![Totorika se jubila: «Seguí peleando contra ETA y di mi vida por amortizada»](https://s2.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/201806/23/media/cortadas/totorika-khmG-U60140231455QBE-624x385@El%20Correo.jpg)
![Totorika se jubila: «Seguí peleando contra ETA y di mi vida por amortizada»](https://s2.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/201806/23/media/cortadas/totorika-khmG-U60140231455QBE-624x385@El%20Correo.jpg)
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Carlos Totorika querría ser recordado por las escaleras mecánicas que se construyeron en la travesía Cantabria. O por la hierba artificial que luce el campo de fútbol de San Pelayo, o por la instalación de fibra óptica de titularidad municipal, un proyecto pionero en España. Preferiría incluso que su carrera hubiera quedado asociada a borrones como el derrumbe que sufrió el polideportivo antes de su inauguración, o a los cambios en la gestión del agua que decidió el Ayuntamiento generando un considerable cabreo en los vecinos.
Pero no. Imposible. La imagen del histórico alcalde de Ermua estará irremediablemente vinculada para siempre al asesinato de Miguel Ángel Blanco y todo lo que ocurrió aquellas terribles jornadas. «Fue una tortura», evoca aún, «delante de la gente guardaba la compostura, estaba sereno, pero luego salía a correr solo y no paraba de llorar». El improvisado líder de aquella marea humana que plantó cara al terrorismo por primera vez se jubila tras 27 años al frente del Consistorio. Siete legislaturas. «Yo nunca quise abanderar nada, pero me tocó porque ETA eligió Ermua. Di por amortizada mi vida y seguí», confiesa ahora.
Totorika paseó el viernes por Ermua con EL CORREO. Se va para dejar paso a las nuevas generaciones, su ciclo lo ve cubierto.. «Llevo 5 años queriendo irme, pero el partido me pidió que siguiera un tiempo». En el epílogo elige visitar los lugares que mejor representan su paso por el Consistorio mientras repasa los recuerdos de casi tres décadas. Desde que el hijo de Félix y Cecilia dejó su puesto en la sucursal de la BBK para ser directamente alcalde en 1991. De cero a cien, sin medias tintas. «Bueno, hubo cierta oposición en el partido», matiza, «lo que demuestra que el PSE es un partido vivo... si se sabe controlar eso».
Afiliado desde 1974, «traía la militancia en los genes» y ya había combatido al franquismo. Como aquella vez que se negó a pagar una multa de 10.000 pesetas por participar en una manifestación ilegalizada. Pasó su decimoctavo cumpleaños en la cárcel de Basauri. Dos semanas de condena. «El ruido que hacen las catorce puertas y sus cerrojos cuando se cierran es inolvidable, crees que no vas a salir más».
Mejorar la avenida principal -«no tenía aceras ni farolas»-, hacer viviendas públicas -«decían que en Ermua no se podía»-... el alcalde tenía infinidad de planes y dice que no se ha dejado nada en el tintero. Pero el terrorismo lo enfangaba todo. Por eso la primera parada del recorrido es junto al monolito de homenaje a las víctimas en pleno centro. Cuenta que Ibarrola lo creó «gratis», fue el primero que se levantó en Euskadi.
El alcalde aún recuerda con nitidez a Miguel Ángel Blanco. «Era un chaval, pero me llamó la atención la dureza con la que se atrevió a condenar los crímenes de ETA». Aquel joven hubiera cumplido 50 años el mes pasado. El alcalde iba hacia Madrid para protestar por lo ocurrido con el dichoso polideportivo cuando le avisaron del secuestro. «Sabía que lo iban a matar», reconoce. Cuatro días después el regidor salió al balcón del Ayuntamiento, anunció el crimen a los vecinos y en medio de la conmoción brotó el espíritu de Ermua. Realmente, antes brotó la rabia. Y la ira. «En los momentos críticos más vale tener valores porque no hay tiempo de pensar. Nos dio por convocar una marcha y ponernos a andar hacia Eibar con las manos en alto para canalizar todo aquella rabia, si no la gente se hubiera puesto a dar palizas».
- ¿Esa respuesta a ETA se hubiera dado en otro ayuntamiento vasco gobernado por otros partidos?
- Hubiera sido distinta. Ya había habido otras barbaridades de ETA antes y lo habitual era un silencio aterrador. Pensar 'un muerto más' y seguir. Aquí asesinaron a Miguel Ángel, pero decidimos que no les podía salir gratis y la oposición se hizo bola. Quiero pensar que fue decisivo para derrotar el fanatismo, me llevo eso.
Totorika cree que la oposición al terrorismo que surgió en Ermua «no estaba calculada, pero tampoco fue casual». Había precedentes en el municipio de oposición pública al entorno radical «y eso va quedando». Como en la despedida de la Navidad de 1991, cuando el alcalde y su equipo lanzaron a la hoguera en la que se quemaba un muñeco de Olentzero 25 pistolas de juguete que acababan de comprar en una tienda del centro. O cuando ETA asesinó a Tomás y Valiente en el 96 y en Ermua apareció un bando municipal por todas las esquinas en el que el regidor «ponía a parir a los terroristas».
La conversación se detiene. El alcalde lleva desde el jueves, el día en el que anunció su marcha, repartiendo abrazos entre los vecinos. «Todos los que se acercan lo hacen con una sonrisa, supongo que es bueno», sugiere. Le suena el teléfono. «¡Ahora eres el ciudadano Totorika!», felicitan al otro lado por la inminente jubilación. Es Lorenzo Iturriagagoitia, histórico líder del PNV en Ermua. «Las hostias que nos hemos dado en los plenos durante años», cuenta el aún regidor. Se citan para seguir la charla otro día. «Ya pasaré por el batzoki para que me pagues un blanco», emplaza Totorika.
El alcalde mira a la industria local para sus siguientes paradas. Traslada a los visitantes al Izarra Centre, un vivero tecnológico que el Ayuntamiento aspira a llenar, y a la antigua 'Monroe', la fábrica cuyo edificio compró el Consistorio por mil millones de pesetas para que se quedara en Ermua y duplicara su número de empleados. El paro, la otra gran obsesión de Totorika. Llegó a alcanzar una tasa del 25% en Ermua, ahora ronda el 9%. «Nos metimos en líos de pantalón largo, pero ha ido bien», resume.
Alguna cosa sí que le ha salido al revés a Totorika. Por ejemplo, las primarias que perdió ante Patxi López en 2002 para liderar el PSE tras la abrupta salida de Redondo. No quiere hablar de aquellas rencillas. «Lo de ganar y perder batallas políticas lo llevo bien», zanja, «hubiera ocupado la secretaría general con dignidad, pero no lo hubiera hecho mejor que Patxi. Como mucho, similar».
- De haber derrotado a López, ¿Totorika hubiera sido lehendakari?
- Vaya usted a saber. Probablemente. Sí.
El alcalde ofició ayer su última boda. El martes hará efectiva en el pleno su renuncia, igual que tiene previsto hacer en las Juntas Generales de Bizkaia, donde es portavoz del grupo Socialista. «Abandono la política, no el PSE», matiza. El miércoles pasa a ser un jubilado más. «No me da miedo no tener planes, lo que temo es que me va a seguir sonando el teléfono durante meses», bromea. Y Totorika solo quiere ya andar en bici, pasear y segar en su casa de Mallabia, localidad colindante a Ermua.
Las últimas palabras se intercambian en su despacho. Detrás del entrevistado, en una estantería que sigue llena pese a la inminente mudanza, se ve una foto del lehendakari Urkullu. «El pacto PNV-PSE en las instituciones vascas se debe mantener», defiende, «servimos para que los nacionalistas no vayan demasiado lejos en algunas cosas. Es esto o lo que pasa en Cataluña». ¿Lo arreglará Pedro Sánchez? «Yo aposté por Patxi (López en las primarias para liderar el PSOE) pero sus primeros pasos están siendo una gratísima sorpresa».
Lo tiene claro. Carlos Totorika repite el lema cuatro veces durante la charla. «Te quedas con lo que cuesta sacar adelante, eso es lo realmente satisfactorio». Solo hay un apartado de su carrera política en el que hubiese preferido que el esfuerzo personal hubiera sido menor: el precio que su familia ha tenido que pagar ante la permanente amenaza de ETA. «La angustia que sufría cada vez que mis dos hijas subían conmigo al coche es indescriptible».
Las chicas tienen actualmente 26 y 28 años, prácticamente el mismo tiempo que su padre lleva ocupando la alcadía de Ermua. Un cargo señalado desde el principio por los asesinos. «La Ertzaintza me enseñó dos veces mi 'ficha de cliente' de ETA: nombre, dirección, modelo de coche, mis horarios... un día decidí que no me rendía porque si empezabas a medir lo que decías por miedo no podías hacer nada», cuenta.
Escoltas «amigos»
La apuesta del regidor marcó a toda la familia. «Mis hijas no se enteraron de nada hasta los 14 años, decíamos que los escoltas eran amigos». Reconoce ahora Totorika con cierta pena que algo habrá quedado en las chicas de aquella infancia atípica, en la que «ver una pistola les era familiar». Aunque el peor trago para el padre era el de arrancar el coche cada mañana, cada tarde o cada noche. «Les decía que había visto un gato o que se me había caído algo, que me tenia que agachar un momento». No suele ser un tema que se hable demasiado en la familia, liberada ya de todo eso hace tiempo. Pero Totorika reconoce que la inocencia infantil tiene límites. «Aquellas excusas para mirar los bajos valían un día, dos o cincuenta, pero las tuvimos que usar durante años».
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