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Se abre el telón. No es un chiste, no. Aunque a veces se oigan risas en el gallinero. Otras son abucheos y pitos, incluso espantadas. Más que eso, insultos y rifirrafes broncos como los que tristemente protagonizaron el debate de investidura. Son más raros, pero ... también abrazos y besos, alguno en la boca. No pocas veces la anécdota, lo extraparlamentario, le disputa el titular al debate político. Repasamos algunos de los momentos más hilarantes y los más tensos, insólitos todos, que se han vivido en el Congreso de los Diputados, que acaba de arrancar su XIV legislatura. Ese espacio donde los políticos de las Cortes de Cádiz se dirigían a sus antagónicos con la cordial fórmula de «mi ilustre preopinante». Así lo recoge Luis Carandell en 'Se abre la sesión' (Planeta), un magnífico recopilatorio de las mejores anécdotas del Parlamento, algunas de ellas reproducidas en las siguientes líneas.
Desde la versión parlamentaria del 'Abrazo de Vergara' que puso fin a la primera Guera Carlista y que se tradujo en quince minutos de palmaditas y buenos deseos entre los políticos en una sesión de aquel 1839; a la austeridad del republicano Pi y Margall, que acabó con «la costumbre de los políticos de cenar a cargo del presupuesto del Estado»; la ironía de Cánovas del Castillo, que cuando un partidario le pidió un título nobiliario le soltó a ver si «le había ido tan mal de villano que ahora quiere ser caballero»; el '¡Váyase señor González!' de Aznar al líder socialista; el '¡manda huevos!' que le pilló un micrófono indiscreto al entonces presidente del Congreso, el popular Federico Trillo; o la 'performance' de la impresora de Gabriel Rufián en su defensa de un referéndum para Cataluña.
Recuperamos algunos de los episodios más extravagantes vividos en el hemiciclo. Momentazos a los que José Ortega y Gasset habría reaccionado como lo hizo aquella vez, durante una sesión de las Cortes en 1931: «No hemos venido aquí a hacer el payaso, el tenor, ni el jabalí». Causó sensación eso de los jabalís y así se denominó desde entonces a los diputados más ruidosos y provocadores. Se ve que el término mantiene la vigencia... Ahora sí, se abre el telón:
Los diputados silenciosos
Se lamentaba en una entrevista con este periódico Tomás Guitarte, el único y decisivo diputado por Teruel Existe, que con tanta gente en el Grupo Mixto apenas le iban a quedar unos segundos para sus intervenciones. ¡Con todo lo que vienen a reclamar! Ya no va a tener ese problema -tendrá otros- porque del Mixto han hecho dos. Un problema, esto de que no se oiga la voz de uno, que no han tenido algunos de sus antecesores en el escaño. Y no porque hablaran mucho, sino porque nunca les importó estar en silencio. Fue el caso de aquel senador vitalicio del que se cuenta -y así lo recoge Carandell en su libro- que en los años que estuvo ejerciendo solo se le escuchó hablar una vez. Eso sí, lo hizo a voz en grito, a cuenta de una corriente de aire: «¡Esa puerta!», dijo.
Y a un tal Higinio sus electores le reprocharon en una ocasión que no interviniera. Entonces él les corrigió: «¿Qué no he intervenido? Miren lo que dice el diario de sesiones: 'rumores, gritos, pateos...'. ¡Aquí estoy yo!». Ha habido más diputados silenciosos, como el esposo de aquella señora que, preocupada, le confesaba a Francisco Silvela (1845-1905), el que fuera Ministro de la Gobernación: «Mi marido ha hablado siempre mucho en sueños, pero ahora se pasa la noche sin despegar los labios». «Eso es que soñará que está en el Congreso», le respondió Silvela.
Periodistas con la palabra en la boca
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias presentaron la víspera de Nochevieja su «histórico» acuerdo de gobierno. Y no admitieron preguntas de los periodistas, a los que dejaron con la palabra en la boca. No es la primera vez. Así les dejó Eduardo Dato (1856-1921), presidente del Consejo de Ministros en 1914. Acababa de estallar la Primera Guerra Mundial y las potencias contendientes presionaban al Gobierno español para que rompiera su neutralidad. Los periodistas interrogaban a Dato sobre el asunto y este, misterioso, les dijo: «Díganme, señores, ¿saben guardar un secreto?». ¡Claro, claro! Y sacaron lápiz y papel. «Pues entonces permítanme que lo guarde yo», les chafó Dato.
Sí les reveló el secreto, sin embargo, el conservador Antonio Cánovas del Castillo (1828-1897) cuando, siendo ministro, un subsecretario que trabajaba con él se marchó sin avisar. «Lo he sentido sobre todo porque yo a este señor le he guardado durante años un secreto», se confesaba ante los periodistas. «¿Qué secreto?», le preguntaron. «Que era tonto».
De chiste
Pataleos, silbidos... y muchas risas. No todos los diputados son igualmente hábiles con el humor a la hora de lanzar pullas, pero ha habido auténticos maestros. A Julián Besteiro (1870-1940), presidente de las Cortes durante la Segunda República, le preguntó un diputado durante una de las sesiones de debate de la Constitución en 1931 si podían quitarse las chaquetas, ya que era verano y hacía calor. «Sí señoría, pero cada una la suya».
Y risas, muchas risas, provocó la advertencia del socialista Gregorio Peces-Barba Martínez (1938-2012), uno de los padres de la Constitución y presidente del Congreso, al entonces ministro de Economía Miguel Boyer, casado con Isabel Preysler y asiduo por tal razón en la prensa del corazón. Boyer respondía a una pregunta que se le hacía, pero no se le escuchó, por lo que Peces Barba le advirtió: «Perdone un momento, señor ministro, pero creo que su aparato no funciona». Y risas, claro.
Más carteras
En el primer y fallido intento de entendimiento entre el PSOE y Unidas Podemos se acusó a Pablo Iglesias de querer acaparar muchos ministerios. Una ambición que no es nueva y que recuerda a ese episodio en el cual Manuel Azaña, además de la presidencia en el primer gobierno de la República, se adjudicó tres carteras. Un diputado del Partido Republicano Radical propuso entonces a su jefe Alejandro Lerroux iniciar una protesta. Pero Lerroux lo desestimó echando mano del humor: «Tres carteras y la presidencia. De eso a que le llamen carterista no hay más que un paso». Por cierto que a Azaña remitieron en la sesión de investidura el pasado martes tanto Pablo Iglesias como Pablo Casado y Santiago Abascal.
De las senatrices a las miembras
La ministra de Igualdad con Rodríguez Zapatero, Bibiana Aído, protagonizó más que una anécdota cuando en un discurso en el Congreso de los Diputados habló de «miembras». Hay un precedente, Camilo José Cela en su discurso ante la Comisión Constitucional del Senado dijo: «Senador presidente, senatrices y senadores».
Más anécdotas relativas al lenguaje, la protagonizada por Juan Valera (1824-1905), escritor, político y diplomático. Intervenía en la Cámara Alta y citó a Shakespeare, pero lo hizo con pronunciación española, lo que provocó las risas de varios senadores. Claro que más se rió él cuando les cortó: «Perdón señores, creí que no sabían inglés», y prosiguió su discurso en aquel idioma sin que los aludidos entendieran una palabra.
Para pullas, estas...
Intervenía José María Gil Robles (1898-1980), líder de la derecha, en una de las sesiones del Congreso en 1934 cuando alguien gritó: «Su señoría es de los que todavía llevan calzoncilos de seda». Dirigiéndose al diputado que le había hecho el comentario le replicó: «No sabía que la esposa de su señoría fuese tan indiscreta...».
Otro dardo bien lanzado, el que le tiró un diputado al conservador Ángel Ossorio y Gallardo (1873-1946). Se lamentaba éste del futuro incierto de una España a la que no veía salida y decía: «¿Qué será de nuestros hijos?». Pregunta que no era tal y a la que alguien respondió: «¡Al de su señoría le hemos hecho subsecretario!».
Cosa de dos
Manuel Fraga y Felipe González mantuvieron más de un 'enfrentamiento' digno de ser recordado, como éste que se produjo en 1979 y en el que el líder conservador le dijo a González: «Tiene usted todas las condiciones para ser primer ministro pero para ser un día un buen primer ministro le falta una, que es hacerse conservador». Y se la devolvió el jefe de los socialistas en la misma línea: «Lógicamente, para mí un buen primer ministro es siempre un hombre de izquierdas. Lógicamente, el señor Fraga, con esa cabeza en la que le cabe el Estado, si fuera de izquieras sería un gran primer ministro».
Aunque para enfrentamientos dialécticos, los que protagonizaron José María Aznar (PP) y Felipe González (PSOE): «Usted ha pasado de ser un soñador que necesitaba veinticinco años para dar forma a su proyecto a ser un hombre que piensa en la retirada», le soltó Aznar en el debate de investidura de 1989. A lo que González replicó: «Es verdad, pero después de oír a su señoría no me parece ya una buena idea». Rifirrafes de los que se recordará sobre todo ese en el que Aznar le dijo: «¡Váyase, señor González!».
Micrófonos indiscretos
Federico Trillo ha dado muchos titulares, dos en tinta gruesa: el «¡Viva Honduras!» que pronunció ante soldados de El Salvador en el año 2003 y el ya famoso «¡Manda huevos!» que soltó cuando creía que nadie le oía. Fue un desahogo hasta simpático a propósito de la votación en 1997 de una enmienda redactada de manera farragosa. Y es que el texto decía así: «Enmienda del Senado sobre la disposición transitoria segunda. Se suprime la referencia a las tarifas de conexión para desarrollar el contenido resultante de la tramitación previa en el Congreso de los Diputados...».
Y ninguna simpatía despertó la 'pillada' de aquel micrófono indiscreto a la diputada del PP Andrea Fabra. En 2012 anunciaba Mariano Rajoy en el Congreso un recorte en las prestaciones por desempleo cuando Fabra se puso a aplaudir. Más que eso, soltó aquello de: «¡Que se jodan!», en uno de los episodios más lamentables vividos en el hemiciclo.
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