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Si el presidente del Gobierno no tenía suficiente con el 'efecto Feijóo', la locura cotidiana de un país que sale a comisionista forrado por día -sea aristócrata, futbolista o advenedizo sin más- y donde el rey emérito envía mensajes en directo a la tele, ha ... alumbrado ahora un caso de espionaje que reaviva el discurso recurrente del soberanismo y la izquierda sobre los manejos turbios de las 'cloacas del Estado'. El asunto del 'software' israelí utilizado para hackear los móviles de independentistas catalanes y vascos era lo que le faltaba a Pedro Sánchez para ensombrecer su retórica feliz -pero confusa- del fin de las mascarillas y de su alianza presuntamente triunfadora con «el espacio de Yolanda Díaz» como única alternativa a la pinza PP-Vox.
Pegasus, como buen caballo alado, ha levantado en volandas al alicaído secesionismo catalán. Especialmente al del expresident Puigdemont, aislado en su torre de marfil de Waterloo, entretenido con su Gobierno paralelo y desnortado por la complejísima convivencia interna en un espacio político, el de la posconvergencia, donde los enfrentamientos entre familias, la de la imputada Laura Borràs y la que se aglutina en torno al expreso Jordi Turull pintaban un futuro más bien convulso.
Pero no hay como un buen escándalo para resucitar a un muerto y, de paso, para arrastrar tras de sí al socio institucional, Esquerra, que había logrado virar el timón del Govern hacia acuerdos transversales con el PSC en asuntos de gran calado como la política lingüística, la renovación de la cúpula de TV3 y la candidatura olímpica para 2030. Sin embargo, el president Aragonès da por congeladas ahora las relaciones con el Ejecutivo, un órdago que puede significar mucho o más bien nada, porque es dudoso que ERC quiera alentar un final abrupto de la legislatura en pleno auge de las opciones de centroderecha.
Pero, de momento, el escándalo vuelve a agitar un avispero que ya no lo era tanto. De hecho, las ansias independentistas de los catalanes habían caído a mínimos desde que se inició en 2014 la serie histórica del barómetro de la Generalitat y los 'indepes' andaban a la greña, como siempre, pero un poco más. Recordemos, porque viene a cuento, el 'viaje' que Rufián arreó a los socios por sus amistades peligrosas con el Kremlin.
Ahora, en cambio, reverdecen las comparecencias en tono victimista, las demandas multibanda ante la Justicia europea y los golpes de pecho. Justo la gasolina de la que se nutre ese mundo que, por si fuera poco, afianza la pinza escenificada con EH Bildu -parte afectada y presuntamente espiada también- en el Aberri de Pamplona. El PNV, socio que ya va lanzando avisos de que hay vida más allá de Sánchez, arruga igualmente la nariz. Al presidente le crecen, de nuevo, los problemas y se le oxida la medalla que se había puesto por apagar el griterío catalán con los indultos y cosido la herida social que provocaron aquellas urnas del 1-O que al parecer los espías no pudieron interceptar. Si es o no una tormenta en un vaso de agua, el tiempo lo dirá. Pero no parece que los agraviados vayan a soltar la presa.
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