El mundo ha entrado en una nueva era de confusión en torno a eso que llamábamos ideología, un conjunto más o menos coherente de ideas y formas de concebir la vida que se ha vuelto cada vez más contradictorio, irracional y fragmentario. Lo que explicaría ... tanto que una misma persona pueda manifestarse a favor de la igualdad y la libertad portando una bandera preconstitucional o una esvástica, como que «un hombre sea capaz de quemar su propia nación hasta los cimientos para poder gobernar sobre sus cenizas» (Sun Tzu).

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Ucrania y Gaza demolidas por la ambición colonizadora de Putin y Netanyahu bastarían como ejemplo. Pero hay otros escenarios más próximos en donde vuelven a cocinarse a fuego lento los ingredientes que se precisan para arrasar con la paz y la cordura social y cívica.

Si en Argentina sus arruinados y atribulados ciudadanos han decidido cambiar a Perón por un Nerón antisistema de patillas superpobladas y verbo enardecido que promete pasarse el Estado por el «orto»; en España hay sobrados indicios de que a algunos les gustaría hacer lo propio. Y no me refiero solo a los energúmenos que asedian la sede del PSOE en Ferraz ni a los partidos independentistas que, al fin y al cabo, no engañan a nadie en sus pretensiones últimas.

Decir, como dijo Fernando Savater, en la última manifestación contra la amnistía en Cibeles, que «más allá de expresiones culturales folclóricas» no se deben «inventar» distintos derechos para los ciudadanos españoles, abogando por una igualdad basada en el «café para todos» entra en colisión con el actual diseño del Estado autonómico y con nuestro Estatuto de Gernika, respetuoso de la foralidad. Una ley emanada de la propia Carta Magna en donde se distingue expresamente entre regiones y nacionalidades.

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Se trata, por tanto, de un mensaje poco acorde a la defensa del espíritu constitucional, que no solo deja en evidencia una concepción del Estado recentralizadora y retrógrada, sino que supone un intento deliberado de aprovechar la confusión y el malestar del momento para vender gato por liebre, a sabiendas de que la voz del pueblo es insensata y desafiante cuando está movida por la ira.

Pero tan o más peligroso es gobernar desde ella, levantando muros y trincheras que nos dividen y enfrentan. Y algo de eso hubo también en el discurso de investidura de Pedro Sánchez pronunciado en clave de «ellos o nosotros». Las mismas dos Españas cainitas que compiten desde hace lustros, pero que habían llegado a un pacto de convivencia basado en consensos institucionales que debieran admitir una revisión y puesta al día, desde la madurez democrática, sin mayores traumas ni arrebatos coléricos.

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Las encendidas soflamas de los salvadores de la patria que ofrecen rescatarnos de los males del presente a costa de pulverizar nuestro futuro; los inquisitoriales zócalos mediáticos; las amenazas de los justicialistas y de policías y militares pirómanos, y la toma de las calles por un carnavalesco grupo de nostálgicos exaltados augura de lo malo lo peor. Y el mensaje gubernamental en clave de acción-reacción no ayuda a extinguir el incendio.

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