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Ruptura o no, que todo es posible, lo único claro es que ya nada va a ser igual. El salto de Luis Gordillo desde Ciudadanos al PP, desvelado ayer en exclusiva por EL CORREO, ha deteriorado como nunca antes en Euskadi las relaciones entre los ... dos partidos, que comparten coalición desde las últimas elecciones autonómicas. La formación naranja amaga por primera vez con volar por los aires la alianza por la que dispone de un representante en el Parlamento vasco, aunque entre sus por ahora socios populares cunde la sensación de que es un mero órdago y, finalmente, aguantarán por su escaso margen de maniobra. «No tienen otra», sintetizan.
Hasta ayer mismo Euskadi parecía un oasis ajeno a las hostilidades entre ambas fuerzas, desatadas por la OPA que los conservadores lanzaron sobre los liberales en su objetivo declarado de reunificar el centroderecha en toda España. Ni siquiera la fallida moción de censura en Murcia –principal desencadenante de la incesante fuga de militantes de Cs a las filas del PP y del enfrentamiento de Inés Arrimadas con Pablo Casado– había hecho temblar los cimientos de una coalición que venía trabajando como un único bloque. La ruptura no era ni una hipótesis, aunque ya por entonces comenzaban a circular rumores sobre el futuro de Gordillo. Era un secreto a voces.
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El desenlace ha llegado medio año después, pero no por esperado ha causado menos impacto. «No había ninguna necesidad de esta lamentable maniobra», clamó José Manuel Gil, coordinador general de Cs Euskadi y ahora único militante de este partido con representación institucional en toda la comunidad autónoma. «Parece que están perdiendo el norte, lo digo con gran tristeza», apuntaló desde Madrid el portavoz adjunto en el Congreso, Edmundo Bal. En las filas naranjas eran conocedores de las dudas de quien fuera líder de la formación hasta hace un año, pero no se esperaban que cambiara de barco tan a corto plazo.
La comunicación oficial se produjo el miércoles por la noche y se escenificó al más alto nivel ayer a primera hora de la mañana, cuando Gordillo accedió al pleno del Parlamento acompañado de Carlos Iturgaiz. En una fugaz comparecencia ante los medios, el presidente del PP vasco le dio la bienvenida y 'vendió' el fichaje como la muestra de que las siglas populares son «la casa común del centroderecha constitucionalista». Una casa, agregó, que mantiene «las puertas abiertas» para que otros militantes de Cs tomen el mismo camino. En su equipo no ocultan el total júbilo por la culminación de una operación «estratégica».
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El propio Gordillo hizo suya esa meta de un PP que aglutine a conservadores, liberales e incluso socialdemócratas descontentos en un mismo proyecto político que supere la fórmula de la coalición. «La única manera de ganar al PSOE y sacar a Sánchez de La Moncloa es unir al centroderecha liberal de toda la vida apoyando a Casado como candidato a presidente del Gobierno», proclamó el nuevo militante popular, que se estrenó como tal en la tribuna defendiendo el rechazo a la Ley de Aportaciones. Lo hizo en un largo pleno en el que evitó en todo momento coincidir con Gil. Incluso dio rodeos por el hemiciclo para llegar al escaño sin tener que cruzarse con su ya excompañero.
El ahora único parlamentario de Cs estaba «tocado», coinciden varios representantes del Legislativo. No en vano, le tocó el difícil papel de defender la postura única de ambos partidos en varios puntos del pleno en un día que había inaugurado acusando al PP de comandar un «ataque sin pies ni cabeza» a su formación. Tal era su enfado que exigió a Gordillo que renunciara a su acta –«es lo lógico», dijo– e hiciera correr la lista electoral bajo la tesis de que fue escogido como miembro de la formación liberal. El interpelado descartó esa opción –«el escaño pertenece a la persona», respondió– y se permitió recordarle que, en tal caso, la siguiente en la papeleta sería Raquel González, presidenta del PP de Bizkaia.
Pasado el trance, la cúpula de Cs Euskadi abordará durante los próximos días cuáles son las opciones que se abren ahora. Gil no descartó una fragmentación que deje al PP con cinco parlamentarios y le lleve a él mismo al Grupo Mixto. Allí le esperaría su única integrante, Amaia Martínez, de Vox, con quien debería compartir recursos y sobre la que pesa un cordón sanitario acordado por la mayoría de la Cámara para limitar su actividad política. Por el momento, el equipo de Arrimadas en Madrid enfría esa opción al escudarse en su «responsabilidad» por mantener «unido» al constitucionalismo en Euskadi y ejercer de «dique de contención» frente al nacionalismo.
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