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El alcalde de San Sebastián, Eneko Goia, ha llamado egoísta al diputado general de Álava, Ramiro González, y le ha reprochado no tener «visión de ... país» por inclinarse por la opción vitoriana y no por la de Ezkio-Itsaso para empalmar el TAV entre las Vascongadas y Navarra. «Egoísta» es un insulto muy menor entre laicos, casi de chiquillos, pero que cobra entidad cuando se lanza entre representantes institucionales, cuando lo espeta o recibe un nacionalista y cuando se acompaña de una referencia a «la visión de país» (no del, de). Cuando una ideología acostumbra a manejar instrumentos frente al contrario -en este caso una retórica agresiva e indiscutible-, no tarda en utilizarla también para resolver cuitas internas.
En el ecuador del XIX se suscitó similar situación. El ferrocarril Madrid-Irún debía pasar naturalmente por Vitoria, pero los bilbaínos (ya boyantes y con puerto) pretendían un enlace con la capital alavesa para empalmar con la Península. Las indolentes élites gasteiztarras se hicieron de rogar y los del botxo trazaron un imposible recorrido alternativo por Orduña para empalmar en Miranda. Vitoria quedó como estación de paso, soportando los males de la competencia de los mercados, sin ninguna de las ventajas de la posible conexión con Bilbao; así hasta hoy.
El trazado natural quedó desplazado ante la potencialidad de los intereses materiales. Puestos a hacer, lo mismo da lanzar un tren suizo por un escarpado que horadar la sierra de Aralar de punta a cabo. Vitoria pensaba que con la lógica del mapa y del relieve era suficiente; sus oponentes tiraron de chequera y cambiaron el curso de la historia. Los de hoy, los guipuzcoanos, han desplegado una campaña de presión casi marcial: sin disidentes ni débiles de carácter, por tierra, mar y aire, y con un lenguaje que recuerda al de Vito Corleone.
Con ser un país pequeño, la simple trama de comunicaciones internas se nos atraganta. Resuelta ya la 'Y' vasca para el TAV, andamos detrás de otra letra para su salida al Mediterráneo (porque por Francia e Iparralde no será posible). El atávico país confederal (provincialista) resurge cada poco. «Será más fácil o más difícil, pero aquí las cosas se consiguen peleando y yo pienso que esa debe ser nuestra pelea, la de Gipuzkoa, la de Navarra y también la de Euskal Herria si tenemos una visión de país», decía Goia. Peleando, ¿con quién? ¿Contra los nuestros?
En un país moderno y cabal, civilizado, la cosa se resolvería echando cuentas: inversión, afección al territorio y repercusión económica futura. Aquí, de momento, se solventa a voces y empujones, mayormente dentro de un mismo partido, dejando a la vista sus contradicciones territoriales. «Visión de país». Ya sé cómo dices. Resolverá la mayor influencia -de nuevo el Puerto de Bilbao, la marcialidad lobista guipuzcoana- por la vía de un acuerdo opaco con el Ministerio, si este no concluye que el dinero no da o que el desafuero resulta insoportable. Todavía el TAV no se ve, ni se soporta legítimamente en el lugar, y ya nos hemos buscado otro motivo de agravio y de pugna interior. Pero, eso sí, estamos en lucha.
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