Ni resonaron aplausos enlatados ni se oyeron ensayados abucheos. El debate sobre Política General que el jueves tuvo lugar en el Parlamento vasco discurrió en tono sosegado y tranquilo. Exposición y réplicas se expresaron con la fuerza que da la convicción, pero sin los aspavientos ... con que la adornan el sectarismo y la mala educación. El dato no es banal. Resulta, más bien, muy significativo, cuando se lo compara -y la comparación es obligada- con el poco edificante alboroto que se produce, día sí, día también, en el Congreso de los Diputados. No tenía, pues, el lehendakari del todo razón, al decir que «Euskadi no es ni un oasis ni una isla». En esto, lo fue -lo uno y lo otro-, y da gusto poder constatarlo tras tiempos en que casi hicimos gala de lo contrario.

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Dejó de serlo, en cambio -oasis e isla, digo- en la elección del marco en que los oradores, pero con especial énfasis el lehendakari, decidieron encuadrar su respectivo planteamiento. Solía pecar este debate de ensimismamiento, por no decir de ombliguismo, a la hora tanto de elegir los temas como de abordarlos. Todo giraba en torno a «lo nuestro». Esta vez, abrumada, sin duda, la Cámara por la situación de extremadas incertidumbre e inseguridad en que vive el mundo y, sobre todo, esta parte de él que nos ha tocado habitar, en casi nada de lo que se dijo dejaron de resonar los ecos de la pandemia global, de la crisis climática y energética que agobia a gobiernos y ciudadanos, y, muy especialmente, de la situación bélica abierta por la invasión de Ucrania ordenada y llevada, estos días, por Putin al paroxismo. No podía ser de otro modo. No hay apenas hoy nada que afecte a la sociedad vasca que no esté, a su vez, afectado por lo que en nuestro entorno ocurre. No está mal que, por una vez, así ocurra, Antes, lo que este día se oía en la Cámara saltaba a los medios foráneos por su excepcionalidad. Y, como lo que hoy se ha dicho ocupa a todos y a todos preocupa, no se ha juzgado noticiable. No fuera que la cordura y la mesura vascas supusieran un contraste sonrojante.

El lehendakari hizo gala del poder que otorga la posesión de la información

El lehendakari, protagonista del debate, hizo gala del poder que otorga la posesión de la información. Jugaba con ventaja. Abrumó a la Cámara con datos que él encuentra sobre la mesa y los demás deben hurgar laboriosamente en hemerotecas y archivos. Pudo así permitirse el lujo de corregir amablemente las imprecisiones ajenas. Si a tal fin, además de a la información general, sirvió el abundante cúmulo de datos que el lehendakari supo manejar, el abuso que de ellos hizo permitió que pasara por alto o tratara sólo de pasada asuntos que habrían requerido mayor atención. A este respecto, la exhaustiva enumeración de cifras de personas y presupuesto que prometió para arreglar Osakidetza robó el espacio que merecían tanto un reconocimiento más explícito del deterioro que el organismo ha sufrido -y no por azar- en estos años como una muestra más sentida de empatía hacia el sobreesfuerzo y el estrés que soporta su precario y escaso personal. Fue la excesiva concentración en las propuestas de futuro, con preterición de las deficiencias de pasado y de presente, lo que hizo al lehendakari merecer esa acusación -que, al parecer, tanto le molesta- de autocomplacencia y autosatisfacción. Lo mismo cabe decir de su exceso de optimismo, que, si bien pretende evitar un catastrofismo desalentador, corre el riesgo de pecar de lejanía respecto de esos muchos que viven con angustia la desesperada situación con que les toca pechar. Cuanto más positiva es una estadística más hiriente resulta para quienes se sitúan en sus márgenes inferiores.

Se ha destacado, por fin, el estruendoso silencio que rodeó esta vez lo que, entre nosotros, se conocía como la logomaquia del raca-raca. Se habló, sí, de autogobierno y Estatuto, exigiendo, con razón, su cumplimiento. Pero no de nuevo status. Tocaba hablar de las cosas de comer. Sólo Egibar e Iriarte, como quienes, descolgados del grupo, siguen hablando entre sí de sus cosas, dejaron entreoír a una audiencia distraída e indiferente términos como los de, según preferencia, «subiranotasuna» o «burujabetza». El portavoz del PSE-EE, por su parte, nuevo y solvente en estas lides, dedicó su tiempo a alabar a los suyos en el Gobierno y a defender la política de su partido en Madrid. Actuó como actúan los de UP en el Congreso, empeñado, como éstos, en dejar claro que los suyos están, pero no son, y representan la única garantía de progreso en un Gobierno conservador. No saben cuánto de subordinación denota esta actitud.

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