Abundan en los últimos años personas que ocupan cargos con un objeto que empieza y termina en su currículo. Lo mismo da un secretario de sección que un presidente del Gobierno, sus razones de ser lo que son y de estar donde están responden a ... su más íntima biografía. Por eso resultan tan incomprensibles e imprevisibles, porque su continuidad depende de su experiencia personal y no de nuestras preocupaciones.
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El presidente formuló un acertijo y lo resolvió solo, sin asesores, expertos o miembros influyentes de su partido. La invitación a la reflexión estaba justificada, pero el procedimiento no era convencional. Lo ocurrido en estos días no tenía mucho sentido, y su resolución final no lo ha proporcionado.
Puede haber logrado algún objetivo estratégico. Por ejemplo, el de concitar en su partido un estado de adhesión en torno suyo. En alguna medida, ha calmado las cosas y desviado la atención, pero eso es provisional. Ha puesto sobre la mesa la cuestión de la regeneración democrática. Ha invadido el espacio emocional que tiene a su izquierda, como cada vez que se presenta como alternativa frente a la amenaza del oponente de esta. Y, finalmente, mantiene a distancia a las derechas. Sin embargo, en todos los casos, la funcionalidad de estos movimientos es dudosa.
Si plantea con seriedad medidas para regenerar nuestra democracia solo tiene tres vías: entablar puentes con la derecha para acordar, desnudar de nuevo la falta de intención de esta y apoyarse entonces en sus aliados para sacar adelante algunas reformas. Para lo primero se necesita un estadista; para las otras dos fórmulas nos basta con el político que tenemos. Ni en el discurso de «regreso» ni en las declaraciones de estos días se atisba voluntad por entenderse con el contrario. Todo el procedimiento, entonces, se habría articulado para hacer cambios de parte, algo que seguro acentúa la crisis en lugar de minorarla o de buscarle solución.
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Pero es a nivel interno donde la maniobra le puede fallar antes. Es cierto que ha convertido su partido en un club de fans y que en lo inmediato no habrá cuestionamientos de su liderazgo. Pero, a la vez, ha dejado al descubierto la orfandad orgánica del PSOE, su inanidad actual como partido. Las hipótesis de sustitución de su persona eran todas estremecedoras, precisamente porque, al igual que del programa, tampoco se habla de una opción B si Sánchez un día no está al frente. Además, sus veleidades y giros tácticos dejan al partido en permanente fuera de juego.
De manera que la experiencia ha podido despertar de una vez a sectores de este para hacerles ver que, si el país no puede seguir así, menos aún ellos. Una formación centenaria, que ha conocido líderes de más fuste que el presente, por mucho que vivamos otro tiempo de personalismos y de debilidad de los partidos políticos, tiene que tener la memoria, el instinto y la fuerza necesarias como para no quedar también al pairo, como quedamos el resto de ciudadanos, por el episodio personal de su dirigente.
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