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Alfredo nos exige otra vez una parada, una reflexión. Ahora que pisamos las calles de nuevo para encontrarnos con nuestros vecinos y pedirles su confianza, ahora que lo hacemos en plena libertad, ahora que no nos matan por hacerlo, el recuerdo a Alfredo obliga a ... que pensemos de nuevo en el valor de la política. La política de altura. La que nos debe obligar a tomar decisiones que cambien la vida de la gente para siempre, por encima de cálculos electorales. Y nos obliga con especial emoción a los socialistas vascos, quienes tanto tenemos que agradecerle que, sin levantar la voz, como él acostumbraba, nos ayudara a tener la cabeza bien alta, y a poder mantenerla así siempre. Por el inmenso orgullo de haber conseguido una Euskadi en paz.
Porque hay cosas que pasan desapercibidas, que se quieren desdibujar como simples paréntesis en la historia. Como si el 20 de octubre de 2011 fuera un día más en un calendario pasado. Como si dos jornadas después no desahogáramos toda la angustia contenida, toda la felicidad recobrada, con las lágrimas de la paz del Kursaal. «Si algo he hecho para contribuir a esta emoción, doy por buena toda mi vida política», nos dijo quien había tutelado aquel final del terror desde el Gobierno de España ante el lehendakari Patxi López y toda la familia socialista que nos atrevimos a conquistar una Euskadi libre.
Lo sabíamos todos. Sabíamos que no era casualidad. Ahora que nos acordamos también de que hace diez años cometimos la osadía de ser la alternativa de Gobierno no ya a otro partido, sino la alternativa a la política de trincheras y de exclusiones, recordamos la inmensa valentía del Gobierno de Rodríguez Zapatero, el profundo compromiso del socialismo con Euskadi, el de Alfredo con nuestra libertad, la de todos los vascos, desde bases éticas y democráticas inapelables.
Él mismo nos lo confirmó en el último Congreso del PSE-EE en septiembre de 2017. En medio de la definición de nuestra actuación política, quisimos abrir un paréntesis. Tuve el honor de moderar una conversación histórica con tres protagonistas inexcusables de esta Euskadi que hoy disfrutamos y que algunos tan poco aprecian: Patxi López, Jesús Eguiguren y el propio Alfredo. Y este, con su fineza acostumbrada, siempre con su tono sosegado, ya advirtió que esa charla pública e inédita sobre cómo avanzar en la convivencia no tendría la repercusión que merecía, porque al día siguiente, 1 de octubre, en Cataluña, estaba convocada otra cita histórica, esta vez para quebrar la convivencia de aquella tierra
Y nos desveló cómo en 2011, ante el fin del Gobierno de Zapatero, ante la convocatoria electoral y ante la eventualidad, luego confirmada, de que el PP llegase al poder, aquel Ejecutivo tuvo que tomar la gran decisión sobre si cerrar el fin de ETA en los términos en los que finalmente se produjo o dejar al siguiente gobierno que acometiera el cierre. «Era una decisión muy arriesgada. Si lo cerrábamos nosotros o se lo dejábamos al siguiente gobierno. La tomamos por responsabilidad porque sabíamos que sólo nos podía traer conflictos en plenas elecciones». Después, ya sabemos lo que pasó: conseguida la paz, el Gobierno de Mariano Rajoy no tomó ninguna decisión que alimentara la convivencia. Así que sin la presencia socialista en ambos Gobiernos, «no hubiera acabado como acabó. Es posible que hubiera acabado pero no como acabó. Este era el mejor final que nunca imaginábamos, que ETA reconociera su derrota».
Porque nadie lo imaginaba. Nos decían unos que no era posible. Nos susurraban que la solución sólo pasaba por ceder a intenciones nacionalistas. Nos decían otros, bien alto, que traicionábamos a las propias víctimas. Hasta eso escuchamos. Hasta eso. Pero Alfredo siempre nos transmitió que era posible y lo hicimos. No traicionamos a nadie. Y no se rompió ni una costura del Estado de Derecho. Así fue como por primera vez en la historia de Euskadi, por primera vez, nadie se iba a sentir amenazado por sus ideas, por sentirse como quiere. Así fue cómo tanta gente pudimos abrazar la bendita rutina.
No podemos sentir un agradecimiento mayor. Euskadi y España tienen pendiente el reconocimiento a una de las personas más relevantes no para la historia, sino para que nuestras vidas cambiaran para siempre. Mientras llega, el socialismo vasco seguirá reivindicando a quien tanto hizo sin levantar la voz. Todo con palabra serena y sensata, y con la cabeza bien alta. Para tomar la mejor decisión, para lograr nuestro mayor orgullo. Porque frente al ruido, las filias, las fobias, las banderas y las patrias, frente a quienes todavía se valen del terrorismo pasado como reclamo electoral, nosotros sí sabemos que en el sosiego y las convicciones democráticas profundas se encuentran las raíces de la fortaleza de un país. Alfredo se va en silencio, porque no le hizo falta gritar para sentir el mayor orgullo: haber dejado tras de sí un país más libre. Porque lo conseguimos, y como mejor homenaje, los socialistas vascos vamos a mimar y usar esa libertad que tanto nos costó ganar.
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