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Ahora que la campaña electoral vasca enfila ya hacia su pista de despegue, habrá que agradecer a los candidatos y a sus mentores, el arrebato ... de sinceridad que han tenido al querer advertirnos por adelantado de lo que piensan hacer con nuestro voto, confirmándonos lo que, por experiencia, ya sabíamos: que las urnas hablan, pero los pactos postelectorales deciden.
Siempre será preferible que quienes aspiran a gobernarnos nos tengan al tanto de sus intenciones, aunque solo sea para saber a qué atenernos. Pero tanta insistencia en dejarnos claro con quién piensan pactar y con quién no lo harán, empieza a sonar a disco rayado, convirtiéndose en una estrategia de descalificación de quien parte como favorito en las encuestas que, a la larga, entraña el riesgo de acabar victimizándole.
Singularmente es el caso de Eneko Andueza empeñando su palabra en que nunca, jamás, ni por acción (votando a favor) ni por omisión (absteniéndose), facilitará que en Euskadi haya un lehendakari de EH Bildu, mientras esta no condene el terrorismo de ETA. Aunque le hace menos ascos a la remota posibilidad de llegar a ser investido gracias a sus votos, como lo ha sido Pedro Sánchez. Y también del presidente del PNV, Andoni Ortuzar, quien tampoco pierde ocasión de manifestar su predisposición a renovar la alianza con los socialistas, dando por segura la reedición de su actual mayoría absoluta, con esforzado optimismo, como parte de la estrategia de campaña que los jeltzales han diseñado para presentarse ante el electorado como un partido previsible y capaz de garantizar la estabilidad gubernamental, en la convicción de que lo conocido siempre será preferible y asustará menos que otras aventuras «populistas» de resultado incierto.
El candidato jeltzale está siendo, sin embargo, algo más cauto al respecto. No sé si porque ya tiene quien hable por él o porque prefiere curarse en salud, no vaya a ser que al final los números no den y sea necesario pergeñar un 'plan B', teniendo en cuenta que la aritmética es tozuda. Pradales se resiste al 'salseo' de los pactos postelectorales, así como a deslizarse por la resbaladiza pendiente de ajustar cuentas con el pasado, como ha hecho Ortuzar al recordarle a la desmemoriada juventud vasca que mientras la izquierda abertzale estuvo décadas «prendiéndole fuego al país», su partido se centraba en la auténtica construcción nacional, focalizado en ampliar y blindar el autogobierno, o el consejero de Seguridad Josu Erkoreka, al atribuirle a Otegi y Otxandiano el 'copyright' de la última edición de la kale borroka, confiando en que esa rueda todavía mueva molino.
«Nunca digas nunca jamás», sobre todo si lo que está en juego es la Lehendakaritza. Al fin y al cabo, un gobierno de concentración abertzale sería la opción preferida por la mayoría de los electores vascos, según dicen las encuestas. Y después del 21 de abril habrá cuestiones, como el nuevo estatus y la defensa del derecho a decidir, en las que las fuerzas soberanistas tendrán que ponerse de acuerdo para no perder ese tren que solo pasa una vez y cuyo maquinista en precario se llama Pedro Sánchez.
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