...!'. Venía a mi despacho y en un cuarto de hora veíamos las cosas que había que resolver ese día, contratos, proyectos nuevos que habían salido... y él marchaba a visitar las obras y hacía gestiones con algún alcalde o proveedor.
Eso mismo ocurrió aquel 3 de diciembre. «Estuve con él como siempre y le dije que tenía que ir al Ayuntamiento de Eskoriatza para una reunión porque habíamos hecho allí una promoción de viviendas. Pasada la una de la tarde, me llamó el director técnico de la empresa y me dijo: «Oye Fernando, parece ser que le han pegado dos tiros a Inaxio y parece que está muerto». Le dije al alcalde lo que ocurría y que me tenía que ir corriendo. No sé ni cómo llegué a Azpeitia. Hice el camino de regreso como pude. La gente me llamaba. Me venían muchas cosas a la cabeza, la emoción me podía. Fue horrible. No me lo podía ni creer».
Recuerda a Inaxio como un hombre muy dinámico: «Siempre seguía su rutina, era tremendamente metódico. No dejaba nada para otro día». Nunca se llegó a jubilar, de hecho «trabajaba como si tuviera 50 años». «Era serio y exigente, pero al mismo tiempo amable y comprensivo. Creo que la gente le quería mucho. Cuando algún empleado le llegaba con algún problema personal siempre intentaba buscarle una solución», describe, recordando a un hombre forjado de una «pasta especial» y con un lema claro: «Trabajar, trabajar y trabajar».
Cree que, para ETA, «matar a Inaxio fue lo más fácil», pero que, igualmente, «podían haber atentado contra otro hermano o contra mí mismo». Cuando se estaba construyendo la autovía de Leizaran, la banda envió a Fernando Lucas una carta de extorsión. «Inaxio también recibió unas cuantas». Fue entonces cuando los dos comenzaron a tomar algunas precauciones. «Al principio no le das mucha importancia. Después, a raíz de los ataques contra camiones de la empresa, venía la Ertzaintza y nos decía que tuviéramos cuidado, que miráramos debajo del coche, que no aparcáramos en el mismo sitio debajo de casa, que cambiáramos las rutinas... Pero llega un momento en que piensas que no se puede vivir así y dejas de tomar medidas», confiesa Lucas.
El exgerente, jubilado hace ya cinco años, asegura que en la empresa «nadie tenía miedo». «Cuando estábamos haciendo el Tren de Alta Velocidad no pensamos que nos podía tocar a nosotros. Nos parecía tan absurdo», apunta. «Sufrimos daños materiales en algunas ocasiones, pero nunca pensamos que fueran a atentar contra la vida de nadie». Fernando e Inaxio no solían hablar de ETA. «No teníamos ese tema en la cabeza. Cuando más hablamos fue cuando atacaron nuestras máquinas en la autovía, pero lo que nos preocupaba realmente era que se parasen las obras. Decíamos: «Habrá que pensar algo... Nada más. Cuando llegaron las cartas, teníamos claro que no íbamos a responder a la extorsión».
Si tuviera delante al asesino de Inaxio, no sabe muy bien qué le diría, pero ante la pregunta, se le borra la sonrisa, baja la cabeza y se emociona. «¿Qué le diría? A ver si se da cuenta del disparate que hizo. ¿Por qué le mataron? ¿Todo esto para qué? Este y tantos otros asesinatos...».
Publicidad
Rocío Mendoza | Madrid, Lidia Carvajal y Álex Sánchez
Jon Garay y Gonzalo de las Heras
Almudena Santos y Lidia Carvajal
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.