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Silencio, se pide el voto. Aunque suene contradictorio, la campaña del 26-M, que arranca este jueves por la noche, pondrá sordina a la resaca del 28-A. Nadie va a decir nada realmente significativo hasta que los españoles depositen de nuevo sus papeletas en ... la urna, ni va a dar pistas sobre la verdadera incógnita que abren las elecciones generales del domingo pasado: en qué relato político y en qué aliados se va a sustentar no ya la investidura de Pedro Sánchez, una pantalla relativamente sencilla de pasar, sino la gobernabilidad y la estabilidad del país cuando la legislatura deje atrás las liturgias iniciáticas. Todo lo que se diga en campaña deberá interpretarse en clave de campaña. De momento, los diputados electos y los partidos se malician cuatro años «divertidos», con una oposición enfervorecida en su propia lucha por liderarla y los ultras debutantes de Vox, sin influencia real, forzados a sobreactuar e introducir debates incendiarios para no perder protagonismo.
Juegos florales al margen, los próximos Presupuestos Generales del Estado serán el primer test de estrés real para el futuro Gobierno de Pedro Sánchez que, según se ha apuntado esta semana desde La Moncloa, al presidente en funciones le gustaría tener constituido en torno al 20 de junio. Cosa muy distinta es cuándo presentará ese Ejecutivo sus primeras Cuentas –recuérdese que siguen operativas, prorrogadas, las últimas de Rajoy–, si serán similares a las últimas que, tras ser rechazadas por el independentismo catalán, forzaron la convocatoria electoral o si el Gabinete preferirá ganar tiempo y se demorará en elaborarlas desde cero. Todo eso, que marcará el devenir del primer tramo de la legislatura, dependerá de varios factores externos que no están en manos del futuro presidente. El principal, o al menos uno de los más importantes, será, otra vez, la evolución de la cuestión catalana.
A nadie se le oculta que con sus quince escaños –diecinueve si se suman los de EHBildu, que ha prometido «unidad de acción» con los republicanos– ERCes una de las claves de bóveda de los próximos cuatro años. Si se descarta a Ciudadanos, cualquier acuerdo presupuestario pasa por su complicidad... o la del PDeCAT. De momento, mantienen la misma prudente ambigüedad que todos los demás pero en su caso no todas las cartas quedarán boca arriba tras las próximas municipales. Hay dos enormes interrogantes que sobrevuelan el futuro inmediato de Cataluña: la fecha de las elecciones autonómicas –se especula con el otoño– y la sentencia del juicio del 1-O. Hasta que se despejen, es dudoso que los republicanos cambien de discurso. Lo primero depende exclusivamente de Quim Torra, que ha visto como el batacazo de JxCat ha sido menor de lo esperado pero no por ello menos doloroso. El fallo del Supremo podría llegar también en otoño e impulsar, si es condenatorio, una corriente de victimismo que desemboque en las urnas y complique cualquier acercamiento del soberanismo a Sánchez hasta bien entrado ya 2020.
De momento, los republicanos no verían con malos ojos un Ejecutivo en solitario del PSOEanclado en la siempre arriesgada geometría variable, al que podrían prestar apoyo si se abre a «hablar del referéndum». Lo que verdaderamente subyace tras los cálculos de ERCy la izquierda abertzale es la cuestión de los presos, los catalanes y, ojo, también el acercamiento y la progresión de grado de los de ETA. Pero son conscientes de que, salvo en el caso del indulto –que los condenados tendrían previamente que solicitar, y eso está por ver– no todo está en manos del presidente. «Ahora tendrá a algunos grupos mediáticos a su favor y a todo el grupo parlamentario alineado, pero, aun así, no todo está en sus manos. La Judicatura española está escorada hacia determinadas posiciones, se ha visto con la división y el fallo de la Junta Electoral Central que impide a Puigdemont presentarse a las europeas. Todo es poliédrico, difícil de prever», analiza un diputado electo en el bloque de izquierdas.
Pero, a la vez, en Euskadi, muchos socialistas y nacionalistas sueñan con un apaciguamiento del ruido del 'procés' que llegue gracias a un entendimiento para la gobernabilidad entre ERC, el PSC y Podem, que tendría su contrapartida en dejar gobernar a Sánchez sin sobresaltos en Madrid. Un dato, los dos primeros ganaron apoyo en todos los barrios de Barcelona el 28-A. La 'vía vasca', como le gustaría al lehendakari Urkullu, podría empezar a funcionar en Cataluña. También el PSE cruza los dedos. Esa gran 'equis' que pende sobre la política de alianzas de Sánchez tendrá que ver con los resultados electorales pero también con la disposición del espacio neoconvergente a desembarazarse de la inyección paralizante recetada por Puigdemont y empezar a hacer política. Hay quienes no tienen claro que el secesionismo catalán vaya a moderarse y no descartan, todavía, que Sánchez pueda intentar, en su momento, una negociación presupuestaria con Ciudadanos. Sobre todo si el 26-M propicia acuerdos autonómicos entre los socialistas y naranjas.
Pero hay otra incógnita, más acuciante, que Sánchez debe despejar primero. ¿Hasta qué punto Pablo Iglesias está sobreactuando cuando exige su entrada en el Gobierno? Es evidente que Podemos, en caída libre y con perspectivas preocupantes el 26-M –sobre todo en Madrid, por la competencia de Manuela Carmena e Iñigo Errejón– tiene que hacerse valer. Pero también que no puede cargar sobre sus espaldas el estigma del bloqueo a una mayoría de izquierdas. Iglesias va a jugar fuerte porque necesita visibilidad. De ahí que se haga el ofendido por no abrir la ronda de Sánchez. El presidente en funciones se resistirá porque la coalición con Podemos ni siquiera le garantiza mayoría. El partido de vuelta se juega el 26-M. Habrá que ver si alguno de los equipos logra dar la vuelta al marcador.
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