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Pedro Sánchez atraviesa el momento de mayor debilidad desde que llegó a La Moncloa. Por las denuncias por corrupción -con llamativas actuaciones de algunos togados, sí-. Por las crecientes exigencias de sus aliados de investidura, cada vez más difíciles de satisfacer. Sin olvidar las secuelas ... de la dana que ha dejado ya 223 víctimas en Valencia. Una tragedia que ha erosionado al PP, como cabía esperar de la vergonzosa gestión del presidente Mazón, pero que también ha debilitado al PSOE, mientras engorda a la ultraderecha.
Da la impresión de que el presidente evita pisar la calle tras los insultos y el barro de Paiporta. Mientras busca que no se le abran indeseados frentes internos -ahí está el rápido relevo de Juan Lobato por Oscar López en Madrid-. Y se mueve para intentar recuperar territorios clave como Andalucía, en donde Juan Espadas tiene los días contados tras fracasar abruptamente en su oposición a Moreno Bonilla.
Y menos mal que los datos macroeconómicos colocan a España a la cabeza de los países de la UE. Y de que el PP de Feijóo sigue dando tumbos. El último: el guiño a Junts, partido al que hace nada quería ilegalizar.
Hoy dar por hecho que habrá Presupuestos en 2025 es tan imprudente como lo contrario. Como pensar que Sánchez vaya a conservar todos los apoyos de investidura, en especial el del huido Puigdemont, pese a que los implicados en el fallido procés fueron indultados, a que luego llegó una amnistía del todo injustificable y a la promesa de un tratamiento fiscal singular a Cataluña, que aún desconocemos. El PSOE ve inviable que el Gobierno de progreso caiga por una moción de censura. Porque Junts tendría que sumar sus votos al PP y a Vox, y eso no lo aceptan sus votantes. Y otro tanto cabe decir del partido que todavía lidera Andoni Ortuzar. Todavía.
PNV y EH Bildu nunca han ocultado que el mandato de Pedro Sánchez, su extrema debilidad, constituye una 'ventana de oportunidad' única para avanzar en el autogobierno vasco según sus deseos. Los crecientes problemas del presidente parecen aconsejar no posponer demasiado la apertura de ese melón. Hasta que los jeltzales decidan en marzo quien ocupará el sillón de mando en Sabin Etxea no caben aguardar grandes movimientos en público. Pero ya dijo Otegi que no esperemos que todo se haga con luz y taquígrafos. Al contrario.
No parece que vaya a haber demasiados problemas para que Sánchez acepte el reconocimiento de Euskadi como nación, que anhelan los abertzales. Incluso para que lleguen traspasos complejos como la gestión del régimen económico de la Seguridad Social, si no hay ruptura de la caja única. Mucho menos probable resulta que se conceda a Euskadi el derecho a convocar referendos, todo un sueño del nacionalismo. Y no digamos ya el reconocimiento del derecho de autodeterminación. Sería traspasar líneas rojas que podrían hundir electoralmente al PSOE en el resto de España y que no entenderían tampoco muchos socialistas de aquí. Claro que la amnistía o el régimen fiscal diferenciado a Cataluña también han erosionado a Sánchez y a los suyos, y ahí están.
La partida debiera empezar a clarificarse en torno al verano.
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