Deconstruyendo a Felipe 40 años después
La mirada del otro ·
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Cinco políticos de distinta ideología y generación trazan su particular memoria de aquel triunfo inaugural de González en el 82 y evalúan, desde el presente, sus luces y sombrasEl jarrón chino, la expresión con la que él mismo ironiza para ilustrar lo que pueden lucir y, sobre todo, estorbar los expresidentes del Gobierno, sigue imantando miradas propias y ajenas cuatro décadas después de aquella victoria electoral casi iniciática que enterró definitivamente el franquismo. Un triunfo que amarillea, pero cuyo artífice exhibe, de tanto en tanto, que quien tuvo, retuvo. Y que sigue despertando, a preguntas de este periódico, el interés del examen retrospectivo y poliédrico sobre su mandato de 14 años, el más prolongado de la España democrática.
Ese «tío de 60 tacos» -cumplió 61 en septiembre- en el que se autodefine Alberto Núñez Feijóo era un veinteañero aquel día histórico de 1982 en el que nutrió con su papeleta los 202 escaños que llevaron en volandas a Felipe González a la Moncloa. El presidente del PP nunca ha ocultado que votó a los socialistas, aunque junto a la confesión late hoy la crítica a lo «poco o nada que se parece» el PSOE del presente al de hace 40 años. «El 'sanchismo' ha barrido lo que quedaba de legado del 'felipismo'», concluye Feijóo, a quien no le duelen prendas en elogiar cómo España «se consolidó como una democracia adulta» bajo el mandato del responsable del Gobierno que más tiempo permaneció en el cargo. Quien aspira ahora a desalojar al PSOE del poder fue uno de aquellos jóvenes que votó a Felipe, arrastrado por un «liderazgo determinante». «Representaba la España del futuro que yo imaginaba», rememora Feijóo, que alumbra con una luz diáfana el legado de González -el «hito» de la incorporación a la UE- y lo cubre de una sombra: «Los casos de corrupción».
Lilith Verstrynge, heredera en el DNI de un apellido que remite a aquella España en construcción democrática, nació en 1993; es decir, el año en el que González ganó apuradamente sus últimas elecciones frente a un José María Aznar entonces de estreno. A la dirigente de Podemos, que no conoce personalmente al expresidente, le «gustaría charlar y debatir» con quien identifica como «una figura clave para entender el siglo XX español» y al que reconoce un «liderazgo carismático» que marcó las «esperanzas de una generación». Verstrynge lo ha acreditado con los militantes hoy de Podemos añorantes de aquellas expectativas y anhelantes, por ello, de que «no se les vuelva a defraudar».
Para ella, aun sin entrar en la treintena, González es el líder que, ya retirado, «maniobró internamente» en 2015 para «evitar un Gobierno de coalición progresista» y para salvaguardar un bipartidismo que «frustrase la posibilidad de cambio». Ese bipartidismo que «fue uno de sus mayores legados» pero que, apunta Verstrynge, acabó «impugnado» cuando dejó de ser «un modelo viable para la gente». ¿La luz del 'felipismo'? «La universalidad» de la sanidad gracias a la 'ley Lluch'. La sombra va ligada, para la dirigente morada, a «la desindustrialización» en la que germinó «la precariedad laboral».
La noche del 28 de octubre de 1982, ERC obtuvo un asiento -el de Francesc Vicens i Giralt- en aquel Congreso aún por afianzar. Hoy, cuatro décadas después, el republicanismo independentista suma 13 escaños y es sostén del Gobierno de Sánchez. Oriol Junqueras vuelve la mirada hacia el niño que tenía 13 años cuando González alzó el puño y la rosa imaginaria en la ventana del Palace y se retrotrae a aquella oleada de «ilusión y esperanza» que acabó finiquitada, sostiene, con un balance «decepcionante».
Junqueras, cuya condena y la de otros líderes del 'proces' por sedición está detrás de la bronca política de la semana, cree que los socialistas «perpetuaron los poderes económicos y fácticos y la defensa acérrima de la Monarquía» para acabar «en los grandes oligopolios que se enriquecen a costa de las familias». Junqueras contrapone a la trayectoria de ERC a «la corrupción» que salpicó en aquellos años al PSOE y extiende las sombras a «los GAL y la persecución del independentismo ya en los 90», con una única concesión luminosa: la reforma sanitaria de Ernest Lluch.
La líder de Ciudadanos tira de actualidad para oscurecer el legado de González: la ley del Poder Judicial promulgada en 1985 «que desvirtuaba el espíritu de la Constitución al permitir que los políticos puedan elegir a dedo» a los vocales del CGPJ. De aquellos barros estos lodos, viene a decir Arrimadas, que echa mano de los valores de «concordia» que escuchaba de niña en su casa y de su experiencia política posterior para reconstruir la memoria de aquel triunfo del PSOE de 1982 que a ella le pilló siendo bebé. Hubo barros y lodos, sí -la insoslayable «corrupción»- pero las luces del 'felipismo' vencen a las sombras, sobre todo por contraste con «los problemas que tenemos hoy con Sánchez».
«La lealtad a la Transición, el reconocimiento del rival político, el respeto al Parlamento, las reformas de progreso, la lucha firme y decidida contra ETA, la decencia de una socialdemocracia que no estaba entregada al nacionalismo (...)», recita la dirigente liberal, que remata alabando cómo el liderazgo de González logró «ilusionar a españoles que podían pensar diferente». Unos ciudadanos que, enfilados a «la modenidad» y la confluencia con Europa, «se han acostumbrado a prosperar pese a sus políticos».
El presidente del PNV, apenas veinteañero en 1982, guarda una memoria muy vívida de aquella noche electoral, que cubrió como periodista casi imberbe. Desde la atalaya del que es su oficio, Ortuzar asistió al «tsunami» del 'felipismo' que se rumiaba en el ambiente y que visualizó cómo «el fraquismo estaba muerto» tras «el miedo» que el golpe de Estado de un año antes había inoculado en «la clase política y la sociedad». «Yo soy nacionalista, pero me alegré del triunfo del PSOE porque ganábamos los demócratas», describe el hoy jefe de filas peneuvista, que apunta tres 'debes' graves en el mandato de González: la Loapa -«el Estatuto lleva 43 años sin cumplir» enteramente-, los GAL y las corruptelas.
Sabedor de lo que significa pilotar un partido poderoso, Ortuzar constata la valía del expresidente para cosechar votos más allá de su siglas, pero también el riesgo de vacío que llevan aparejados los «hiperliderazgos» y «la caja de resonancia» que pueden ejercer cuando se trasmutan en «jarrones chinos». «¿Que si cualquier tiempo pasado fue mejor? No, distinto. Y creo que ninguno cambiaríamos aquel por el de hoy», zanja.
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