Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Así me atrevo a llamarle por la confianza a la que él mismo me invitó utilizando siempre conmigo ese apelativo. Y así le llamo ahora, porque no van de política estas líneas, sino de amistad conmovida por la inesperada y repentina noticia de su muerte. ... La política fue, es verdad, el inicio y motivo de nuestra relación. Pero, contradiciendo la tópica presunción de que ambas, política y amistad, se repelen, la nuestra evolucionó de la una a la otra sin que ninguna de las dos sufriera merma. Todo lo contrario. Una y otra se iluminaron mutuamente y crecieron en libertad.
Recuerdo cómo cedieron los primeros tanteos recelosos, y la cautela dio paso a la franqueza. Quizá los asuntos de que hablábamos, por su connotación humana y su carga emocional, contribuyeron a lograrlo. Todo empezó, en efecto, en los tiempos en que nuestra conversación política versaba sobre la vida y la muerte, y las reflexiones sobre qué estaba en juego, o entorno a qué hacer y a cómo hacerlo, debían ir más allá de los intereses que de ordinario maneja la política y se adentraban por caminos en que eficacia y ética, razón y corazón, iban por necesidad de la mano. Así lo recuerdo. Al poco de iniciar la relación, Alfredo me hablaba con la misma franqueza y libertad que atención ponía en la escucha. Era esta capacidad de escuchar, de transmitir la sensación de que el otro importa y tiene algo que decir, lo que le dotaba de ese carácter seductor que tanto reconocimiento y respeto le ganó y tantos frutos le dio en las relaciones políticas y en el acopio de afectos y amistades. Y lo que en política fue a veces interpretado como maquiavelismo en el sentido peyorativo del término, en el trato humano funcionaba como señal de entrega y acogida que invitaba a la amistad.
Pasaron, por fortuna, aquellos tiempos de horror y dolor que a ambos tanto nos ocuparon y que él, de manera muy especial, contribuyó a superar. Cada uno volvió a su quehacer y nuestras relaciones se espaciaron, hasta que, en tiempos recientes, se limitaron al esporádico intercambio de mensajes o a los abrazos enviados por intermediario. Pero perduró la amistad, que él tan bien supo cultivar. Con tanto esmero lo hizo, que, al recibir noticia de su muerte, lo que había sido forzada lejanía, sólo salvada por breves y espaciados mensajes, se ha hecho definitiva ausencia. Y ya he comenzado a echarle de menos.
Amigo Alfredo.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.