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En los albores del presente siglo, tuve el placer de hacerle una entrevista a Benito Lertxundi, leyenda viva del cancionero euskaldun, en la que el bardo de Orio reflexionaba acerca de conceptos como la libertad y el compromiso. «¿Sabes lo peor que le puede pasar ... al hombre?», interrogaba en ella el entrevistado a esta periodista. «Estar al servicio de una serie de valores heredados, sobre los cuales no ha reflexionado», se respondía a sí mismo. Y, para explicarlo, ponía el siguiente ejemplo: «Yo veo muy bien con mis ojos. Pero si me ponen gafas, estoy viendo lo que estas quieren que vea. Las gafas condicionan mi visión. Lo mismo ocurre con muchos credos culturales, religiosos o políticos… si seguimos a pie juntillas lo que nos dicen, estamos desarrollando una mente atrofiada, ciega, poco sensible y evolucionada. Una mente que no sabe discernir, predispuesta a obedecer órdenes».
Repasando esa entrevista a raíz del anuncio de la retirada del cantautor de los escenarios, he pensado mucho en el renovado sentido que cobran hoy sus palabras, en un ecosistema político y social sesgado y retrógrado, donde vuelve a querer imponérsenos un credo maniqueo y dogmático, basado en una supuesta defensa inquebrantable de los valores democráticos que se reduce a una mera impostura ideológica, cuando no a una coartada para la impunidad resumida en un axioma sectario: o estás con Sánchez o estás contra él. O con el «malmenorismo» de la mayoría progresista (aunque mal pague) o con la derecha cavernaria que asusta. Trumpismo puro.
El 41 Congreso Federal del PSOE tuvo mucho de eso. Asediados por los casos de corrupción que se les imputan, los socialistas apuntalaron el hiperliderazgo de su jefe de filas y denunciaron ser víctimas de una intentona golpista orquestada por la derecha política, mediática y judicial, a la que prometen combatir y derrotar por el bien de la humanidad, pues solo el socialismo salva y es capaz de traer esperanza a este mundo. Un eslogan que repiten como mantra ganador aunque no les haya hecho ganar ninguna de las elecciones a las que el sanchismo se ha presentado hasta ahora (salvo en Cataluña), doliéndose por la politización de la Justicia, mientras desde el Gobierno intentan cancelar a los periodistas que les desenmascaran y desprestigiar a los jueces que les juzgan, a sabiendas de que muchos se pondrán de su lado por temor a correr la misma suerte y por ese miedo atávico a sufrir un retroceso democrático inoculado a conciencia en el cuerpo social sobre la base de que los pueblos son históricamente determinados por lo que deciden creer y no por lo que prefieren ignorar.
Confiemos en que, de aquí a otros cien años, la humanidad haya despertado de la hipnosis colectiva y se haya despojado de esas gafas ideológicas de las que hablaba Benito. Quizá para entonces hayamos refrescado una lección que ya deberíamos tener aprendida: que una sociedad entregada al culto al líder de manera acrítica se enrumba peligrosamente hacia el despeñadero del totalitarismo, vista este de verde, de rojo o de azul.
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