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Las elecciones catalanas han dejado muchos titulares. Dos de singular relevancia: la victoria socialista y el tremendo bofetón del independentismo, por primera vez desde 1980 sin mayoría absoluta en el Parlament. Un bofetón con dos caras bien diferentes. El expresident Puigdemont y su coalición, Junts, ... consiguieron 35 escaños, 3 más. Mientras ERC protagonizaba el batacazo de la jornada al quedarse en 20, 13 por debajo de los 33 con que contaba. Los radicales de la CUP cayeron también de 9 a 4.
Con este escenario -y sin olvidar que lo que ocurra en Cataluña será determinante para saber si Pedro Sánchez puede aguantar o no en La Moncloa, por cuánto tiempo y a qué precio- era previsible que se desplegara un amplio juego de estrategias cruzadas. Y en ello estamos. Esquerra arrastra una notoria historia de guerras fratricidas y relevos traumáticos. Baste recordar cómo tomaron y perdieron el control del partido Josep Lluis Carod Rovira y Joan Puigcercós, antecesores de Oriol Junqueras. Con un estacazo como el del domingo se esperaban movimientos. Y han llegado de inmediato.
El president en funciones, Pere Aragonès, abandona la política. Los dos líderes del partido, Junqueras y la también huida Marta Rovira, presidente y secretaria general, dejarán sus cargos tras las europeas del 9 de junio. Eso sí, mientras Aragonès y Rovira parece que se van del todo, Junqueras pretende recuperar el cargo en el congreso extraordinario del 30 de noviembre.
Puigdemont, por su parte, fue claro en campaña. Si perdía las elecciones -las ha perdido- y el nacionalismo no tenía mayoría en el nuevo Parlament -no la tiene- se iría. Una vez más no ha cumplido su palabra. El líder de Junts ha olido sangre política en sus megaadversarios de ERC y quiere rematar la faena.
Sabe que tiene imposible volver al Palau porque, por mucho que Núñez Feijóo quiera jugar al despiste, los socialistas jamás le ayudarán a lograrlo. Aun así ha anunciado su candidatura para obligar a los republicanos a retratarse. Una ERC con la que rompió en 2022 abandonando el Govern. Una ERC que si apoya a Illa será una traidora desde la óptica 'indepe'. Y que si se queda al margen -como aseguran hoy por hoy Aragonés y Junqueras- y propician así nuevas elecciones podría sufrir otra debacle de la que se beneficiaría el expresident huido.
Joan Tardá, el veterano político republicano retirado de la primera línea hace unos años, se ha apresurado a aconsejar a los suyos. Ir a nuevas elecciones, ha dicho, sería un suicidio para ERC. En su opinión, los republicanos no deben bloquear la investidura de Illa; deben propiciar que se convierta en el tercer president socialista -tras Maragall y Montilla- y practicar una política de oposición colaborativa con el futuro Govern de izquierdas en minoría.
El dilema, pues, está claro para una ERC siempre dividida entre sus dos almas, la de izquierdas y la soberanista. O propiciar la elección de Illa o ir a otras elecciones que podrían significar su suicidio. Y es que, pese a la amnistía, es probable que Junqueras aún no pueda presentarse y carecen de un líder alternativo. Para Puigdemont, en cambio, el bloqueo y otros comicios con él ya en Barcelona apuntan a ser su única tabla de salvación.
No apuesten aún sus ahorros. Menos con ERC. Pero Illa parece tenerlo un poco más cerca.
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