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Los cinco magnicidios que vivió España en un siglo

Los cinco magnicidios que vivió España en un siglo

Los presidentes del Gobierno Prim, Cánovas, Cánovas, Canalejas, Dato y Carrero murieron asesinados entre 1870 y 1973

Sábado, 9 de noviembre 2024, 20:57

La palabra magnicidio proviene del latín, donde 'magnus' remarca la grandiosidad y 'cidio' la acción de matar. El tiranicidio gozaba de buena prensa en los tiempos antiguos como una suerte de castigo para los príncipes que traicionaban la confianza que el pueblo depositaba en ellos. Bruto pregunta en el drama de Shakespeare: «¿Preferiríais que César viviera y morir todos esclavos a que esté muerto César y vivir todos libres?».

En el marco de las revoluciones modernas, los regicidios -de Carlos I de Inglaterra a Luis XVI de Francia o Nicolás II de Rusia- dieron paso a una legalidad alternativa. Ya en el siglo XX el magnicidio se convirtió en una expresión violenta de la lucha por el poder que buscaba conmocionar a la opinión pública o denunciar un poder despótico. Los historiadores los han descrito en su modalidad horizontal (entre candidatos al poder) y vertical (entre ideas y proyectos diferentes). Algunas veces el objetivo era un cambio radical y en otras ocasiones todo lo contrario.

En España, cinco presidentes fueron asesinados en poco más de un siglo, entre 1870 y 1973: Prim, Cánovas, Canalejas, Dato y Carrero. El Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo acoge ahora una exposición sobre los magnicidios, comisariada por el catedrático de Historia Contemporánea de la UPV Antonio Rivera. Podrá verse hasta el 5 de enero y presenta materiales inéditos.

El valedor de Amadeo de Saboya

Prim 27/12/1870. Calle del Turco, Madrid.

El valedor de Amadeo de Saboya

Amadeo de Saboya
Imagen - Amadeo de Saboya

Prim era el valedor de Amadeo de Saboya, sustituto de la dinastía borbónica expulsada tras la Revolución Gloriosa de 1868. Su asesinato dejó solo al rey, que renunció enseguida, desatando una grave crisis política. Nunca se supo quién estuvo detrás del crimen. Se habló del duque de Montpensier -cuñado de la destronada Isabel II y luego suegro de Alfonso XII- y del general Serrano, también de los monárquicos alfonsinos y de los republicanos. Año y medio después también intentaron matar a Amadeo, de la misma manera.

El atentado reunió a un grupo numeroso de sujetos embozados y armados de trabucos que dispararon contra el coche de caballos. Hasta 18.000 folios sumó el expediente judicial y, aunque todo apuntaba al republicano Paul y Angulo, tenaz enemigo de Prim, el general dijo antes de morir: «No lo sé, pero no me matan los republicanos».

Cuadro de Amadeo I de Saboya ante el cadáver de Prim.

La trama presenta intereses en las alturas, secuaces que manejan dinero para sufragarla, conspiradores implicados, avisos previos del atentado, escasa protección, manos poderosas que entierran el sumario, una viuda que sospecha, anuncios oficiales obviando lo ocurrido y un momento crítico en la historia del país resuelto de manera extraña.

Prim fue muy popular tras la guerra de África de 1859. Sofocó la revuelta barcelonesa de 1843, pero fue su diputado desde posiciones políticas avanzadas. Luego derribó el régimen de Isabel II estando en las antípodas de la República. Así de complicada era la política del XIX. Tras su muerte, fue enterrado en un mausoleo neoclásico y renacentista, depositado en el Panteón de Hombres Ilustres de la basílica de Atocha. Un siglo después se trasladaron sus restos a su localidad natal, Reus, respondiendo a las reiteradas demandas de sus autoridades.

Panteón del general Prim en el cementerio de Reus.

En 2012 se realizó un estudio anatómico-forense que confirmó que había muerto debido a las heridas sufridas en el atentado, fundamentalmente las localizadas en el hombro izquierdo, cuya complicación infecciosa desembocó en una septicemia. El atentado contra Prim se produjo el mismo día en que Amadeo de Saboya embarcaba rumbo a España para hacerse cargo de la Corona. Quedó así desasistido de su mayor apoyo, un «general del pueblo» que había defendido su candidatura ante otras, como la del duque de Montpensier, el general Espartero, Alfonso de Borbón, la hermana de Isabel II y duquesa de Montpensier, y diferentes fórmulas republicanas.

Los parlamentarios votaron las candidaturas, un hecho realmente inédito que desazonó a los monárquicos clásicos, tanto anteriores isabelinos como carlistas. Los derrotados conformaron la nómina de posibles autores intelectuales, instigadores o soportes económicos del crimen, además de industriales catalanes y los hacendados cubanos.

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El primer sospechoso fue el general Serrano, aspirante eterno a dirigir el país y a quien se recurrió como regente en ocasiones críticas. El de Montpensier se escudó en su mujer y en Espartero, tratando de cobrarse el beneficio de su postrera y onerosa oposición al régimen isabelino. Ha sido siempre el sospechoso con más peso y así lo confirmó la comisión investigadora creada a tal efecto en el bicentenario de su nacimiento, en 2014. Curiosamente, las sospechas contra monárquicos alfonsinos y republicanos se difuminaron pronto, aunque no tanto en el caso del diputado jerezano Paúl y Angulo, que huyó a Francia y publicó diversos panfletos defendiendo su inocencia. Hasta veinte testigos y encartados murieron en extrañas circunstancias.

Víctima del anarquismo

Cánovas 8/8/1897. Balneario de Santa Águeda. Arrasate.

Víctima del anarquismo

Retrato del italiano Angiolillo.
Imagen - Retrato del italiano Angiolillo.

Su escultura en el Senado le declara «víctima del anarquismo». Un vengador solitario acabó con la vida de Antonio Cánovas del Castillo con tres disparos de revólver mientras descansaba en el balneario guipuzcoano de Arrasate. «Yo he librado de él a España, a Europa y al mundo entero. He ahí por qué no soy un asesino y sí un justiciero», declaró el italiano Angiolillo tras matar al factótum del sistema restauracionista español. Su asesino consideraba a Cánovas responsable de los procesos de Montjuic, padecidos por los anarquistas tras el atentado contra la procesión del Corpus.

Su asesino consideraba a Cánovas responsable de los procesos de Montjuic, padecidos por los anarquistas tras el atentado contra la procesión del Corpus.

Imagen en la que un diablo entrega a un obrero una bomba Orsini, ubicada en la Sagrada Familia de Barcelona.
Imagen - Imagen en la que un diablo entrega a un obrero una bomba Orsini, ubicada en la Sagrada Familia de Barcelona.

La primera oleada del terrorismo moderno fue la anarquista. Comenzó con los populistas rusos asesinando al zar Alejandro II en 1881, y siguió con los libertarios, atentando contra dirigentes europeos y americanos (Sadi Carnot, Isabel I de Austria, McKinley, Humberto I de Italia…). Atentaban contra personalidades pero también contra símbolos del poder, como parlamentos, óperas o procesiones.

El atentado anarquista aparece en la literatura y en las artes. La «propaganda por el hecho» suponía que una acción impactante generaría una reacción popular. Aunque se asoció al terrorismo –y a los magnicidios-, incluía intervenciones sociales y culturales también pacíficas. El uso de la violencia generó un debate en ese sector entre partidarios y críticos. Vengadores solitarios como Angiolillo respondían al resentimiento contra una sociedad violenta y clasista a la que consideraban cómplice de la desigualdad.

Bomba inventada por el revolucionario italiano Felice Orsini, fácil de fabricar y utilizar.

Mediante cuchillo, pistola o dinamita, la violencia social de finales del XIX se hizo ubicua. Sin embargo, está asociada a la bomba inventada por el revolucionario italiano Felice Orsini, fácil de fabricar y utilizar. Fue él mismo quien la ensayó contra Luis Napoleón Bonaparte en 1858, pero las más famosas y letales fueron las que se lanzaron en una representación en el Liceo barcelonés que dejó 22 muertos en 1893, o contra la boda de Alfonso XIII en Madrid, en 1906, con 28 víctimas mortales.

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Aquella violencia cotidiana de finales del siglo XIX, tanto en Europa como en América, inspiraron numerosas obras de arte y novelas como 'El agente secreto', de Joseph Conrad o 'El hombre que fue jueves', de Chesterton. Incluso en el concurso para acceso a la Academia de Bellas Artes de San Fernando de 1899 se propuso como motivo el tema «La familia del anarquista el día de su ejecución».

Un asesinato y un extraño suicidio

Canalejas 12 de noviembre de 1912. Puerta del Sol. Madrid

Un asesinato y un extraño suicidio

Antonio Canalejas intentó desarrollar el liberalismo social, con medidas dirigidas a unos impuestos más justos, la igualación del servicio militar o una menor influencia de la Iglesia. Sin embargo, un discurso extremo por parte del anarquismo, sobre todo fuera del país, convirtió a este en víctima propiciatoria al igualarle políticamente con el conservador Antonio Maura o con el Rey.

Los cadáveres de Canalejas y de su supuesto asesino, Manuel Pardiñes.

Ciertamente, Canalejas había hecho frente a una huelga general, a la oposición popular a la guerra en Marruecos, a la ilegalización de la CNT, al crimen de Cullera (y el posterior y polémico juicio a sus autores), a la militarización de los ferroviarios en huelga (sustituidos por soldados) y a una furibunda campaña internacional anarquista que le tildó de liberticida.

El asesinato de Canalejas fue el resultado final de un azaroso periplo internacional a cargo de su perpetrador, Manuel Pardiñas. Como ocurriera antes con Angiolillo, el asesino de Cánovas, y con otros muchos más, recorrieron durante años diferentes destinos de Europa y América, asistidos por enlaces como Pedro Esteve y grupos libertarios y se vieron entre intereses cruzados e inciertos (nacionalistas cubanos y portorriqueños o compañías afectadas por huelgas).

Pardiñas respondía a los tópicos y estereotipos anarquistas: vegetariano, bondadoso, naturista, abstemio, espiritista… Su rastro policial se perdió cuando se sospechaba que preparaba un atentado.

Aquel 12 de noviembre de 1912, hay quien cree que Manuel Pardiñas esperaba a Alfonso XIII y que fue Canalejas quien fatalmente pasó por allí. O que actuó al servicio de otros intereses.

Canalejas fue despedido con una gran manifestación de duelo. Con él terminó el tradicional turno de partidos, naufragó el reformismo liberal y se acentuó la crisis política española.

Al cadáver de Pardiñas se le diseccionó el cerebro. Estaban en boga las teorías del criminólogo Cesare Lombroso explicando el comportamiento delictivo por razones naturales y no sociales. Eran los «criminales natos» y las fichas policiales respondían a esa técnica. La conspiración reapareció al exponerse al público el cadáver. Pardiñas se había suicidado con su Browning –una pistola de la misma marca que la que se utilizó contra Francisco Fernando en Sarajevo-, pero en su cabeza había varios disparos.

Una veintena de disparos en el coche oficial

Dato 8 de marzo de 1921. Plaza de la Independencia. Madrid

Una veintena de disparos en el coche oficial

El atentado contra Eduardo Dato se enmarca en la violencia social del periodo de entreguerras. El sindicalismo revolucionario de la CNT desbordó a gobiernos y empresarios, que acudieron a fórmulas autoritarias e ilegales para combatirlo, como la suspensión de garantías. Fue como en otros casos un atentado anarquista, pero sus autores no eran vengadores solitarios, sino que la acción se preparó en los entornos sindicales barceloneses, como otra manifestación más del pistolerismo obrero, patronal y gubernamental.

Estado en el que quedó el coche de Eduardo Dato, tras ser acribillado en 1921.

El coche oficial recibió una veintena de disparos de pistolas Mauser desde una moto Indian con sidecar. A bordo iban tres jóvenes sicarios del sindicalismo catalán encargados de la acción: Mateu, Nicolau y Casanellas. De los tres, solo el primero fue detenido enseguida y el segundo acabó extraditado desde Alemania mientras que el tercero se refugió en la Unión Soviética. Al llegar la República fueron todos amnistiados.

Moto con sidecar utilizada para perpetrar el atentado.

Eduardo Dato había sido, como Bismarck o Disraeli, otro político conservador partidario de reformas sociales para proteger a los trabajadores. La política de apaciguamiento del conflicto social se combinó con medidas extrajudiciales a cargo de oscuros personajes, como el general Martínez Anido, Koening, Bravo Portillo, el comisario Arlegi y, por encima de todos ellos, el futuro dictador Miguel Primo de Rivera. Al final, tras el verano de 1920, Dato sucumbió a las presiones patronales y políticas catalanas. Uno de sus asesinos declaró: «Yo no disparé contra Dato, sino contra el gobernante que autorizó la ley de fugas». Su asesinato agudizó la crisis del sistema restauracionista y del Partido Conservador.

Manifestación en 1917 por las calles de Madrid.

Dato estaba muy relacionado con Vitoria. Había sido su representante en Cortes desde 1914, sostenido por una amplia alianza –la Patriótica Alavesa que desplazó a los carlistas del poder local. La calle principal de la ciudad lleva su nombre desde 1916. Era hijo de una vitoriana de apellido Iradier y tenía casa abierta en la ciudad, donde pasaba parte del verano con su familia.

El atentado contra el posible sucesor de Franco

Carrero 20 de diciembre de 1973. Calle Claudio Coello. Madrid

El atentado contra el posible sucesor de Franco

El asesinato de Carrero Blanco se inserta en la tercera oleada del terrorismo. ETA frustraba la hipotética sucesión de la dictadura franquista. Él era un referente de aquella dictadura. Desde 1940, cuando redactó un memorándum contrario a la intervención española en la Segunda Guerra Mundial, hasta su muerte Carrero acompañó a Franco en la toma de las principales decisiones.

La explosión dejó un enorme socavón en la calle Claudio Coello de Madrid.

Junto con el Proceso de Burgos (1970) y el fusilamiento de dos de sus activistas (1975), el atentado contra Carrero conforma la trama de acontecimientos que prestigiaron socialmente a la banda terrorista y que utilizó posteriormente para justificar muchos de sus crímenes.

En la llamada 'Operación Ogro' –por las facciones amenazantes y las grandes cejas del almirante-, el comando 'Txikia' de ETA hizo estallar aquel 20 de diciembre de 1973 un explosivo situado bajo el punto sobre el que iba a pasar el coche oficial del almirante. La carga explosiva elevó el vehículo por encima de un edificio de treinta y cinco metros, matando al presidente, su chófer, José Luis Pérez Mogena, y un escolta, Juan Antonio Bueno Fernández.

El presidente del Gobierno franquista, Luis Carrero Blanco, delante de Franco.

Tras el atentado, 'Argala', 'Kiskur» y 'Atxulo) lograron burlar a la Policía y huir al santuario de retaguardia francés, donde su extradición fue denegada. La amnistía total de ese año los liberó de responsabilidades. Los 3.008 folios de aquel sumario no pudieron sustanciarse en una causa penal, lo que ha contribuido a sostener diferentes explicaciones conspiranoicas sobre el atentado.

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El éxito de los terroristas animó a otros grupos nacionalistas y de extrema izquierda a acudir a la violencia para conseguir sus objetivos políticos. A la vez, fue el inicio del terrorismo vigilante de los grupos parapoliciales y de extrema derecha (la llamada «guerra sucia»). Con el atentado, el terrorismo se convirtió en el telón de fondo de la transición y en la mayor amenaza de esta, junto con el golpismo, aunque no fueron capaces de impedir ese tránsito. Tras cientos de asesinatos y 853 víctimas mortales, la banda terrorista ETA desapareció en 2011.

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