Aquella foto no fue ni mucho menos casual. De hecho, es muy posible que Iñigo Urkullu recuerde aquel encuentro como uno de los más especiales en su prolija trayectoria como lehendakari. El 10 de mayo de 2017, el presidente de la Comisión Europea, Jean Claude ... Juncker, recibió en su despacho a Urkullu convirtiéndole en el primer dirigente autónomico español a quien brindaba este reconocimiento. ¿Por qué? Por varias cuestiones, pero sobre todo por una: premiar a Euskadi para castigar a una Cataluña en rebeldía constitucional con Carles Puigdemont al frente de la Generalitat.
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«El mensaje estaba claro. Es evidente que todo un presidente de la Comisión, en este caso Juncker, no se reúne con mandatarios territoriales de un país sin consultar antes al presidente del Gobierno del Estado miembro de turno», recuerdan fuentes comunitarias que vivieron de primera mano aquella cita. Las reglas no escritas del club de clubes son bastante claras. Nada es casual.
Iñigo Urkullu vuelve esta semana a Bruselas (de lunes a miércoles) para reunirse con hasta tres vicepresidentes comunitarios y una comisaria. No lo hará, eso sí, con la presidenta del Ejecutivo comunitario, la alemana Ursula von der Leyen. Volverá a explicar la agenda vasca y, sobre todo, volverá a exigir que lo que él denomina «naciones sin Estado» vuelvan a tener más presencia y más voz en el entramado institucional comunitario. Además de sus reuniones con los integrantes del Colegio de Comisarios, también participará en varios actos en el Parlamento Europeo, entre ellos, una reunión con el presidente de la Generalitat, Pere Aragonès.
Urkullu vuelve a Bruselas y lo hace en un ambiente político que nada tiene que ver con el que dominaba el país cuando visitó la capital comunitaria hace casi siete años. Por aquel entonces, España, gobernada por Mariano Rajoy, comenzaba a levantar cabeza tras el rescate financiero sufrido en 2012 erigiéndose en la locomotora de la Eurozona. Bruselas, por aquel entonces, no quería más líos. Bastante tenía con intentar reinventarse tras el 'Brexit' y sobrevivir a Donald Trump.
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Por aquel entonces, además, el PNV acababa de anunciar su apoyo al Gobierno central para contar con unos nuevos Presupuestos. Esto, en terminología comunitaria, era sinónimo de estabilidad y tranquilidad. De ahí la foto de Juncker con Urkullu. El premio. Un triunfo diplomático que no fue ni mucho menos casual y que llevaba aparejado el fracaso de una Cataluña que tenía las puertas de la UE cerradas a cal y canto.
Un ejemplo. Cuando Carles Puigdemont fue investido president del Govern un año antes, organizó su primer viaje a Bruseñas con una agenda bastante discreta. La soledad diplomática que sufrió fue terrible. Preguntado al respecto, aseguró con cierto desdén que no se había reunido con nadie de la Comisión Europea porque no lo había pedido. Casi al instante, una portavoz del Ejecutivo comunitario desveló que la petición había sido cursada pero que el presidente Juncker tenía «problemas de agenda». Los mismos que no tuvo con Urkullu. Todo lo contrario.
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