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Durante meses el PNV aguardó a las proximidades del 20 de enero, día que Andoni Ortuzar señaló como fecha límite para revelar su decisión. Sin ... embargo, en el calendario personal de Aitor Esteban (Bilbao, 1962) esa semana del año siempre está redondeada por motivos extrapolíticos. Cada día de San Sebastián –o el sábado previo, cuando no cae en fin de semana, como ocurrió esta vez– acude al pueblo de su madre, Cañamaque (Soria), para participar en la reunión de la única cofradía que pervive en este pequeño municipio de la España vaciada, prácticamente deshabitado en invierno. Ese mismo día se publicó la carta de Ortuzar que fue el inicio del abrupto trayecto de Esteban hacia Sabin Etxea previa retirada 'in extremis' de su inesperado oponente.
El nuevo presidente del PNV se declara «vasco y sólo vasco» e «independentista de toda la vida», aunque sus raíces remiten al sur del Ebro. No reniega de ello, ni mucho menos. Todo lo contrario. Incluso realizó una profunda investigación genealógica sobre los orígenes del señorío de Serón que se publicó en 2001 en la revista del Centro de Estudios Sorianos. Allí, en Cañamaque, tiene una casa con corral a la que va en su Skoda Karoq cada vez que puede y de la que se escapa en un quad Polaris Sportsman 570; allí sigue viviendo su tío Jesús, el hermano de su madre; y allí le reciben como el mejor embajador de un pueblo que elección tras elección confía en... el PP.
Los orígenes castellanos nunca le han supuesto ninguna contradicción con su sentimiento profundamente nacionalista vasco, que empezó a desarrollar desde muy pequeño por su padre, quien le enseñó sus primeras palabras en euskera. Le molesta, de hecho, que alguien pueda pensar que tener raíces sorianas sea algún tipo de impedimento, como si se precisara pedigrí 100% euskaldun para defender determinadas posturas. Esa especie de mito vasco quedará derribado por un Esteban Bravo que, como relevo de un Ortuzar Arruabarrena, se convertirá en el primer presidente sin apellidos vascos de un centenario PNV en una Euskadi del 2025 gobernada por un Pradales Gil, sucesor de un Urkullu Renteria.
Atutxa Atutxa es el doble apellido vasco de su esposa, Itxaso, la mujer que mayor poder ha acaparado en toda la historia de la formación jeltzale –fue presidenta del Bizkai buru batzar desde 2013 hasta el pasado noviembre– e hija del histórico dirigente Javier Atutxa. Novios desde que se conocieron en EGI, la política se cuela inevitablemente hasta la cocina de la casa de Zeberio en la que residen y en la que criaron a sus dos hijos, Aritz y Oier, de 31 y 28 años, respectivamente. Es común que hable de ellos, de los dos Esteban Atutxa, cuando se le pregunta por algún problema que afecta a los jóvenes de hoy en día, como la carestía de los alquileres. Y con ellos sigue (o más bien sufre) al Athletic, al Amorebieta y al Bilbao Basket, aunque su deporte predilecto es el rugby.
La juventud de Aitor, que coincidió con la Transición y estuvo marcada por su pronta militancia política, fue muy diferente. «Muy de ciudad», formado en el colegio Corazón de María y en el Instituto Central de Bilbao, se afilió a EGI con 16 años antes de estudiar Derecho en la Universidad de Deusto y doctorarse con una tesis sobre el entramado jurídico vasco. En la institución jesuita también fue profesor de Derecho Constitucional y Administrativo, así como de Historia y Cultura Indígena de Norte y Mesoamérica. Y es que, fascinado desde pequeño por las películas de indios y vaqueros, es un apasionado de su estudio e incluso chapurrea algo del idioma siux. También habla euskera y se defiende en inglés, francés, alemán y hasta árabe.
La oratoria, la principal de las virtudes que propios y extraños destacan de él y que le ha valido varios premios de la prensa parlamentaria, la empezó a desarrollar desde que José Alberto Pradera le concedió su primera oportunidad en política. En 1991, sin haber llegado siquiera a la treintena, lo nombró secretario de Presidencia y portavoz de la Diputación de Bizkaia. «Todos éramos muy jóvenes, de la generación de los 'jobuvis'», rememora el ex diputado general. Recuerda que Esteban «ya apuntaba maneras, se movía bien en los medios de comunicación» y aportaba su perfil jurista en las reuniones del Consejo de Gobierno, en las que tenía voz pero no voto.
Pasó el examen con nota y en 1995 fue el propio Pradera, recién salido del Palacio Foral, quien lo propuso para presidir las Juntas Generales, donde había trabajado previamente como letrado. No fue hasta 2004 cuando saltó al Congreso, donde lleva ya veinte años viendo pasar gobiernos de PSOE y PP con los que ha tenido que exprimir sus dotes de negociación, el otro gran valor que se le suele apreciar. «Es un tipo tozudo, a veces rocoso y vehemente, incluso algo soberbio», sostiene un interlocutor de otra bancada. Una consideración que matiza Pedro Azpiazu, exconsejero de Hacienda y compañero de escaño durante doce años en el Congreso: «De primeras puede parecer brusco, pero se confunde con la contundencia de quien sabe y cree en lo que defiende».
Con Azpiazu, que le lleva cinco años, compartió «mucho más que una relación de compañeros de trabajo o de partido». «Estando en Madrid, fuera de casa, acabas haciendo mucha vida en común, logras complicidad y conoces de verdad a la persona. Y en Aitor no hay personaje», dice. Durante las dos legislaturas de José Luis Rodríguez Zapatero se fue fogueando como diputado raso a la sombra de Josu Erkoreka, por aquel entonces la gran referencia del PNV en Madrid. Y cuando éste fue llamado a filas por Iñigo Urkullu para ser consejero, surgió la gran oportunidad y se convirtió en portavoz. «En este tiempo se ha convertido en una pieza indispensable, el partido ha ganado una presencia increíble en Madrid», aprecia Azpiazu.
Esteban se estrenó en un mandato de mayoría absoluta del PP que daba poco o nulo margen al resto de grupos para sacar la cabeza. Fue en la segunda y convulsa legislatura de Mariano Rajoy, en aquellos agitados años de la nueva política, cuando adquirió altas cotas de protagonismo en el ruedo ibérico gracias al valor de los escaños del PNV. En el hemiciclo se sigue recordando aquel intercambio poético entre su «si bien me quieres, Mariano, da menos leña y más grano» y el «si quieres grano, Aitor, te dejaré mi tractor» que le devolvió el presidente del Gobierno para carcajada de todos los presentes. «Se entendían bien entre ellos, compartían humor y, sobre todo, se respetaban», subraya un dirigente del PP.
No le fue fácil, acreditan dentro y fuera del partido, la decisión de dejar caer a Rajoy en la moción de censura por la sentencia del 'caso Gürtel' que convirtió a Pedro Sánchez en presidente en 2018. El propio Esteban venía de liderar la defensa del voto a favor del PNV a los Presupuestos del Estado y en cuestión de una semana tuvo que dar la vuelta al calcetín y justificar desde la tribuna un volantazo que cambiaría el devenir de la política española. «No ha sido fácil tomar una decisión. Lo hemos hecho con una perspectiva de ética política y también de responsabilidad», reivindicó ante un presidente desahuciado que siete días antes creía haber salvado la legislatura. Rajoy no olvida: «El PNV ha acabado siendo el monaguillo de Frankenstein».
Primero con Rajoy y después con Sánchez, ha ido alimentando esa leyenda de 'pepito grillo' que reclama hasta la saciedad el cumplimiento de lo firmado. Y cada vez más, máxime cuando ha sido testigo privilegiado de cómo EH Bildu se ha convertido en un inédito y potente competidor en el arte político de conseguir contraprestaciones en Madrid para 'vender' en Euskadi, un mercado hasta hace bien poco monopolizado por el PNV. «Ahora hay que currárselo más que nunca y Aitor va a dejar allí un agujero que va a ser difícil de reparar», admite un compañero de filas que apunta al complicado relevo que deberá asumir ahora el grupo jeltzale en el Congreso.
La mayor de cuantas responsabilidades políticas ha ocupado le va a llegar con 62 años –hará 63 en junio–, la misma edad con la que Ortuzar deja la presidencia del EBB. Pese al pulso que han protagonizado, nadie atisba una revolución en el horizonte. Exponentes de una misma generación y de una forma muy parecida de observar la política, el relevo de uno por otro aspiraba a ser, para muchos, un «cambio tranquilo» que contribuyera a que el PNV rescatara la imagen de previsibilidad, esa que saltó por los aires con el precipitado reemplazo de Urkullu por Pradales. La forma en la que se ha acabado produciendo obliga ahora al partido a esforzarse aún más por recuperar ese sello.
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