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Como le hizo notar el director de EL CORREO en la charla que ambos mantuvieron en el foro Expectativas Económicas, el lehendakari Urkullu tiene fama de gobernante previsible. Como la tenía Mariano Rajoy y todo lo contrario de un Pedro Sánchez que ha hecho de ... la hiperversatilidad discursiva su seña de identidad. «Y previsor», abundó el jefe del Ejecutivo vasco, haciendo honor a su también vieja leyenda de ser mucho más hormiga que cigarra en estos tiempos líquidos, que diría Andoni Ortuzar, o propensos a la perplejidad, como apuntó el protagonista de la jornada parafraseando a Daniel Innerarity. El filósofo siempre ha sido una de las voces inspiradoras del nacionalismo cívico, humanista e «incluyente» que ayer reivindicó Urkullu -también frente a una Europa lógicamente recelosa- y que bebe directamente del legado de Josu Jon Imaz. El célebre 'no imponer, no impedir' del hoy consejero delegado de Repsol, que le acabaría costando la presidencia del PNV, es precursor directo del binomio 'capacidad de decidir, obligación de pactar' que defendió el lehendakari ante la Euskadi empresarial, social y política reunida en el Euskalduna.
La formulación es conocida, pero a veces se corre el riesgo de que su significado se diluya en la hojarasca de la verborrea política. Básicamente, se trata de insistir en que el derecho a decidir cabe en la Constitución colgado de la percha de los derechos históricos (una interpretación discutida y discutible) y a la vez defender una reforma estatutaria «viable», es decir, despojada de un concepto que el propio lehendakari ubicó en un limbo alegal.
La dualidad funciona como discurso político y electoral 'atrapalatodo', como fusión voluntarista del pactismo posibilista con el soberanismo clásico, pero no aguantará llegada la hora de la verdad. Es decir, si en algún momento en la próxima legislatura vasca hay opciones reales de que un Sánchez sostenido por Podemos y el independentismo catalán acepte un cambio de paradigma en el modelo territorial.
Por eso, conviene prestar atención a otras cosas que también dijo el lehendakari con algo menos de literatura. Por ejemplo, su empeño en hacer notar que es de autogobierno de lo que se habla en la ponencia a la que ahora volverá el borrador de los expertos, y no de derecho a decidir. Su interés en subrayar el «80%» de consenso que han logrado los juristas designados por PNV, PSE y Podemos al margen de los enredos identitarios. O la metáfora, muy pegada al terreno, del carro y los bueyes. Donde el carro sería el derecho a decidir y los bueyes el fuero y el huevo que, como siempre, el PNV exigirá a cambio de su contribución a la estabilidad y a la gobernabilidad en Madrid, otros dos conceptos que Urkullu manejó ayer, no por casualidad. Lo troncal es, por lo tanto, completar el Estatuto de Gernika -incluida la gestión de la Seguridad Social- y el blindaje y ampliación de las competencias a través de una nueva relación bilateral, también de encaje dudoso. El derecho a decidir es el carro que hay que apartar para ver las verdaderas pretensiones del nacionalismo vasco. Que no pasan por marcharse de España sino por ser más poderosos e influyentes dentro de ella.
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