El Aberri del reencuentro

- Ya maja, es que con esto de la mascarilla, el virus… Parece que no, pero ha pasado tiempo…

El reencuentro entre Amaia y Arantza fue uno más de tantos otros. Palmadas en la espalda, mucha emoción contenida, abrazos entre ikurriñas... Hace años que ha perdido su sentido religioso, pero el Aberri Eguna no deja de tener un punto de rito litúrgico. Félix Larrieta también «echaba de menos» el fervor jeltzale en el Domingo de Resurrección. Este bilbaíno de 79 años, que cumple el mismo día del bombardeo de Gernika, buscaba ayer un hueco a la sombra desde la que escuchar y observar. Militante desde hace décadas, aún recuerda las inundaciones del 83, cuando la riada se llevó su negocio de filatelia. «El PNV nos sacó de aquella», defendía.

La mañana templada por veinte grados acompañaba, aunque hora y media de discursos bajo un sol de justicia no sea fácil de llevar. Hubo quien tiró de sombrero, txapela o crema solar. Otros, menos previsores, se fabricaban sus propios parasoles utilizando el folleto con la programación del día.

Más allá del patio de butacas situado frente al escenario, las terrazas de los aledaños estaban a rebosar, salvo las que quedaban detrás del escenario, a la sombra y completamente desangeladas. Las ikurriñas se mezclaban con las guías turísticas y la gente local, con visitantes en bermudas y con la marca de las gafas de sol.

En los actos políticos suele abundar el público de edad avanzada, y ayer no fue una excepción, aunque también hubo jóvenes y ambiente familiar. Para muchos fue un día redondo: Aberri, poteo y San Mamés. Como Mikel y Ainhoa, que disfrutaban del ambiente con sus hijos, Aimar y Ane, de 12 y 14 años. Los cuatro iban enfundados en sus camisetas rojiblancas y listos para animar al Athletic frente al Celta, el otro gran tema de conversación en los corrillos.

- Tenemos cerquita Europa...

- Mira, yo les ponía objetivos y les pagaba si los cumplen. Verás cómo espabilan.

Pero, por muy Aberri Eguna que sea, era domingo en la Plaza Nueva y hay tradiciones que no cambian. En una esquina los cromos pasaban de unas manos a otras, aquí también de todas las edades. A sus 65 años, Antón Zaldua sacaba la lista y anotaba el botín. «Sí, son para mi nieto. Lo que pasa es que él nunca viene».