

Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Quienes se regocijan del hundimiento electoral del independentismo en Cataluña, apresurándose a extender, con indisimulado alivio, el certificado de defunción del 'procés', están obviando algo ... que convendría no perder de vista, no tanto en aras de procurar que la historia no se repita (cosa que parece inevitable dado su carácter cíclico), sino para que no tienda a empeorar.
Que el 'procés' se ha desinflado resulta una obviedad aritmética. Si en 2017, el independentismo sumaba un total de 2.079.340 votos. Seis años y medio después, se ha quedado en 1.361.942, lo que supone casi 720.000 votos menos. Así de simple. Pero decir que está muerto y enterrado expresa más un deseo que una realidad, en tanto la pulsión independentista siga latiendo, aunque muchos de sus votantes se refugien hoy en la abstención o en partidos más radicalizados, como Aliança Catalana, abanderada (esta sí) de un nacionalismo étnico y xenófobo de carácter excluyente.
Pretender que el triunfo de Salvador Illa se debe a que todos los catalanes han visto la luz y han abrazado la idea de España gracias a los buenos oficios de la beatífica política de apaciguamiento de Pedro Sánchez, basada en los muy cristianos valores del perdón, la paz y la reconciliación, puede quedar bien para el relato socialista de cara a su buscada redención en las elecciones europeas, pero no explica lo sucedido el domingo en Cataluña, cuyas causas habría que situar, por el contrario, en las auténticas razones que motivan semejante desmovilización del sector independentista.
A diferencia de lo ocurrido en Euskadi con el plan Ibarretxe, el 'procés' no nació de una iniciativa de la clase política. Fue un movimiento civil, impulsado y organizado desde la base social, que sostuvo durante meses una muy mayoritaria y combativa, generacional y socioeconómicamente transversal, movilización popular a favor del derecho de autodeterminación.
Y hoy es precisamente esa base social que en 2017 se atrevió a desafiar a los poderes del Estado y a enfrentarse a la dura represión de las fuerzas de orden público, la que hoy ha dado la espalda a sus líderes políticos, porque ha visto cómo estos enterraban el 'procés' para salvarse a sí mismos de la cárcel, del exilio, de la marginación y la inhabilitación. En eso ha sido hábil Pedro Sánchez y justo es reconocérselo. Pero el electorado independentista no aspira a ser perdonado por atreverse a ejercer lo que sigue entendiendo como un derecho, como este pretende en sus declaraciones con insultante condescendencia. Simplemente se ha sentido traicionado por sus líderes y ha decidido abandonarles a su suerte, como hicieron ellos con el 'procés', incluyendo el referéndum en falsas mesas de diálogo, mientras mercadeaban con amnistías e indultos.
Como en su día sucedió en Euskadi, en el Principado cada vez son más quienes piensan que para este viaje no hacía falta tantas alforjas y que tanto ERC como Junts deberían dejar paso a un nuevo liderazgo menos histriónico y de convicciones más sólidas.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
La chica a la que despidieron cuatro veces en el primer mes de contrato
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Noticias recomendadas
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.