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Las instituciones democráticas dieron ayer acuse de recibo de la disolución de ETA. Lo hizo primero Mariano Rajoy en La Moncloa. Y, unas horas después, el lehendakari Iñigo Urkullu y la presidenta navarra Uxue Barkos, juntos, en el Señorío de Bértiz, en la comunidad foral.
El lehendakari, fiel a su estilo, utilizó cinco términos para condensar sus sensaciones el día después. En concreto: alegría, memoria, esperanza, ilusión y compromiso.
Ciertamente, el final de la pesadilla criminal que ha supuesto ETA -que se disuelve sin dar la cara, con un comunicado de voz y otro escrito, derrotada por la democracia y sin haber logrado ni uno sólo de sus objetivos- sólo puede ser motivo de regocijo. Para los vascos y para el resto de los españoles. En especial para las víctimas, sus familiares y sus amigos.
Pero el de ayer no fue un día de alegría desbordante. No para mí y permítanme que sospeche que puede que tampoco para otros. Porque algunos ya sentimos esa tremenda alegría, esa liberación, en octubre de 2011 cuando los terroristas confirmaron su adiós definitivo a las armas, sí. Y porque no faltaron quienes se encargaron de emborronar la jornada. En las calles de algunas localidades y en el 'encuentro' de Villa Arnaga, en Cambo-les-bains.
Fue ¿la última?, ¿la penúltima? injusticia para las víctimas, y también para cualquier demócrata que no busque la equidistancia para arramplar unos cuantos votos de aquí y de allá. Que desconocidos den las gracias a ETA con pintadas en Donostia o Vitoria no figuraba en el guión de la jornada, pero entra en la misma lógica de los 'ongi etoris'. El despropósito de Cambo sí era, en cambio, bastante más previsible.
Lo que se vivió en la localidad vascofrancesa fue algo muy parecido a un mitin guionizado por la izquierda abertzale: Celebración por el avance que supone la disolución de ETA para la superación del 'conflicto.' Minuto de silencio por las víctimas del 'conflicto.' Ni una condena explícita de las salvajadas cometidas por los etarras. Exhibición de petulancia de alguna de las escasas 'personalidades' asistentes por su contribución al final de la presadilla. Y emplazamientos varios al Ejecutivo Rajoy: a dar una solución al problema, no de los terroristas presos sino de los 'presos políticos', y a que abra un diálogo político que traiga 'una solución justa y duradera' a Euskadi.
Ni el Gobierno central, ni el vasco ni el navarro estuvieron en la preciosa villa Arnaga. No lo vieron conveniente y/o no se fiaban. Sí estuvo, y de anfitrión, el 'lehendakari' de la Mancomunidad de Iparralde, Jean René Etcheverry, cada vez más encantado en su papel.
También acudieron el PNV, nada menos que con su presidente al frente. Y EH Bildu, Podemos y los principales sindicatos vascos, excepto CCOO. Visto lo visto y, sobre todo, oído lo que se oyó, ¿aún no se habrá arrepentido Andoni Ortuzar -Egibar doy por sentado que no- de ir?
Todos conocemos la inteligente estrategia del PNV para ocupar todas las sillas posibles: Urkullu la de la moderación, el partido cuando toca la de la radicalidad. Hoy liberalismo económico, mañana desparrame socialdemócrata. También las diferencias entre los diversos sectores.
¿De verdad se sentirá orgulloso Ortuzar de su foto en Cambo? Dudo mucho que las víctimas le aplaudan. E incluso algunos 'alderdikides'.
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