Fiel a su hábito de que no hay mitin sin promesa electoral, Pedro Sánchez decidió anunciar, en el marco de la precampaña a las elecciones gallegas, que su Gobierno destinará 500 millones de euros a reforzar las habilidades matemáticas y la comprensión lectora de los ... casi cinco millones de alumnos que cursan la educación reglada hoy en España. Lo que ha sido recibido como una buena noticia por quienes entienden que los catastróficos resultados que arrojó el último informe PISA se resuelven, como casi todo, con más inversión pública. Pero no todo se arregla a golpe de talonario.
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Quienes tengan o hayan tenido hijos e hijas en edad escolar saben que su mayor aspiración a corto plazo es salir de ese espanto, el peaje que se ha de pagar si se aspira a un medio pelo universitario o a opositar a barrendero municipal previa obtención del diploma que te gradúa de nada, aunque seamos incapaces de volver a recordar en lo que nos resta de vida los elementos de la tabla periódica, el «I am, you are» de un inglés que jamás podremos hablar o entender o la clasificación de los protozoarios.
En esa especie de nebulosa formativa previa a la obtención del graduado escolar, las asignaturas pueden ser muchas pero el asunto de la mala comprensión lectora es un tema crucial que condiciona de manera transversal la capacidad de aprender de niños y niñas, y que afecta a los cimientos de la sociedad misma, porque no hay civilización posible ni sociedad libre que sea analfabeta. Una sociedad incapaz de expresarse correctamente, de forma oral u escrita, o de entender lo que lee es una sociedad indefensa que vivirá a merced de las arbitrariedades del poder.
El hábito de la lecto-escritura debería potenciarse desde los primeros años de escolarización. Es necesario que los estudiantes aprendan el significado de las palabras que forman el vocabulario de una persona medianamente culta, pues los conocimientos se sostienen en el lenguaje.
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Si no se leen libros, la mente no se acostumbra al esfuerzo intelectual y no se desarrolla la concentración. Y tristemente en España casi la mitad de la población nunca ha leído un libro. Un dato demoledor y desolador que tiene múltiples causas. Mientras los padres no tengan libros en sus casas ni les lean cuentos a sus hijos y prefieran regalarles teléfonos 'inteligentes' o videoconsolas que limitan su capacidad de atención a una fracción de segundo, es muy difícil que nuestros jóvenes aprendan a leer y a entender lo que leen, por más extraescolares de refuerzo que les paguemos a escote.
La educación es solo parte del problema pero puede ser clave en la solución, siempre que dejemos de hacer de ella una bandera electoral o un vehículo de adoctrinamiento ideológico. Hace falta un mayor consenso social y político. Un gran pacto de Estado en Educación que apueste por la selección de un profesorado más cualificado, la utilidad de las cosas que queremos enseñar y la eficacia de los métodos para asegurarnos su aprendizaje. Cualquier inversión económica que no contemple un cambio estructural en este sentido será seguir tirando el dinero.
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