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Para ser un «jarrón chino», como él mismo definió a los expresidentes del Gobierno, se conserva en plena forma. Felipe González (Sevilla, 1942) tenía 35 años cuando nacieron los Pactos de La Moncloa. Nadie mejor que él para hablar de política y, sobre todo, de ... unos acuerdos que ahora dominan el relato de una España noqueada por el coronavirus. Junto a Miquel Roca y Josep María Triginer es el único firmante de aquellos pactos que sigue vivo. Se ha autoimpuesto reflexionar mucho, hablar poco y molestar todavía menos, pero accede a charlar en exclusiva con EL CORREO sobre la España de entonces y la que diseñará un futuro incierto. «Los ciudadanos son más conscientes de la gravedad de la situación que algunos representantes políticos», asegura sin ambages.
- ¿Le ha llamado Pedro Sánchez para pedirle consejo?
- No me parece relevante, pero yo siempre estoy disponible sea cual sea el Gobierno de España.
- El presidente ha tomado como bandera los Pactos de La Moncloa para buscar el apoyo de la oposición en la reconstrucción del país. ¿Son reeditables?
- Las circunstancias eran diferentes. Entonces, acabábamos de votar democráticamente por primera vez en 40 años. La coyuntura social, económica y política era muy grave y delicada, así que Adolfo Suárez, que gobernaba la UCD sin mayoría absoluta, tomó la iniciativa de convocar en Moncloa a todos los líderes políticos con representación parlamentaria. Desde el Partido Comunista a los nacionalistas catalanes y vascos, pasando por varios partidos socialistas y llegando al grupo de Alianza Popular, todos recibimos la convocatoria y nadie se negó a comparecer y asumir el desafío que se planteaba.
- ¿Nadie dudó?
- Todos estábamos dispuestos a enfrentar el desafío social y económico en su gran magnitud, y éramos conscientes de que la democracia naciente era frágil y había que intentar salvarla de los peligros que la amenazaban.
- ¿No hubo vetos o autoexclusiones, como ahora?
- Nadie se planteó si debían estar o no los comunistas de Carrillo, ni los representantes del PNV de Ajuriaguerra, ni los nacionalistas representados por Roca, ni la gente de Fraga. No hubo vetos ni autoexclusiones. Y debo reconocer, con la perspectiva del tiempo y lo ocurrido a continuación de los Pactos, que Carrillo era el más dispuesto a firmar la propuesta de Adolfo Suárez y Fuentes Quintana. La opinión pública, como ahora, quería que hubiera acuerdos entre los representantes políticos. De esa disposición a pactar para enfrentar la crisis entre políticos de ideologías y procedencias tan diferentes se pudo pactar la Constitución del 78.
- Si la coyuntura era dramática en todos los aspectos, ¿por qué fue posible alcanzar un acuerdo y ahora parece un imposible?
- La necesidad de llegar a acuerdos es hoy tan necesaria como lo era entonces o más. Las razones de fondo: luchar por salvar vidas, recuperar la salud y restaurar una economía dañada por la pandemia y sus exigencias son ahora más necesarias que entonces.
- ¿Cree, entonces, que son reeditables aquellos pactos?
- Me parece que más que un pacto debería instalarse una dinámica de acuerdos. Primero, sobre lo inmediato, que es recuperar la salud, cómo y cuándo salir del confinamiento, proteger a los más vulnerables y todo nuestro aparato productivo. Y después, sobre cómo acordamos el Presupuesto para 2021, que tendrá grandes dificultades para hacer políticas de gasto que nos saquen de esta gran parálisis.
- ¿Pero realmente cree que hay mimbres para ello?
- Es un problema de voluntad para servir a la sociedad más allá de intereses personales o partidistas. No faltan instrumentos ni siquiera inteligencia para llegar a un punto de cesiones de todos para poner los intereses generales por delante de todos los demás, aunque sean legítimos en tiempos de normalidad. La coyuntura política para pactar lo que sea necesario hoy es mejor que la de los Pactos de La Moncloa.
- ¿Seguro?
- Nada justifica una política de descalificación de cualquier interlocutor. Eso se hizo bien entonces y ahora hay más razones y medios para hacerlo. Si algunos dirigentes no quisieran asumir la responsabilidad, estando en el Gobierno o en la oposición, tampoco hay que lanzar ataques que creen tensión en la sociedad. El que no quiera estar que no esté. Los ciudadanos decidirán como los califican.
- ¿España está preparada para afrontar esta crisis?
- Si tenemos sociedad para superar esto debemos tener representantes que hagan su tarea de ponerse de acuerdo para responder a esa sociedad que les reclama que estén a la altura. Los ciudadanos son más conscientes de la gravedad de la situación que algunos representantes políticos y lo demuestran de manera abrumadoramente mayoritaria todos los días.
- ¿Qué cesiones deberían hacer unos y otros? ¿El PSOE debería romper con Podemos y el PP, por contra, cerrar filas con los socialistas a pies juntillas?
- Tanto hace más de 40 años como ahora, nadie debería poner condiciones previas a los pactos, como las que señala. Respetemos, hoy más que nunca, las reglas de la democracia constitucional y el Estado democrático de Derecho. El Gobierno de turno en España sale del Parlamento y sólo el Parlamento puede decidir su composición. Todo gobierno, guste o o no, refleja un resultado electoral.
- En aquellos pactos, estuvieron políticos de todas las ideologías. ¿La extrema derecha y el independentismo deben formar parte de este hipotético acuerdo?
- Sería negativo excluir a alguien con representación parlamentaria, pero no es improbable que algunos no quieran estar. Vivimos algunas paradojas como el rechazo de dirigentes políticos de hoy a los acuerdos de hace 40 años. Los pactos de La Moncloa y la Constitución. Algunos estaban entonces y hoy no parece que quieran estar. Otros que no estaban o que los criticaban entonces, ahora parecen ser los «dueños» de la cosa. Por ejemplo, de la Constitución.
- Desde ciertos sectores políticos y gubernamentales, el relato señala al empresariado como el enemigo público 'número uno'. ¿Qué le parece?
- Cuando hablo de no excluir a nadie y menos de buscar entre nosotros a 'culpables' para señalarlos como obstáculos para implantar las medidas necesarias pienso especialmente en los empresarios. De todos los sectores y de todos los tamaños. Es peor que un error, que en política se cometen a veces. Es una estupidez, que no es perdonable en la gestión pública. Necesitamos a los empresarios prioritariamente para la salida de la crisis. Lo único inteligente es contar con ellos. No quiero expresar con dureza la impresión que tengo cuando oigo a los que buscan 'culpables' para sus desvaríos.
- El PP rechaza los pactos porque denuncian que son un «señuelo» para impulsar un cambio de régimen.
- Creo que no hay razón alguna para alegar que el peligro de llegar a acuerdos es que pueden ser un señuelo para impulsar un cambio de régimen. Imaginemos que algunos quisieran salirse del marco constitucional vigente rompiéndolo al hilo de los pactos para superar la crisis. Déjeme que exprese con rotundidad que eso no sería posible porque nunca contaría con el partido socialista. Y quiero pedir excusas, porque sólo hablo en mi propio nombre. No representó a nadie. Además creo que la inmensa mayoría de la sociedad española no lo aceptaría.
- ¿Esta incapacidad de llegar a acuerdos entre diferentes puede provocar una ruptura casi total entre la sociedad y la política, generar aún más frustración de la que existe?
- Esta sociedad que se sacrifica con responsabilidad para superar la pandemia como único enemigo para todos, espera que los políticos se pongan de acuerdo. Si no lo hacen la fractura entre representantes y representados, se ahondará y sembrará el camino para populistas de todo signo.
- Usted que es un europeísta convencido y convincente en Bruselas, ¿cree que el proyecto europeo está en juego?
- He vivido el proceso de Construcción Europea durante más de una década en el Consejo. He sido solidario con Alemania en el momento crítico de la caída del muro de Berlín y de la unificación. Espero esa Alemania de Helmut Kohl, que se jugó la cancillería con la aceptación del euro con una idea fuerza que aún me conmueve: «Quiero una Alemania europea. Nunca más una Europa alemana». El proyecto europeo está en juego. De manera tan dramática que los serios tropiezos frente a la crisis de 2008 hoy se pueden convertir en un problema existencial. Lo más importante es saber que de esta crisis, nadie, ningún europeo, saldría ganando sin la Unión.
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