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Cuentan que el miércoles Lledoners se parecía al metro en hora punta. Además de Andoni Ortuzar, Joseba Aurrekoetxea y Aitor Esteban rondaban por la cárcel barcelonesa Jordi Évole, Iñaki Gabilondo y el equipo del programa de TV3 'Preguntes freqüents'. Como para mantener en secreto la ... visita de los burukides del EBB y el portavoz jeltzale en el Congreso a los presos del 'procés', la última de la media docena de expediciones que ha organizado Sabin Etxea para trasladar su calor humano y político y de paso sondear a la cúpula independentista encarcelada. Normalmente, esos encuentros tras los muros de la prisión se mantienen en la parte «privada» de la agenda.
Pero esta vez, con semejante despliegue mediático, la voz empezó a correr, aunque solo en parte. La dirección del PNV se reunía con Oriol Junqueras en plena crisis del Govern, con Torra anunciando una convocatoria electoral fantasma y los todavía socios soberanistas a la gresca. Pura dinamita. Sobre todo si se tiene en cuenta la amistad histórica de los jeltzales con lo que hoy es parte del espacio posconvergente y la actual alianza estratégica de los republicanos con EH Bildu. Tanto se infló el globo que Sabin Etxea se vio forzada a emitir una nota, el jueves, en la que matizaba que el viaje se había previsto «con semanas de antelación» y, sobre todo, aclaraba que la ronda de contactos había incluido también a los reclusos del PDeCAT y a Jordi Sànchez. El otro Jordi, Cuixart, era la estrella de las entrevistas televisivas que habían convertido Lledoners en un improvisado plató.
La anécdota ilustra cómo el «campo de minas» catalán amenaza siempre con salpicar de metralla política a un PNV que quiere a toda costa evitar convertirse en un daño colateral de la montaña rusa sin frenos en que ha degenerado la pugna entre ERC y Junts xCat. Un PNV que quiere situarse, además, en las antípodas del desquiciado carrusel catalán y explotar su papel de adalid de la «estabilidad» en Euskadi y en España. El problema es que garantizar una gobernabilidad sin demasiados sobresaltos en Madrid no depende en última instancia de Sabin Etxea, sino de ERC. Y Esquerra orbita a su vez en la imprevisible galaxia en la que cohabitan Torra, Puigdemont y una pléyade de causas judiciales que someten a constante tensión al procesismo catalán.
El PNV no oculta su incomodidad ante la «incógnita permanente» que supone Cataluña en la ecuación, más amplia, de la política nacional. Pero ha decidido hacer de la necesidad virtud. Los jeltzales no esconden la «incertidumbre» que el volátil tablero catalán añade a su propia posición política, una apuesta sin ambages por el Gobierno PSOE-Podemos y por su durabilidad, aún a sabiendas de que la clave de bóveda de la legislatura descansa en una Esquerra imprevisible y en el triunvirato Sánchez-Iván Redondo-Carmen Calvo, no menos dado a las sorpresas y a las improvisaciones. De hecho, el rocambolesco episodio del aplazamiento de la mesa sobre el «conflicto» catalán, finalmente rectificado por Moncloa, encendió las alarmas en Sabin Etxea y en Ajuria Enea.
«Es sorprendente y preocupante», admiten las fuentes consultadas, que en ningún caso contemplaron que una decisión de tal calado no se hubiese pactado de antemano con ERC. Son conscientes de que el imprescindible respaldo del grupo de Gabriel Rufián a los Presupuestos Generales del Estado es ahora mismo un imponderable, sometido a esa política «líquida» y despachada «a golpe de tuit» de la que abominan. Las dudas del sanedrín del presidente, aireadas en público, sobre la conveniencia de mantener su encuentro con Torra el 6 de febrero no ayudaron a calmar la inquietud jeltzale.
«Preferimos esa incertidumbre, en cualquier caso, que la certeza de un Gobierno de las tres derechas», apostillan en el EBB. Aun así, los jeltzales admiten su disgusto ante los nubarrones que se ciernen sobre la legislatura, a la que el PNV, en la práctica, ha dado carta de naturaleza con su 'sí' a la investidura. «Es algo que solo habíamos hecho dos veces antes y que nos compromete para cuatro años, de una manera distinta a la de, por ejemplo, un acuerdo presupuestario a cambio de contrapartidas concretas», abundan. En otras palabras, el PNV ha ligado su suerte política a la del bipartito PSOE-Podemos y teme que el zafarrancho catalán tuerza su apuesta.
Ortuzar habría sondeado, de hecho, a Junqueras sobre su voluntad de mantener viva la legislatura a medio plazo pese a las turbulencias. Para Sabin Etxea, que la crisis de la mesa se solucionase en seis horas y que al Gobierno no le dolieran prendas en rectificar tiene también una lectura positiva: a ambos les interesa que la cuerda no se rompa. Pero hay otro problema añadido: paradójicamente, quienes tienen la manija de la política catalana y emprenden el trabajoso tránsito hacia el posibilismo son los actuales socios de EH Bildu. Los aliados tradicionales del PNV en Cataluña pintan poco: la relación es «excelente» y muy bien engrasada con David Bonvehí, líder del PDeCAT, y personas de su entorno como la excoordinadora general Marta Pascal pero «distante» y complicada con Carles Puigdemont, el que de momento manda de verdad en el magma que es JxCat.
Y existe aún una última y no menos importante derivada, el posible solapamiento entre las elecciones catalanas y las vascas, que se esperan para finales de mayo. Gobierno y partido coinciden en que no sería «ningún drama» que se superpusieran y asumen que no tienen ningún control sobre el tacticismo de Torra. Los jeltzales contemplan que pase «de todo», incluso que las peleas intestinas del Govern frustren la aprobación del Presupuesto catalán. El lehendakari, insisten, tomará la decisión sin «meter en el bombo» la bola catalana porque no hay posibilidad de adelantarse a los acontecimientos. Además, creen que el contraste entre la pelea catalana y la línea pragmática del PNV les puede beneficiar electoralmente porque les da, en el fondo, la razón.
Los últimos meses de la legislatura se le van a hacer muy largos al independentismo, en guerra continua y todo el día mirándose de reojo. La fractura abierta entre JxCat y ERC ha provocado que el 'procés' se quede en suspenso. De hecho, la estrategia de Quim Torra durante los próximos meses será intentar devaluar la apuesta por el diálogo de los republicanos. La presidencia de Torra ha sido débil, errática y ha estado marcada por su total dependencia a Carles Puigdemont. En su discurso de investidura se fijó dos objetivos: restituir al expresidente en su cargo (su despacho en el Palau de la Generalitat siempre ha estado reservado para su regreso) y hacer efectiva la república proclamada el 27 de octubre de 2017. Ninguna de las dos será posible.
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