No tiene buena cara Pedro Sánchez. Desde que el macroinforme de la UCO sobre el llamado 'caso Koldo' o 'caso Ábalos' se hiciera público, se le ve taciturno y ojeroso. La sonrisa autosuficiente ha desaparecido de su rostro y deambula por ahí, apretando la mandíbula, ... con la mirada triste y el ceño fruncido.
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Frente a la evidencia que arroja la investigación policial, su primer impulso fue hacerse un Sabina y «negarlo todo, incluso la verdad», ofreciendo la enésima versión de un viejo cuento que nunca es el mismo: el de Delcy y sus 40 maletas cargadas de lingotes de oro aterrizando en Barajas, sin que tampoco esta vez sus explicaciones sonaran verosímiles. Así que, donde antes solo había bulos y máquina del fango, admite ahora Sánchez que puede que hubiera algo, pero dice que fue todo cosa de su entonces ministro de Fomento y hombre fuerte del Gobierno y el partido, presumiblemente depositario de información reservada. Los contratos y las comisiones ilegales por mascarillas e hidrocarburos, el rescate de Air Europa, el chalet de veraneo en Cádiz, los viajes de placer a cuenta del erario público, el ático de lujo y la paguita de la escort, dando a entender –sin llegar a decirlo– que apartó a Ábalos del Ejecutivo por esos tejemanejes. Lo que no explica es por qué entonces volvió a incluirlo en las listas electorales, garantizándole así el aforamiento.
El asunto no puede ser más pestilente. Pero sus socios ya se han puesto la pinza en la nariz y todo indica que contendrán la respiración, recordándole al PP que no es digno de lanzar la primera piedra, en un último y desesperado intento de salvar al soldado Sánchez, al menos hasta que haya sentencia judicial en firme. El objetivo es hacer durar una legislatura de la que todavía esperan obtener algunas contraprestaciones y, para ello, hacen como que se creen al presidente cuando asegura que no le temblará el pulso para que «quien la ha hecho, la pague». De su responsabilidad política, aunque sea 'in vigilando', mejor ni hablamos. Veremos hasta cuándo.
Escribía hace unos años Pedro Cuartango a propósito de la 'Gürtel', que no hay nada más deprimente pero a la vez más atractivo que la caída de un régimen. La decadencia del Imperio Romano, el exilio de Napoleón a Elba o el hundimiento del Tercer Reich han inspirado grandes epopeyas, como el 'Götterdämmerung' de Richard Wagner. Inspirado en una ancestral leyenda nórdica narra cómo el anillo mágico, hecho con el oro robado por el enano Alberich, provoca la muerte de Sigfrido, pero también la destrucción del Walhalla y el crepúsculo de los dioses.
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¿Será este el ocaso definitivo de Pedro Sánchez, presunta abeja reina de este enjambre putrefacto? Cualquiera lo sabe. De lo que no hay duda es de que su liderazgo saldrá tocado. Como en la ópera wagneriana, el punto vulnerable del nuevo Sigfrido es su vanidad desmesurada y un ego capaz de expandirse hasta extremos infinitos. Pero lejos de ensalzar su figura y apuntalar su leyenda, este último acto deja al descubierto sus costuras y le asoma al abismo del desprestigio. Y quién sabe si a algo peor. De ahí la cara.
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