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Pese a haber inspirado un aluvión de memes acerca de su pericia como escapista y su destreza para hacerse invisible y camuflarse entre la multitud que lo arropa, la fugaz aparición de Carles Puigdemont en pleno centro de Barcelona y su casi inmediata volatilización fue ... todo menos cosa de magia. Una operación así de estéril, pero calculada y coreografiada al milímetro, requiere de no pocas complicidades y de otra clase de «ilusionismo».
El furtivo líder de Junts cumplió su amenaza de volver a la ciudad condal en el día fijado para el pleno de investidura del nuevo president de la Generalitat, a sabiendas de que no podría participar en él pese a ser diputado electo, debido a la orden de detención dictada por el juez Llarena, habiéndose instalado para la ocasión un escenario (en el simbólico Arco de Triunfo), desde el que estaba previsto (y anunciado) que Puigdemont se dirigiría a sus incondicionales. Un acto que, por ser de naturaleza pública, debía de contar con el preceptivo permiso del Ayuntamiento de Barcelona, cuyo gobierno está -recordemos- en manos del PSC. En realidad fue un visto y no visto. Cuatro minutos de desagravio. Una vez estuvo ante el micrófono, imbuido del espíritu de Tarradellas, le parafraseó en plural con un «ja som aqui» (ya estamos aquí), para denunciar que «en un país donde las leyes de amnistía no amnistían, no nos interesa estar» y esfumarse de nuevo sin que nadie osara detenerle, pese a la 'operación Jaula' activada, tarde y mal, por los Mossos d'Esquadra para darle caza, como si de un peligroso terrorista se tratara.
Tan delirante e inútil secuencia ha reabierto un viejo debate acerca de la actuación de la Policía autonómica catalana y de la connivencia de sus mandos con el independentismo, obviando el papel de «facilitadores necesarios» que el CNI, la Guardia Civil y la Policía Nacional, dependientes del Gobierno central y encargados de las labores de inteligencia y custodia fronteriza, han tenido que jugar en esta visita relámpago de Puigdemont a Cataluña. Una maniobra de impecable ejecución que, como dice Arturo Pérez-Reverte «les salió a todos como querían que saliera» y que quizá en dos días se habrá olvidado, pero que deja en evidencia la manera en que la política y su necesidad de controlar «el relato» pervierten el funcionamiento del entramado institucional, en todos sus estamentos.
Perversión del Tribunal Supremo que se niega a aplicar la ley de amnistía aprobada en las Cortes. De las FCSE que, en lugar de hacer cumplir el mandato judicial, están dispuestas a hacer la vista gorda si se lo ordenan sus jefes. Perversión del propio Puigdemont queriendo eclipsar la investidura de quien ganó las elecciones y legítimamente ha conseguido reunir los apoyos necesarios para gobernar en Cataluña, una vez rotos todos los puentes entre los partidos independentistas. Y perversión de Pedro Sánchez y su Gobierno. Tan desaparecidos en el día de autos como el propio expresident a la fuga, cuyos siete votos necesita para seguir durmiendo en Moncloa. Laissez faire» (dejar hacer) llaman los franceses a lo que han hecho.
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