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Un dirigente de la izquierda independentista vasca comenta irónico que hoy sería imposible un proceso como el de la Revolución Rusa. No ya por la falta de 'condiciones objetivas' para ello, sino por la existencia de las redes sociales. El antiguo Twitter, ahora X, lo ... ha cambiado todo. «Ahora los propios revolucionarios se sacarían los ojos entre ellos y sería inviable un movimiento como el de 1917», opina. La anécdota encaja con la negociación que se libra para posibilitar la investidura de Pedro Sánchez con los independentistas vascos y catalanes. Un proceso de enorme dificultad que tropieza con la sobreactuación que atrapa la política española y la cuestión catalana. Los protagonistas se empeñan en la cocina reservada, alejada de los focos. Pero en algún momento tendrán que presentar el producto y ofrecer explicaciones.
La operación se presenta como una verdadera ingeniería que conlleva altos riesgos, un elevado coste político y una división social, como lo va a demostrar la movilización convocada hoy en Barcelona por Sociedad Civil Catalana. Desconocemos todavía sobre qué narrativa se quiere construir lo que se presenta como una apuesta por «la convivencia y la reconciliación». La incorporación de la amnistía o de un concepto similar por los delitos derivados del 'procés' plantea evidentes dificultades. Existe una probabilidad de que salga adelante, porque, en el fondo, nadie quiere una repetición de las elecciones. Pero no hay ninguna certeza de ello. Esto va a exigir una enorme cintura y una mirada de muy largo plazo si se quiere una legislatura más o menos estable. Y existe aún una probabilidad de que al final todo se desbarate. El factor humano puede colarse en la escena, que la política no solo es cálculo y táctica. Las emociones pueden meter un gol en el último minuto.
La cuadratura del círculo solo prosperará si todos salen ganando. Y en la política española del garrotazo goyesco, del blanco o negro, esta cultura pragmática de resolución de conflictos sigue muy lejana. Un escenario en el que unos ganan y otros pierden está destinado al fracaso. Las dos partes negociadoras tienen que convencer a sus respectivas bases sociológicas de las bondades de un acuerdo y no presentarlo en clave de humillación del adversario. Pasar la página del pasado va a exigir un verdadero reciclaje de relatos, y hacerlo en dos meses se presenta harto complejo. Desde la oposición, la derecha va a intentar desde el primer momento hacer que descarrile el tren e ir a una legislatura corta e inestable. Además, el riesgo de que se reactive el nacionalismo español puede complicar el margen de maniobra de la izquierda. Y ya se sabe que determinadas inflamaciones identitarias, aunque ahora parecen aletargadas, se suelen retroalimentar entre sí.
La posibilidad de un pacto va a hacer las delicias de quienes buscan las comparaciones con las hemerotecas. Sánchez se va a enfrentar con lo que decía anteayer respecto a la amnistía catalana aunque tenga como baza en la mano el hecho de que la situación de Cataluña se ha desdramatizar considerablemente en los últimos años y que su estrategia de apaciguamiento ha conseguido dividir y debilitar al independentismo. Y lo mismo respecto a Puigdemont. El viraje de sus posiciones respecto al rupturismo resulta espectacular y estrecha seriamente el papel de ERC, que se convierte en un factor de difícil ubicación en este mapa novedoso.
Si la investidura logra una mayoría, la legislatura se inicia con el pacto sobre Cataluña en el centro de gravedad, lo que plantea un debate sobre el futuro del modelo territorial que terminará por abrirse, aunque ahora no exista, ni por asomo, una mayoría que permita un cambio del modelo constitucional. Pero la discusión está encima de la mesa.
La gran manzana de la discordia será la cuestión territorial. Los nacionalistas creen que Sánchez debe hacer de la necesidad virtud y abrir un debate sobre la plurinacionalidad del Estado, que ofrezca una transformación drástica del modelo autonómico, que consideran agotado. Cualquier cambio en la estructura que suponga una mutación de la Constitución exigiría una mayoría cualificada y el concurso del PP, lo que resulta inviable a todas luces. No obstante, el elefante está ahí. En el centro de la habitación.
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