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España devora políticos con estrella como Saturno a sus hijos. Por ejemplo, a los flamantes ganadores de las elecciones catalanas. Primero, a Inés Arrimadas, que logró al frente de Cs un resultado histórico que no supo exprimir. La líder naranja aprovechó el trampolín del Parlament, ... donde ni siquiera intentó ser investida, para hacer carrera en Madrid, con los decepcionantes resultados provocados por la nefasta herencia de Albert Rivera y por su decisión de subestimar la importancia de contar con un aparato orgánico y, además, controlarlo. Después, a Salvador Illa, que logró imponerse en las urnas pero tardó poco en comprender que sus intenciones de presentarse a la investidura iban a quedar bloqueadas por una realidad inexorable. Los independentistas, que arrastran toneladas de agravios, rencillas y rivalidades, no se han atrevido, pese a todo, a romper la baraja y apostar por un cambio de agujas en la política catalana, siquiera de la mano de los comunes.
El 'efecto Illa', que hizo correr ríos de tinta, se antoja hoy prehistoria política. A Pedro Sánchez le salió bien la jugada porque consolidaba al PSC, cuya fortaleza le resulta indispensable para conservar La Moncloa, y bendecía a ERC sobre Junts, lo que, sobre el papel, evitaba una implosión de la legislatura y una radicalización de los republicanos.
No obstante, a la espera del pleno convocado por la presidenta Borràs, todo apunta a que, desde fuera o seguramente desde dentro, Junts sustentará el nuevo Govern de Aragonès, que ha preferido girar a la izquierda de la mano de la CUP (banco público, moratoria en las balas de foam de los Mossos) sin renunciar a la retórica más rancia del 'procés'. Una rémora de la que seguramente le resultará imposible desprenderse mientras la cúpula 'indepe' siga en la cárcel. El preacuerdo entre cuperos y republicanos, y las exigencias de Junts para que Puigdemont pueda controlar desde Waterloo los ritmos de la coreografía soberanista, hacen presagiar otra legislatura improductiva, enredada en un bucle sin salida, pero sin ningún salto cualitativo real. Pura inercia muy difícil de revertir por otro hecho irrefutable: la sociedad catalana sigue apoyando mayoritariamente el rupturismo.
Con la legislatura por delante, pese a su presumible inestabilidad, ERC no necesita ya jugar al posibilismo en Madrid ni apoyar a Sánchez, salvo cuando le interese. Tras el desastre de la 'operación Murcia' y pese a los intentos por reanimar al enfermo naranja y rehabilitarle para que supere la barrera del 5% en Madrid (clave para desalojar a Ayuso), Ciudadanos, cada día más deshilachado, tampoco ofrece ninguna garantía al presidente. Invertir con solvencia los fondos europeos es una tarea titánica y el proceso de vacunación está resultando para la UE tan frustrante como desalentador. La euforia por el triunfo del PSC el 14-F ha quedado pulverizada tras unas semanas de vértigo. ¿Illa? ¿Quién se acuerda de Illa?
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