Combate frente a debate
ANÁLISIS ·
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ANÁLISIS ·
La política actual concentra en exceso su atención en los líderes, de modo que el debate sobre las ideas queda desplazado por el combate entre las personasSé que nada nuevo anuncio, si digo que ya ha empezado la campaña electoral. Era sabido desde que la debacle de Andalucía encendió las alarmas en el PSOE y el recambio de Feijóo, la esperanza en el PP. Pero, como para que no cupieran dudas, ... los propios protagonistas lo han confirmado con una antelación y una desfachatez que nunca habían coincidido en nuestra reciente historia. Lema y todo ha desplegado el PSOE, y de ningún tema habla el PP que no sea el de sustituir al Gobierno. Aceptemos, pues, que la razón electoral será la clave que nos permita interpretar cuanto ocurra en la política del país de ahora en adelante. Nada harán ni dejarán de hacer los partidos sin antes calibrar su incidencia en las elecciones municipales y autonómicas, primero, y generales, en principio, medio año después.
Nada hay, por cierto, en esto que no sea prolongación de lo que habíamos visto a lo largo de la legislatura, siempre en inestable equilibrio entre mantenerse a flote o zozobrar. Cada votación en el Congreso ha sido una prueba de su fragilidad, y hasta el presidente se ha visto obligado a ahuyentar dudas con insistentes declaraciones de su voluntad de culminarla. La amenaza de elecciones anticipadas se ha cernido, en efecto, sobre la legislatura desde la misma moción de censura que le dio origen. Y, más quizá que la terca insistencia de la oposición en darla por acabada, ha sido la abigarrada heterogeneidad de cuantos se amontonaron en torno al poder lo que la ha alimentado. Dejada, pues, constancia de su realidad, tratemos de anticipar cuáles serán los rasgos de la interminable campaña que nos espera.
De momento, todo indica que el tono va a ser inminentemente personal. Sánchez y Feijóo, por hablar sólo de los dos principales contendientes, han emprendido un duelo. Nada extraño. En su respectivo crédito personal radica hoy su debilidad o su fortaleza. El socialista parte con la credibilidad mermada por sus contradicciones, incoherencias e incumplimientos, mientras que el popular comienza con una fama, merecida o gratuita, de aburrida solvencia. Lo que uno tiene por ganar el otro lo tiene por perder. La campaña hará de juez. De ahí que los socialistas saquen a su candidato de paseo por territorio nacional y de viaje por el exterior, mientras los populares insisten en el cara a cara del suyo con el adversario. El esquema es coherente con la corriente actual de una política que ha erigido el toque personal en eje de su ejercicio. Los dos principales partidos del país lo están explotando al extremo. Los equipos son mera comparsa que se desvanece a la sombra del líder. ¡No digamos las medidas!
El planteamiento tiene más inconvenientes que ventajas. Primero, el combate entre personas desplaza el debate de ideas, y las políticas acaban suplantadas por los políticos. La cosa va de estados de ánimo, de rechazos o adhesiones, de antipatías o simpatías personales. Las políticas no se analizan por lo que valen en sí mismas, sino que se usan como pullas para arruinar el prestigio del rival. El sentimiento sustituye a la razón y la polarización se hace más encarnizada. De otro lado, la personalización corre el riesgo de deslizarse de la sutil descalificación al insulto abierto, pasando por estadios intermedios igualmente detestables. La política se hace irrespirable y despreciable. Por fin, ese citado riesgo de deslizamiento aumenta en el contexto de banalización de las relaciones personales que hoy se practica en los medios sociales de comunicación, de manera que la cultura alternativa que se desahoga en lo que ha venido en llamarse «zascas» resulta, además de corrosiva, contagiosa y acecha a los formatos más formales de comunicación.
Estos riesgos interpelan, por tanto, también a los medios que se autoproclaman serios. La tentación de hacer seguidismo o actuar como meras correas de transmisión de lo que cada bando hace en el espacio político les resulta difícil de resistir. Su función, sin embargo, además de transmitir lo que ocurre en ese campo -ser, en definitiva, caja de resonancia que amplifica hasta hacer retumbar el ruido en él generado-, no deja de ser también la de fomentar el espíritu crítico en la opinión pública y hacer entrar en razón a quienes, estando al servicio público, de ella se desvían. El desempeño de esta función correctiva o sustitutiva sería apreciado por quienes, desentendidos de lo que se entiende vulgarmente por política, aún siguen comprometidos con la cosa pública.
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