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Luis Alfonso Gámez
Sábado, 22 de junio 2024, 12:54
«No quiero saber más. Todo lo que pudiera aprender es una parte ínfima de lo que sé que no sé, y más aún de lo que no llego a atisbar», tiene como máxima Juan Ignacio Pérez Iglesias (Salamanca, 1960). La segunda afirmación es cierta. ... Hace muchos años que el nuevo consejero de Ciencia, Universidades e Innovación es consciente de que, cuanto más crece la isla del saber, más extensa es su costa expuesta al mar de lo desconocido. Pero él siempre querrá saber más. Es un curioso «impenitente», «irredento», según quienes le conocen.
Pérez Iglesias es el más salmantino de los vizcaínos y el más vizcaíno de los salmantinos. En los calurosos agostos castellanos de la niñez, disfrutó pescando sardas con un saco y cogiendo ranas en una poza. «No era fácil atraparlas, aunque lo intentábamos con empeño, mucho más empeño que acierto», reconoce en su libro 'Animales ejemplares' (2020). Llegó a Bizkaia en 1969 con sus padres, Manuel y Carmen, y su hermano Roberto. En Salamanca cursó la primaria y aquí, el bachillerato en los institutos de Rekalde –un año– y de Portugalete, donde también hizo el COU. «Era muy voluntarioso, con iniciativa, muy tenaz. De los dos mejores de clase. En el laboratorio, siempre quería ir más allá de lo que pedían los profesores», recuerda un compañero del bachiller.
«Era un tío muy abierto a todo en cine, en música… Defendía con pasión sus ideas, pero no era cerrado. Es de las personas que conozco que más escucha a los demás», añade su amigo de la adolescencia. Un profesional que le ha tratado intensamente en su etapa como gestor académico coincide en que «su capacidad de escucha es extraordinaria, en un mundo caracterizado porque nadie escucha a nadie». Cuando escucha con la mirada fija, se intuye que está dándole vueltas a lo que cuenta su interlocutor. Si no está de acuerdo, lo dice con una convicción y unos argumentos que algunos toman como «cierta altanería, soberbia». «No es tal; solo lo parece».
Iñako, como le llaman muchos amigos, es «extremadamente introvertido». Por eso el primer contacto resulta engañoso. Va entrando en la conversación «poco a poco, como un diésel, y de repente es una maravilla». Detrás del hombre, para muchos, de gesto adusto, hay un apasionado conversador y un explicador extraordinario, algo de lo que se han aprovechado generaciones de alumnos de la UPV/EHU, de la que es catedrático, y quienes asisten a sus charlas o leen sus libros.
Estudió Biología en la Universidad del País Vasco (1977-1982). «Era un alumno notable», afirma uno de sus profesores, que le conoció cuando ya dominaba la lengua vasca. Recuerda que, durante una reunión con un responsable del Gobierno de Vitoria para ver qué libros textos se iban a traducir al euskera, el gestor se disculpó porque, dado su desconocimiento del idioma, el encuentro tuviera que celebrarse en castellano. «Iñako inmediatamente dijo que, si no pasara algo así, este no sería un país tan divertido. Y no hubo ningún problema».
Durante su etapa universitaria, trabajó en los veranos como pinche en el restaurante del molino de Aixerrota. «Lo que pasó con los años demuestra lo que es él», dice su antiguo profesor. «Se había sentido tan bien tratado allí que, en cuanto puedo ir como cliente, lo hizo. Y se notaba que allí le querían». Le gusta cocinar. Borda la salsa vizcaína y, sentado a la mesa, siente predilección por los caracoles y el 'steak tartar'. Pero, sobre todo, disfruta de la compañía de los amigos en torno a la comida. «Es muy leal con su gente», indica un colega.
Especialista en bivalvos, a partir de 1997 se volcó en la gestión universitaria. Fue vicerrector de euskera (1997-2000), no salió rector en su primer intento y luego lo fue desde 2004 hasta 2008, cuando, como único candidato, solo recibió en las urnas el 45,4% de 'síes', frente al 54,6% de 'noes'. «Fue un golpe durísimo para él», lamenta su exprofesor, para quien Pérez Iglesias y Emilio Barberá (1978-1991) han sido los mejores rectores que ha tenido la UPV/EHU.
Tras ese revés, se volcó en la divulgación y creó la Cátedra de Cultura Científica, convencido de que había que sacar la universidad a la calle porque «el conocimiento científico nos ayuda a tomar decisiones tanto individuales como colectivas que son muy importantes». Son incontables las iniciativas que ha apoyado, desde programas de televisión hasta festivales de ciencia, y que han hecho de Bilbao un referente de la divulgación científica. Incluida la de la pedagogía con unas jornadas, tituladas 'Las pruebas de la educación', que parten de su convencimiento de que las metodologías educativas tienen que estar sustentadas por la evidencia científica.
«Hay que pedir pruebas de todo. No hay que cansarse de hacerlo», suele decir uno de los divulgadores españoles más reconocidos y premiados. Pérez Iglesias ha participado en el Consejo de Administración de EITB, donde ha impulsado la divulgación científica, es asociado del Donostia International Physics Center (DIPC) y miembro de Jakiunde, la Academia de las Ciencias, de las Artes y de las Letras Vascas. En su último libro de divulgación, 'Primates al este del Edén', cuenta cómo la evolución ha modelado el organismo humano desde que nos echaron de la cuna, el bosque húmedo africano, y estaba pensando en el siguiente cuando se cruzó en su camino la propuesta de Imanol Pradales de formar parte de su equipo.
Muy activo en las redes como @uhandrea, el nuevo consejero de Ciencia, Universidades e Innovación comparte en ellas reflexiones de todo tipo, recomendaciones culturales y recetas. Lector voraz de ensayo y ficción–«le encanta que le sugieran libros», indica uno de los que lo hacen–, además de leerlos en papel, lo hace en formato digital y también como audiolibros. Andarín, cuando no da largos paseos en compañía de su esposa, se pone los auriculares para aprovechar el tiempo de su caminata en solitario, por ejemplo, desde Leioa –donde vive– a Bilbao. Siempre quiere saber más.
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