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Una fatalidad que el Aberri Eguna haya coincidido con la campaña para el 28-M y que la foto auspiciada la víspera por Batera para unir fuerzas por el derecho a decidir se haya quedado en eso. En una cuestión de imagen. El propio Andoni ... Ortuzar tuvo el detalle de prevenir a los militantes y simpatizantes de su partido de que «estos días tiene todo un usain (olor) electoralista», antes de fajarse a fondo contra EH Bildu para dejar claro quién de los dos es el tarro de las esencias. Nosotros, «los auténticos abertzales». Los del kaiku y la txapela. Ellos, «los de la mani aunque se vistan de Armani» y escondan «el palestino y el flequillo cortado a motosierra».
En lugar de celebrarlo todos a una, entre los jeltzales había ganas de que el Día de la Patria fuese el preludio de la contienda electoral que se avecina, en la que ambas formaciones pugnarán con el cuchillo entre los dientes por hacerse con la mayoría social para ser la sigla hegemónica en diputaciones y alcaldías.
De ahí la fanfarronada mitinera de Ortuzar que ha sorprendido a propios y extraños por recuperar, cuando parece que ya no toca, el viejo discurso identitario esencialista que precisamente la actual ejecutiva del PNV decidió hace años «desactivar» para no caer en la tentación de reeditar pactos como los de Lizarra o alumbrar aventuras como las del 'procés'. Un discurso que a priori no sintoniza con la Euskadi actual de la que hablaba el burukide y sociólogo Xabier Barandiarán, «cada vez más mestiza e individualista, menos implicada en política y más despegada de las instituciones», ni con el ideal de país y de construcción nacional recogido en el manifiesto presentado por el partido con motivo de este Aberri Eguna. «Un país no excluyente, democrático, avanzado y socialmente justo, con identidad propia, integrado en Europa y abierto al mundo».
La sociedad vasca siempre lo ha estado. Este país se ha construido y se sigue construyendo con el esfuerzo de muchas corrientes migratorias de entrada y de salida. Prueba de ello es su numerosa diáspora, pero también aquellos cuyos padres o abuelos llegaron desde distintas regiones de España durante el desarrollismo industrial y los que siguen llegando hoy desde lugares más remotos, en busca de trabajo y de cobijo, tan vascos y vascas como el que porta los ocho apellidos famosos.
Es a esa Euskadi diversa desde un punto de vista cultural y lingüístico, a la que el nacionalismo democrático en su conjunto deberá convencer de que no hay nada que temer cuando se defiende el derecho a decidir porque de lo que se está hablando no es de dar carta de naturaleza a ningún proceso segregacionista, sino de negociar un nuevo marco político para que Euskadi construya su futuro como la nación sin estado que es, en el contexto europeo, y consiga mayores cotas de autogobierno que mejoren la vida de sus ciudadanos, con independencia de dónde procedan o de cómo voten.
Hoy no parece posible. Pero en política nada es inamovible. La cuestión estriba en dónde poner los acentos y en saber aprovechar las ventanas de oportunidad que se presenten.
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